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miércoles, 1 de mayo de 2013

El desgarro de Morante y la raza de Juan Pablo


Juan Antonio de Labra | Foto: Landín-Miranda
Aguascalientes, Ags.

Un estupendo triunfo del artista de La Puebla
   
La euforia de la corrida que se vivió esta tarde en la Monumental de Aguascalientes todavía revolotea en el ambiente. Y no podía ser de otra manera porque la Fiesta de los toros es pasión, entrega, valor… y arte.

Así que desde el primer momento, cuando El Pana cayó herido en los pitones del toro que abrió plaza, la gente percibió que aquello iba en serio, pues el cartel tenía mucha miga con dos toreros personalísimo y un joven espada –el de la tierra– sabía que era una tarde clave para demostrar que tiene cualidades para aspirar al exclusivo título de figura del toreo.

En este sentido, y gracias a la transmisión del encierro de Montecristo, se vivió una gran emoción en el ruedo. Desde luego que este tipo de toros, varios de ellos enrazados, como el quinto, no les agradadan a los toreros… y mucho menos a las figuras. Pero cuando los que se ponen delante tienen agallas, y no sólo eso, sino también expresión, es cuando verdaderamente el espectáculo adquiere su verdadera dimesión.

Morante había dejado para el recuerdo detalles de su excelso arte, pinceladas de categoría y empaque, pero saltó a la arena el quinto y el de La Puebla sintió el cante grande. Fue su faena de un arrebato quintasenciado, en el que se desfondó toreando con una entrega pasmosa, esa de la que siempre se dijo que adolecían los toreros artistas.

El público rugió con aquella demostración de valentía, mientras Morante se fundía desgarradamente con el toro “Pavichón”, que embestía con raza y poniendo a prueba al torero, en aquellos muletazos intensos, de cante por martinetes en medio del calor de la fragua.

Ese es Morante, un torero capaz del arte más sublime y también del arte más hondo. Los ayudados de cierre de faena recordaron a la torería rondeña; la más rancia y torera; y la estocada, en corto y por derecho, fue el final más glorioso a la vida de un toro que aportó su temperamento para que la gente de Aguascalientes temblara a coro, en perfecta comunión con el artista sevillano.

La vuelta al ruedo fue tan despaciosa como su toreo, y el triunfo… rotundo. Al margen de las orejas, y la salida a hombros, Morante sigue labrándose un destino en México y se está ganando a pulso el adjetivo de “torero consentido”.

La respuesta de Juan Pablo Sánchez a esta demostración de raza torera fue la misma, porque habiendo estado muy bien con los dos toros que había toreado, en el último, el del compromiso máximo de cara a su gente y a los profesionales, hizo un esfuerzo titánico y estuvo a punto de ser calado.

Se sobrepuso con mucha hombría a una voltereta tremenda, de esas que espantan, porque voló por los aires y se levantó sin mirarse la ropa, dispuesto a apostarlo todo.

Y en tablas fue donde discurrió el trasteo, con una claridad de ideas y una colocacion muy interesante, en la que Juan Pablo se pasó el toro una y otra vez por la faja con mucha autoridad. Las dosantinas, los pases de pecho, y el sitio que pisó, cautivaron al público que vivió la faena con angustia.

Al final fue una pena que no se consiguiera coronar ese tremendo dechado de esfuerzo con una gran estocada, lo que le privó de acompañar a Morante en la triunfal salida a hombros. De cualquiera manera, la garra de Juan Pablo fue de esas para quitarse el sombrero.

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