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sábado, 4 de agosto de 2012



Crónica de C.R.V.
DEFINICIÓN PERFECTA DE LO IMPERFECTO

Sobre las tres dimensiones del hombre: razonar, pensar, sentir, se aparece el arte en su estado más perfecto. Que es la imperfección. Una severa y gloriosa paradoja que acuna a todo arte que quiera serlo, ayer, hoy y mañana. Se sigue pintado porque nadie alcanzó el cuadro perfecto, escribiendo porque nadie narró la novela perfecta. Pero, sobre todo, se torea casi perfecto porque el toreo fue, es y será pura imperfección. La intención de lo perfecto. Así sucedió en este mano a mano de Huelva: un derroche perfecto del arte orfebre , sereno y profundo de José Tomás y una obra  del arte acompasado, rítmico y estético de Morante. Con una corrida tan a la carta como sensata de presencia y más damnificado el de la Puebla con dos  toros haciéndole corte de mangas a su toreo, la cita fue memorable en felicidad. Grande Tomás en cantidad y calidad. Morante en  esencia con uno de Juan Pedro. No hubo rivalidad porque hay artes que no se azuzan, ni regañan,  caminan en paralelo, por turnos. Cada torero ocupó su tiempo y su espacio. El de una tarde en la que mereció la pena soportar  ese calor húmedo con olor a espeto de sardinas, aliviado por las palmas por Huelva del público, que suenan milagrosamente a compás cuando miles de manos pueden razonar, pensar y sentir el toreo. Las tres dimensiones sobre las que, a veces, se aparece el arte del toreo. 

Y de esas tres dimensiones, mucho en José Tomás. Porque fue siempre razonable, porque pensó y porque siempre sintió. En los tres toros. Los de buena condición, uno de Victoriano del Río y el bravo de Jandilla y con el orientado de El Pilar. Lúcido y talentoso con los primeros, se la jugó razonablemente con el malo sin alargar angustias fuera de contexto. Se lo pasó por la faja aguantado parones, miradas y rebañadas de forma lúcida, razonable. Sensible con su toreo y con la tarde, que iba de otro palo. El de las faenas a sus otros dos toros, que tuvieron ese denominador común de torear siempre con la naturalidad que concede ir por derecho a perfeccionar el toreo. Los tres toros, como todos, tuvieron más que decoro en presencia, fueron armónicos y  de trapío impecable para esta y otras plazas, más que la corrida de ayer, por ejemplo. Y en su segunda y penúltima corrida, el de Galapagar se llevó la tarde. 

 Se metió mucho por el pitón izquierdo el primero, que hasta lo desarmó y luego se enceló mucho con el caballo en el suelo, tras irse al suelo jinete y montura. Pero el quite por chicuelinas, ceñido, limpio, comenzó a despejar nubes en su tarde. Un inicio por estatuarios de piedra y mirada al suelo quitó humedad al calor. El olor a espetos se nos fue en un gran cambio de mano. Amagó el toro con claudicar dos veces en las dos tandas de ritmo con la derecha, para ralentizar trazo y pulso en el toreo al natural, empujando al toro, jugando con la muñeca. Y lo hizo siempre a favor del toro, más bien en línea, para que durase. Una vez que le obligó más hacia la cadera, se afligió el toro antes de un toreo de uno en uno, de frente y con la zurda. Un pinchazo y una trasera para finalizar luego de un manojo de manoletinas de proximidad  milimétrica. 

Tuvo esta faena coherencia, lógica, sensatez, Muy a la medida del toro. Pero la exigente fue la del tercero, toro de Jandilla. Lo recibió con lances de pierna flexionada, sin rebosarse el toro del toro, que mejoró tras un puyazo del que salió un quite por tafalleras y delantales. Desde el minuto menos uno JT exigió al toro al llamarlo desde los medios y ponerse e torear ligando por abajo, largo, hacia atrás, muletazos con los vuelos por debajo de la pala del pitón en un toreo exigente para el toro y para el torero. Hondo, profundo. Las tandas de seis y siete pases. Mucho castigo para el toro, que aún le respondió en una larguísima serie al natural. Aparentó rajarse el toro, pero le recetó un cuatro en uno con una capeina, granadina, el de pecho y afarolado. Una faena que solo tuvo el borrón de una fea estocada. 

 El otro capítulo de la tarde fue el que hizo Morante con el cuarto, un noble toro de Juan Pedro al que lanceó por verónicas para salirse y poner la plaza en pie con unas chicuelinas de ballet, limpias, de cadencia, con compás cada una y el conjunto., y una media de pintura. Eso y el quite a la verónica fueron su obra maestra, pero aún hubo para momentos de categoría con la muleta. Como un inicio de faena soberbio en torería jugando brazos y muñecas al caminarle hacia afuera. Tres tandas con la mano derecha tuvieron ese sello inconfundible del trazo de Morante, de cite sin alivio, embroque ceñido y trazo excelente. Se apagó el toro luego, pero hubo mas que suficiente y más que bueno antes de una estocada. Fue el único toro que le dejó estar a gusto. Porque el de Cuvillo sacó un feo temperamento soltando la cara y el de Zalduendo se empeñó en soltar la cara  con genio siempre,  a pesar de que Morante expuso, sobó, consintió con la mano derecha, llegando a ligarle una tanda de valor y coraje, como suena. 



 Un quite de gran intención y menos lucimiento, por chicuelinas de compás abierto, fueron provocando los olés para JT con el de El Pilar, toro deslucido al principio, que arreó fuerte en banderillas y que se orientó mucho en la muleta. Mucho. Trató JT de hacerlo pasar sin irse el toro, luego repuso por la barriga, a punto estuvo de prenderlo dos veces. Luego probó mirando a la barriga entre pase y pase y el torero supo donde estaba el límite. Luego de exponer mucho, pero si ir al lado oscuro que, personalmente, me disgusta. Porque dentro de esta definición perfecta del arte imperfecto que es el toreo, lo menos perfecto es la agonía. El arte jamás agoniza. fotos mundotoro




 

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