Protagonista del acontecimiento de San Isidro, descubre los secretos del toro en el paraíso de la bravura
Vaquero raído, chaqueta azul marino y pañuelo blanco en la solapa. Alejandro Talavante (Badajoz,
1987) pisa la finca «Las Tiesas de Santa María» con aires de dandi.
Posa en la placita de tientas de Victorino Martín mientras conversa con
los guardianes de la casta. La amplia sonrisa del ganadero contrasta con
la más tímida de Alejandro de Extremadura, que con la mirada inmersa en
el edén de la bravura habla de la apuesta más importante de su carrera y
del acontecimiento de la temporada en Madrid: «Marcará un antes y un después». La figura se encerrará con seis toros de la A coronada el 18 de mayo en
un gesto que asume con el máximo compromiso y que, ante miradas de
estupor, asegura que le divierte. ¿Lidiar tan imponentes ejemplares?
«Sí, me divierte el reto».
Tras una primera toma de contacto con las decenas de medios
que se han citado en la finca cacereña de Portezuelo, el matador se
despoja del atuendo de calle y se enfunda un traje corto impoluto. Ha
elegido un espuma de mar que
se confunde con el cielo panza de burra con el que ha amanecido la
primavera extremeña. Talavante, con botos camperos y fajín chocolate,
aguarda la salida de la primera vaca pitillo en mano, mientras lancea a
compás con la zocata. Quién sabe qué pensamientos navegan por su mente,
un misterio en el que subyacen las pasiones del soñador inquieto.
«¡Vaca, Andrés!», reclama el picador. Y sale una cárdena en la línea de
la casa. El torero la prueba con el capote y la deja en la otra punta
hasta que acude al caballo. Empuja con brío en el tercer encuentro, pero
luego remilga. «Toréala», aprueba el ganadero. El matador se dobla con
ella. Ofrece los vuelos con la zurda, arrastra la muleta a derechas y
deja un lento cambio de mano. Se la enrosca en redondo, pero el temple
grande regresa en los naturales, aderezados de jugueteos por delante y
por detrás. Anda con una facilidad pasmosa, aunque la victorina no demanda encimismos. Suena «puerta»...
Es el sexto matador que se encierra con seis victorinos en Madrid
Y aparece una segunda de sobresaliente nota. Fantástico el prólogo, con gusto y sentimiento. La vaca embiste incansable y con fijeza.
Talavante disfruta mientras la lluvia cae sobre el ruedo y la bravura
de «Hostelera» crece con más ímpetu. Los pases de pecho son
inabarcables, al igual que algunos naturales de quejío nacidos del
prodigio de su izquierda, como si el ayer no fuese suficiente y
necesitase del hoy para continuar soñando.
Complicidad con los toros
Talavante siente «un feeling especial, porque aunque
prácticamente apenas he toreado en esta casa, es un toro al que tengo
muy estudiado y técnicamente muy leído; confío en que la intuición haga
el resto». Su gloriosa aventura mexicana ha contribuido
a su pronta asimilación del encaste. «Lo Saltillo de México guarda
muchas semejanzas, como la clase», subraya el pacense, que será el
primer matador en despachar una victorinada sin haber toreado antes
ningún toro de esta divisa. «Tiene muchas similitudes con la encerrona
de Capea en el 88», comenta Victorino júnior, quien pone las cartas
sobre la mesa con mensaje incluido: «La corrida es la que teníamos
preparada para San Isidro, la matase Talavante u otro. Somos fieles a
nuestros principios».
Caras desafiantes y majestuosidad en el andar de
los toros sobre una alfombra de hierba, entre bramidos y reburdeos;
sólo el viento se atreve a «cortejarlos» en las distancias cortas. Una
señora corrida con ejemplares que dan pavor pese a su guapeza. Confiesa el joven maestro que los miedos
se agigantan a medida que se acerca la hora, a pesar de ser dueño del
valor del soldado en la guerra. «Es muy duro. Nadie puede imaginar lo
que es estar delante de un toro, con esa cuesta que tiene esa plaza de
Las Ventas. Es algo brutal, te sientes observado por más de veinte mil
personas frente a un toro enorme. Pero cuando controlas la escena, las
sensaciones no tienen parangón a nada». Y se adentra en el milagro del
toreo: «Que un chaval de 20 años tenga la intención de coger una muleta y
encararse con un toro, sin más motivo que una ilusión, me parece brutal en este siglo».
El Juli, su confidente
El tictac de ese deseo arrancó en la Feria de Otoño, cuando
ya le merodeó una idea que entonces no cuajó. El primer confidente de
su apuesta fue El Juli, que reaccionó con un «¡menudo pelotazo!». ¿Por qué este gesto? «No hay un porqué,
aunque sí uno inmaterial que no se puede explicar, la búsqueda de una
sensación que no sabes si vas a encontrar. Tengo todos los motivos del
mundo y a su vez ninguno. Me siento un privilegiado: al igual que Sabina
quiere contratar al mejor músico, yo busco un toro que embista, y lo de Victorino embiste.
Ha hecho una labor irreprochable. Cuida todo al detalle, y con vacas
como las de hoy he descubierto la suavidad que requieren en el toque».
Con la Puerta Grande como paisaje de fondo, una meta se divisa delante
del umbral: «Saldré a disfrutar del toreo, a disfrutar con todas las consecuencias, con responsabilidad y entrega. No hablamos de una situación fácil, pero será un honor asumirla».
Cada divisa exige una preparación física y psíquica, y Victorino de modo especial, aunque la esencia permanece: «No cambiaré. Yo soy así. Lo único que varía es el pelaje cárdeno».
Sabedor de la expectación suscitada, y más aún en tiempos de redes sociales, tocamos el palo del veto de Youtube a
la sangre del toro mientras mantiene la del torero. Reflexiona: «Me
parece que el hombre, cuanto más se aleja del campo y de su naturaleza,
más pierde el rumbo. Es de una hipocresía absoluta
y viola la libertad». La libertad habitaba ayer en Las Tiesas, edén de
la bravura. Allí se cría la materia prima con la que Talavante dará
forma a sus obras, creaciones con un tótem privilegiado que llegará al
ruedo de Madrid «como la vaca lo ha parido». Todo pureza. Como el arte más heroico.
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