Autor de las más loadas faenas en México, el genial artista arranca su temporada este domingo en Olivenza y anuncia en ABC que hará «algo de especial interés avanzado el año»
La Puebla del Río, el jardín de las delicias de Morante. Ahí se funde con sus raíces mientras su inquieto pensamiento redescubre el toreo. Acaba de pisar suelo español después de su glorioso periplo por tierras mexicanas y en el aeropuerto de Sevilla lo han recibido con honores de héroe. «No me esperaba que me sacasen a hombros del aeropuerto. En América es más normal, pero aquí eso no pasa. Fue una sorpresa de los amigos y los aficionados acérrimos a la causa», dice el torero.
-¿Cómo se vive alejado de casa?
- Cuanto más tiempo se pasa lejos, más se echa de menos. A
mí me gusta ir y venir, pero ahora he estado casi un mes fuera. La
tierra no se olvida nunca. Pero creo que llevo allá mucho de ella, de mi
cultura, de mi gente, y eso parece que acompaña en la soledad.
-¿El toreo depende del lugar donde brotan las raíces?
-El toreo y cualquier arte. Decía Belmonte que se torea
como se es, y se es de lo que uno aprende. Me siento con esa
responsabilidad de enseñar y exportar este arte tan de aquí a todas
partes donde quiera verlo.
-En México han contemplado las más laureadas obras. Nunca deja indiferente...
-Lo intento. Lo más importante para un artista es dejar
impronta. Cuando los toros no colaboran, se sacan recursos del interior
para que aquello emerja en el ánimo del aficionado. Yo me quedaría con
la tarde de San Luis de Potosí y la primera de la Plaza México.
-Aquella
tarde las crónicas hablaban de faena plena de naturalidad,
hipnotizante, majestuosa, inolvidable... ¡Dejó el diccionario sin
adjetivos!
-No lo sé. Hay que hacer las cosas con naturalidad dentro
de la pasión del momento. Todo lo que se haga sencillo se adentra en el
interior de la afición, en la esencia y la retina del sentimiento. Hay
que hacerlo con torería, pero tratanto de imprimir esa tranquilidad que
es lo más difícil cuando se está delante del toro.
-¿Cómo se conjugan el tiempo y el espacio frente a un animal bravo?
-Se intenta que la obra tenga un principio, una base y un final, que todo vaya fundamentado.
-Apenas recién llegado de América, y este domingo tiene su primera cita con Olivenza. ¿No necesita relax?
-Lo intento, pero es casi imposible. Me ilusiona Olivenza,
la primera feria de importancia de la temporada. Cutiño cuida todo al
detalle. Todo el que va quiere volver. Y eso es buena señal.
-Luego se avecinan los escenarios de primera...
-El 19, Valencia, y Sevilla, el 31. Ahí empieza lo fuerte.
-¿Qué supone para Morante torear el Domingo de Resurrección?
-Es la resurrección del toreo después de todo el invierno
sin toros en Sevilla. Aquello tiene un misterio muy especial, sigue
siendo un sueño torearla. Habiéndome criado en esta aureola, supongo que
será más especial que para el que no sea de aquí.
-Se alza como el obelisco central de la Maestranza, con cuatro paseíllos. ¿Cómo lo afronta?
-Es uno de los compromisos más fuertes, pero debemos hacer
el esfuerzo toreramente. Cuatro tardes pesan, pero ya se irán toreando
de una en una. Ojalá se vayan dando las cosas bien, porque la verdad es
que se sufre muchísimo. Mi intención es la de sentirme y estar bien con
el toro, pero con el pensamiento en la Puerta del Príncipe, el éxito más
envidiado por todos junto a la Puerta Grande de Madrid.
-Apuesta importante también en San Isidro con tres tardes. ¿Qué le inspira cada plaza?
-Sevilla es una plaza más silenciosa, más observadora, y
Madrid es más ruidosa. Yo siempre he dicho que en Madrid me gusta torear
porque me da morbo: todo el mundo a la contra, todo el mundo asustado, y
de pronto... todo maravilloso. Soy consciente de que se exige muchísimo
y a veces influye en el ánimo del que torea. Tiene poca paciencia, pero
tiene mucha pasión cuando explota, y la acepto como es. Y me da morbo.
En cambio, en Sevilla es todo tan bonito, tan elegante... Cada plaza
tiene su estilo, y eso es lo que me gusta, que permanezca la
idiosincrasia de cada cual.
-De
momento, en la capital los toreros continuarán peleando también con el
viento tras el fracaso de la cubierta. ¿Es partidario de las cúpulas?
-Siempre que se mantenga la estética de la plaza, estoy de
acuerdo. Pienso en una cúpula tipo Duomo, en una vidriera de colores, en
algo que le dé sentido de catedral del toreo. Pero si es demasiado
moderna no me gustaría. Perdería el encanto que tiene Las Ventas.
-Siete
paseíllos en las dos plazas señeras dentro de una temporada que arranca
con gestos de las figuras. ¿Se plantea algo más en otras plazas?
-Bueno, pues siempre el pensamiento está ahí. Y pienso que
en algún sitio se hará algo importante, pero no está concretado y armado
del todo, por lo que prefiero no decir más. Pero sí digo que haré algo
de especial interés más avanzada la temporada. No voy a rehuir ninguna
plaza; el apoderado está estos días hablando con Pamplona.
-Finalmente no fraguó su idea de un mano a mano con José María Manzanares en San Miguel.
