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viernes, 12 de octubre de 2012

El flamante Nobel de literatura ,el chino Mo yan , reflexiona sobre los toros



Zaragoza ( Por Guillermo Rodríguez)

Abandono esta ciudad  de bellas tradiciones y cuna de uno de los fenomenos universales de la inteligencia y del compromiso del arte con su tiempo y la sicedad que le tocò vivir, Don Francisco de Goya y Lucientes,  con los ojos iluminados por una fantastica imagen: miles de zaragozanos con vestimentas tipicas llevan ramos a la imagen de la virgen del Pilar ( son casi 6 millones de flores ) en una jornada festiva, familiar,  emotiva y radiante.

Reparo en "El País" un articulo del Nobel de literaturea, el chino Mo Yan que a peticiòn del Instituto Cervantes  reflexiona sobre los toros.

 Dice que se enterò de ellos por Goya y Picasso y màs tarde por el norteamericano Hemingway, tambien Nobel como él.

No le gustan las corridas ( vio una por televisiòn años después del deslumbramiento que le produjeron las pinturas, los dibujos  de esos dos genios, y la literatura del norteamericano que viviò en Pamplona los Sanfermines y que deja un fresco  maravilloso con  "El verano sangriento " ).

Pero más allà de que uno pueda rebatir la argumetnaciòn dialèctica del  ilustre ciudadano chino a quien conocimos en Bogotà en un cine club por " Sorgo Rojo " antes de adentrarnos en su mundo literario en las novelas que le han dado el galardòn unviersal pues la cinta se hizo basada en una de sus fantasias literarias, es bueno destacar la altura intelectual del debate que plantea y no la chapuza del decepcionante alcalde de Bogotà, Dr. Gustavo Petro que nos acusa a los taurinos de genocidas y  estar màs cerca de los horrores de los campos de concentraciòn nazis en  Polonia olvidandose èl de mirarse al espejo de su  oscurso y reciente pasado cuando militaba en un grupo  que se levantò en armas para cambiar la sociedad y que terminò  con el holocausto del Palacio de Justicia en Bogotà más allà de los errores posteriores de las autoridades pero que ellos iniciaron con la  deprimente , injustificada y malhadada toma.

El toreo es considerado casi como un emblema cultural de España. Supe de ello ese año que leí las novelas del escritor norteamericano Ernest Hemingway. Después conocí también la pintura taurina de Goya y Picasso. Y luego, con la llegada de la televisión, pude por fin ver una corrida de toros. Es un espectáculo cruel y provocador, pero también ciertamente hermoso. Cuesta discernir si en definitiva ha de considerarse una expresión artística y cultural o bien un deporte. Ahora, la polémica se cierne en torno a si debería prohibirse o conservarse como una tradición. Aunque en principio es un asunto propio de los españoles, donde los foráneos no deberían entrometerse, los amigos del Instituto Cervantes me invitan a opinar sobre el tema, así que con sencillez a ello me dispongo.

¿Cuál es la esencia de los toros? Es realmente una pregunta difícil de contestar. ¿Se trata de hacer público y promover cierto espíritu heroico? ¿De mostrar la valentía y el porte del torero? ¿De revelar lo sobrecogedor de la muerte en su pasar rozándole al hombre? Pareciera que a todo esto se aproxima, pero pensándolo cuidadosamente se percibe como algo que no es del todo correcto. Despojado de su glorioso y resplandeciente atuendo, su esencia se reduce al tormento que el taimado inflige sobre ese pobre toro al que enloquece y luego mata, colmando así la vena sanguinaria de la gente, a lo que se suma el dinero que ganan las personas de la organización taurina.

Probablemente habría que rastrear los orígenes de este espectáculo en la antigüedad remota, cuando los hombres de esos tiempos debían cazar para sobrevivir, equipados con armas primitivas lucharían mano a mano con el toro salvaje. O moría el toro para ser alimento del hombre, o moría el hombre que a su vez se convertía en alimento de cualquier otra bestia predadora, y así tal combate a muerte era justo y equitativo. Pero ya hace mucho tiempo que la humanidad no necesita conseguir alimento de esta forma. El toreo ya no tiene nada que ver con la supervivencia, sino meramente con el recreo y el contento del morbo de la gente y, de acuerdo con esto, abolirlo sería lo razonable. Pero no habría que abolir solo las corridas de toros, sino también las peleas de gallos, las peleas de cabras y las peleas de grillos. Aunque tales espectáculos no suponen una lucha entre el hombre y el animal, podrían parecer incluso más odiosos. El toreo al menos pone en juego la vida del hombre, mientras que en las peleas de gallos, de cabras o de grillos, el hombre hace uso de una inteligencia perversa para azuzar a los animales a enfrentarse sin correr él mismo ningún riesgo y jactarse del mal que provoca en otros.

Incluso parece que habría que prohibir también las competiciones de boxeo. Dos hombres sin animadversión ninguna noquean al adversario a costa de su propia vida. Aunque lleven guantes y protector bucal, es frecuente ver el rostro golpeado del contrincante, lleno de cardenales, la cabeza ensangrentada. Tras todos estos espectáculos bárbaros o semibárbaros se esconde el dinero, y en este sentido, bien merecerían ser prohibidos sin excepción.

El autor supo del toreo a través de Hemingway, Goya y Picasso
Mas los asuntos mundanos son siempre de difícil solución. Fumar, por ejemplo, tan perjudicial para la salud y tan difícil de prohibir por completo aunque sea por un periodo corto de tiempo. Respecto al toreo, a mí, como chino, tanto me da si se prohíbe, pero para los españoles no es una cuestión tan sencilla. Sigue teniendo como siempre cierto contenido cultural, y también, como dicen, podría considerarse un patrimonio cultural de España, puesto que la gente que adora a los toreros y que desea ver las corridas o participar en los toros no es una minoría, y su afición y derecho han de respetarse y protegerse también. Vi una película sobre toreros que contaba cómo un muchacho pobre se hacía famoso por torear, enamorando a ricas y nobles damas. Es evidente que también hay muchas mujeres a quienes les gusta este espectáculo, y prohibir algo que gusta a las mujeres es al parecer algo aún más fastidioso.

En realidad no se me ocurre una solución que pudiese agradar a defensores y detractores, una que continuase con este viejo espectáculo de cierto halo religioso, una que colmase el deseo de los taurinos y que a la vez no implicase la matanza de un toro inocente. Pero confío en que si han conseguido resolver problemas más complejos que este, en el caso del toreo conseguirán dar con la solución adecuada.

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