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viernes, 20 de abril de 2012


EL SUICIDIO DE LA RAZÓN


Crónica de C.R.V
FOTOS: MAURICE BERHO

Se murió la ciencia. Una vez más, como hace ahora un año. Las plazas de toros tienen a veces esas cosas que hacen grande al ser humano: que se les muere la ciencia en el albero. El toreo es la no ciencia. Puro azar.  Un sueño incompleto a la espera de otro, un sentimiento que busca su pareja de baile. Puede que incluso sea la suma de una contradicción: la de la risa y el llanto. El toreo,  en estado puro, consiste en  suicidarse de razón para seguir viviendo de azar. Quien estuvo aquí lo vio. Como hace un año.  En ese eterno retorno que tiene un sueño cuando persigue al siguiente.  Como el  sueño de Manzanares de hace una feria, que esperó  paciente al sueño de ésta y ya busca el del que viene. Esta tarde el toreo visto anima a ir a ver torear.  Torear como Manzanares al quinto. Tan despacio a veces que el final del trazo parecía que comenzaba el año pasado y que terminaría en el abril que viene. Que siga el mundo siendo mundo a ritmo de ciencia. A ritmo de crisis, de escasez científica. Nosotros siempre tendremos ese lugar donde, por el precio de una entrada,  vemos, olemos, palpamos la sucesión de sueños más inimaginables. 





De la tarde toda. Y del todo, Manzanares. Crece como la espuma de una ola de tamaño hiperlativo su romance con Sevilla. El sueño que no les llega  a tantos toreros. A lomos de una corrida normal y huérfana del diamante en bruto del toro de nota, surgió el toreo a borbotones. Corrida sin análisis científico, pues los tres toreros incluso le añadieron trapío a algunos toros, concluyendo que,  hasta este término de ciencia de peritaje veterinario se matiza y corrige cuando se torea tan bien, o cuando el toro embiste. Y lo torean bien. Manzanares toreó más a la velocidad con la que siempre embistió el segundo, entre mirada y mirada y cierta tendencia a querencia algo marcada. Y con la cara colocada sin la humillación en la que nace el toreo profundo. Despacio y casi deteniendo el toreo en el quinto, oxigenado el fuelle agrietado de un toro al que su cuadrilla lidió como una orquesta interpreta Carmen. Desde la forma de agarrarse antes de caer de Barroso, a los pares de Trujillo y Blázquez y al capote de economía inusual de Curro Javier



 Hasta eso grande tuvo la tarde, música de plata. Y la presencia grande de Padilla en el albero donde tanto ay de tamaño y pitones se ha pasado por la faja y esa forma de torear de Talavante a dos toros medianitos en todo, enseñando en cada muletazo las partes del mismo: presentación, enganche, llevar, despedir, ligar. Crece este torero, que cada vez lo lleva más en las yemas. Pero, aupada la tarde al recuerdo, de ese mismo, el de Manzanares. Con dos toros tan distintos. El segundo lavado de cara, fino, con cuello, que metió mejor la cara en el capote que luego en la muleta, porque en su movilidad no llevó la humillación deseada, porque pareció marcar querencia saliendo a veces más allá del mando del trazo y porque, sobre todo, terminó cada pase mirando al cuerpo. Dos con la izquierda fueron de tanteo, te veo, no me ves.

Luego supo dejar la muleta en la cara para  ligar más y mejor con la mano derecha y lo logró con la zurda. En medio, esa forma de salir de la cara del toro que dan los genes. Al final de las tandas, los cambios de mano, los de pecho y el espadazo. Pero si a ese toro le cobró dos orejas, pocos pueden hacerlo con el quinto. Medido de fondo, fuerza y raza, pero de clase. Qué difícil es dosificar el arte. Un muletazo para abrirlo despacio, otro para recogerlo a ralentí, otro para preparar un cambio de mano kilométrico o uno de pecho enorme o una trinchera. Y con la espada. El toro, rajado. Le amagó el cite a recibir, se le vino andando y le metió la espada como un rayo. 



 No debería eso tapar a Talavante, con un lote de fondo justo y clase en duda. Lo ve claro, a los dos los vio. En terreno preciso, la muleta por delante en el tercero, empujando una embestida que no deseaba el toro. Enseñando siempre el enganchar, el traer por abajo, el vaciar la embestida para ligar y los remates que no se aprenden, made in tala. Como las bernardinas. Tuvo el segundo, de nombre genético de lo de ‘Atanasio’ clase escasa y fondo escaso, y el torero el mismo nivel. Como Padilla, que sorteó lo peor. Uno abierto de cara y de cuerpo justo que le apretó mucho y que se movió sin rebosarse en los vuelos nunca. Buen tercio de banderillas. Él como nadie sabe que la felicidad no solo consiste en el éxito sino en lo que llega tras el sacrificio.  Por eso pareció un pecado que el cuarto, también en tipo de lo de ‘Bayones’, se parase en la muleta con deshonor. Pero así son las cosas en el toreo. Azar. Unos hermanos embisten, otros no. Te toca o no te toca. Un día sí. Otro quizá. Un día un sentimiento encuentra su pareja de baile, otro no. Una tarde descendemos a los infiernos, otras, como hoy, al cielo. Esa es la grandeza del toreo. Suicidar lo previsible. Matar lo científico. Dejar a los sentimientos que se encuentren solos.

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