-Es una pena que no haya salido porque creo que hubiese
sido algo con mucha importancia para el toreo. Por lo visto Manzanares
ha dicho que no sabe cuando va a acabar la temporada.
-El año pasado fue algo extraño por el G-10 y los derechos de imagen. ¿Decepcionado de que no diera los frutos que perseguían?
-Un poco sí. Lo mejor de aquello fue que el toreo pasó del
Ministerio del Interior al de Cultura. Luego se enfrío un poco la cosa, y
al final de temporada yo creí que no tenía sentido seguir en esa
empresa (All Sports Media). Los empresarios estaban muy disgustados.
Ahora hay que mirarlo de otra manera, sin rencor. También hubo cosas
positivas. Fue bonito mientras duró.
-Esta edición la Feria de Abril no se televisa. ¿Es proclive a las cámaras?
-Sin televisión se crea más misterio, pero me da un poco de
miedo que no se televise, porque a través de la pantalla se ha
aficionado mucha gente. Eso sí, aquí no hemos tenido la culpa, porque si
llega a existir eso que llamaban el G-10, seguro que nos la hubiesen
echado. En este caso, la empresa lo ha estimado conveniente. Queda la
incógnita de qué pasará y de si irá más gente. Yo me acuerdo que el auge
de San Isidro fue con la tele.
-La crisis también ha hecho mella en la taquilla. ¿Alguna propuesta?
-Creo que hay que buscar la calidad en los carteles. Son
tiempos complicados para el bolsillo de todo el país, y del aficionado
también. El toreo es una fiesta del pueblo, la mayoría de los que van a
una plaza son trabajadores del pueblo, aunque luego haya un porcentaje
de gente con estatus más elevado.
-Pueblo
al que los antitaurinos increpan con gritos de «¡asesinos!» mientras
ejercen su libertad y su derecho de acceder a las plazas de toros.
-Cualquier día vamos a tener un disgusto, porque no es
normal que uno vaya con su niño y lo llamen asesino. Es una provocación
continua. Lo que no está bien es que se hagan esas manifestaciones a pie
de plaza. En Francia lo han prohibido. Tenemos que aprender mucho de
ellos.
-Es un ejemplo...
-Lo es y no debería ser así, porque nosotros somos la raíz
del toro, pero han adelantado a España y nos están dejando atrás. Es muy
desagradable estar jugándote la vida y oyendo los gritos de fuera, que
si criminales, que si no es cultura. Con el miedo y las fatiguitas que
se pasan, eso es inaguantable.
-¿El arte es más dulce o amargo?
-Unas veces viene por la dulzura y otras por la amargura. El arte sabe a arte.
-A veces el toreo de Morante, de tan profundo, parece que duele, como si una herida interna rezumase.
-Me gustan esas palabras. Gregorio Corrochano, del que soy
muy seguidor, escribió en una crónica que a Juan Belmonte «duele verle
torear». Con ellas se revive la historia. Me halaga porque las he tenido
mucho en mente.
José
Antonio Morante (1979) habla con poso y naturalidad de las raíces donde
se estribó un arte genial que lo persigue día y noche. En tiempos
anegados de desmemoria, no hay torero en el escalafón que ahonde así en
el ayer.
-El misterio de su tauromaquia parece entroncar las almas de Juan, José y Rafael. ¿Se siente más belmontino o gallista?
-Yo qué sé. Son dos columnas, uno es la inteligencia y el
todopoderoso, y el otro es la amargura y la profundidad. No sabría decir
si para un lado o para otro. Lo que sí sé es que nacieron a esta orilla
del Guadalquivir, uno en Gelves y otro en Triana, un poquito más p’allá
de La Puebla. No sé qué tendrá este río que baña las orillas de la
margen derecha, pero algo tendrá el agua cuando la bendicen. Por eso me
gusta tanto mi tierra y su esencia.
-¿Todo lo que se ve en el ruedo es arte auténtico?
-Pues yo creo que no. No, no. A mí unas veces me sale y
otras no. Pero lo que me preocupa es que el toreo se estructure en
pasajes en los que a veces se torea más para el público que para el
toro, y me preocupa porque el toreo permanece por el respeto que se le
tiene al toro, por que se basa en un conocimiento. No me gusta que se
busque el aplauso como si uno estuviera pidiendo una limosna de
ovaciones. Es verdad que ahora se torea más cerca que nunca, más quieto,
no digo ni mejor ni peor. A mí me gusta un poquito más el movimiento.
Eso de estarse quieto es una dificultad que llega con la voluntad, pero
creo que estar bien moviéndote como Domingo Ortega eso sí es complicado.
Si moviéndose fue un figurón, ¡cómo lo haría! Imagine si se queda
quieto. Aunque como dice un amigo: la quietud tapa muchos defectos. Me
preocupa que se vulgarice el toreo, que esté al alcance de cualquiera,
aunque entiendo que cada uno hace lo que puede.
-¿El torero nace o se hace en las Escuelas Taurinas?
-Los toreros no nacen de las Escuelas, sino del vientre de
la madre. Una escuela está muy bien para reunirse, pero el toreo va por
otra vía, por la personalidad de cada uno; es un misterio por resolver.
Habría que ver la calidad del maestro y su modo de enseñar.
-¿Se imagina con un hijo torero?
-No me gustaría, se sufre mucho. Pero sí quisiera que fuese buen aficionado y comprendiese la esencia del toreo.
-Sus partidarios sueñan con sus faenas. ¿Con qué sueña Morante?
-Más que sueños, tengo pesadillas. Pienso en cosas muy toreras todo el día, del pensamiento nacen las obras.
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