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viernes, 11 de julio de 2014

LA CRÓNICA DE PAMPLONA



Perera se aferra al trono

Corta dos orejas y le roban una, con otra que cortó Fandiño 

MARCO A. HIERRO, Pamlona
Un concejal no tiene por qué saber de toros. En Pamplona se turnan cada día y cada uno cumple su papel como los dioses o la providencia le dan a entender. Ocurre lo mismo con los maderos, pero estamos más acostumbrados a verlos en los palcos. Ni los unos ni los otros tienen siquiera por qué tener afición. Y, sin embargo, ocupan el puesto de máxima autoridad en una corrida de toros tomando -con total impunidad- decisiones que afectan a la carrera, la ilusión y el amor propio de un tío que se se juega el corvejón con el toraco de Pamplona. Ya nos hemos acostumbrado y, como siempre, todo seguirá igual.

Hoy le pegó un mangazo el sacrosanto palco a Perera, que no está sujeto -por fortuna- a un despojo más o menos, pero le habrán corrido gatos por la barriga al tipo que se ha sentado con toda su autoridad en el trono del toreo. Autoridad; ni más ni menos. Porque luego podremos hablar de temple, de precisión, de colocación y de sitio, pero todo eso parte de una mente privilegiada capaz de desentrañar el misterio de cada toro. Cuando un hombre tiene el don y lo fomenta a diario se convierte en mucho más que un torero.
Hoy triunfó Miguel Pamplona y con él, un Borja Domecq que echaba varios toros con posibles convertidos en animales de triunfo por la fe de los toreros. Si yo fuera ganadero, querría que Perera me matase la camada entera. Dos toros de medio pelo con cualidades aisladas le valieron al extremeño para sentarse de nuevo en el trono. Porque no todos los hombres que se visten hoy de oro hubieran sido capaces de ofrecer a la parroquia esa sensación de redondez. Tiene Miguel el don de ver los toros, de acertar con las soluciones y de hacerlos válidos a su concepto del toreo. Lo tiene porque cuenta con el valor, con la técnica y con con un toque de mágica varita que sólo los elegidos pueden conocer. Por eso es figura del toreo. Por eso se aferra a su trono.
Mandó Perera en la tarde porque hay que estar muy seguro para quedarse impávido en los hachazos homicidas del agresivo segundo, por dentro a diestras, veloz en la llegada y poderoso en la acometida. Mandó porque tuvo paciencia para construir, pericia para desarrollar y valor para dejarse llegar los pitones a la talega y mandarlos luego a su sitio sin que le cambiase la color. Larguísimo toreó Miguel en Pamplona, con el trapo a dos dedos del morro, imponiendo su ley sin un miserable enganchón, dibujando monumentales los de pecho y vaciando al animal exprimido de bravura y empuje. Cierto que no era igual la entrega del Jandilla cuando tocaron a chotas, pero es que si lo cuaja por el zurdo, con el espadazo incontestable, hubiera sido de rabo. Una concejala en el palco de la autoridá dictó sentencia de premio simple. Los demás lo vieron todos; y por la tele, todo el planeta toro.

El otro mediotoro llevó la marca de Vegahermosa, saltó en quinto lugar y tuvo movilidad suficiente para que se montase encima el extremeño de su amenaza de disparo. Dos puntas al cielo, vareada carne, cabo fino y cara natural en los finales de serie. A ese también le puso Perera en la cara el trapo que cubre su trono, con ayuda y sin ayuda, por el derecho y el envés, como inquiriendo a la concejala dónde se ubicaba su rasero. No fue la puerta grande que le abrió esa segunda oreja; fue la impresión que Perera ha dejado en San Fermín. Y no hay concejalas ni maderos que emborronen ese trono.

Tampoco a Fandiño le pueden poner un 'pero' partidarios ni detractores. Salió el de Orduña a completar su doble presencia y por dos veces salieron al ruedo toros sin suficiente virtud. Le cortó una oreja al sexto, animal aprovechable con un punto más de raza que dejó al vasco bailando sólo en el ruedo por incomparecencia racial. Expuso Iván con responsable actitud, dejó el esfuerzo en las retinas y la tremenda disposición que no es fácil encontrar con dos toracos a contraestilo. Con el castaño tercero, de imposible pitón derecho, dejó que pasase a zurdas con impasible quietud para no guardarse nada.
Con Castella no supieron qué pensar los pamploneses de sombra. No es evidente el francés cuando no se acompasa con un toro, pero no termina de surgir la emoción que necesita. Tiene quietud, valor y asiento, pero se enfanga demasiado a menudo en mitad de las faenas y hace que el fárrago de la falta de ligazón repentina desconecte su transmisión al tendido. No terminó de entenderse con el buen primero, a pesar de dejarle tandas estimables. Le faltó colocación para ligar, y en las enmiendas se quedaron las ovaciones más rotundas. Tampoco fue malo el cuarto, pero se le apagó entre las manos cuando le vació en los infiernos los finales de la tanda más maciza. De ahí hacia adelante un caminar bobalicón dejó la faena sin fondo.

Pero el fondo, las formas y el pelo ya estaban a buen recaudo en la espuerta de Perera, esa con la que se construye el trono de su concepto y se cimenta la forma de conseguir las metas. La misma que le ha hecho crecer en tauromaquia y en ambición, porque su redefinición del temple, escrita en la arena venteña, aún no vislumbra su techo.

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Pamplona. Séptima de la Feria del Toro. Lleno en tarde soleada, agradable. Cinco toros de Jandilla bien presentados y generosos de arboladura. Enclasado y con empuje el primero; bravo, agresivo pero obediente y bueno el segundo; dormido y sin entrega el castaño tercero; noble y entregado de poco fondo el cuarto; desrazado e informal el sexto. Y uno de Vegahermosa, quinto, de exigente movilidad sin clase.

Sebastián Castella (marino y oro): palmas y silencio.
Miguel Ángel Perera (verde y oro): oreja con fuerte petición de la segunda y oreja.
Iván Fandiño (grana y oro): silencio y oreja.

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