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miércoles, 1 de mayo de 2013

El filósofo y escritor español Fernando Savater muestra su posición sobre la tauromaquia

Bogotá - Colombia. Fernando Savater no es un aficionado ferviente de las corridas de toros. No tanto, por lo menos, como lo es de las carreras de caballos. Sin embargo, desde niño, el filósofo y escritor español ha tenido contacto con la tauromaquia y asiste con alguna frecuencia a las plazas. Savater es crítico de las medidas de prohibición taurina que han comenzado a ganar espacio en ciudades como Barcelona y Bogotá. Su libro más reciente, Tauroética, lo dedicó a analizar el tema desde el punto de vista que más le interesa: el de la ética. ¿Su objetivo es hacer una defensa de la tauromaquia?

Defender la fiesta brava no me interesa. Me parece bien que haya personas a quienes no les gusten los toros. Lo que veo equivocado es convertir esta posición en una moral obligatoria para todos los demás. La moral tiene que ver con la relación con nuestros semejantes. Con los seres vivos, en cambio, tenemos consideraciones. No sacar placer de la tortura puede corresponder a una visión de buen gusto o una estética de los sentimientos. Pero afirmar que la persona a la que le gustan los toros es inmoral es un error.

Dice que la prohibición plantea, en el fondo, el tema de la relación de los seres humanos con los animales.
Es que hay hechos inconsecuentes. La prohibición en España no se debe a la protección de los animales, sino a un nacionalismo separatista de Cataluña. Y mientras allá prohíben las corridas –que tienen una decantación estilística– sí permiten los correbous, esas fiestas populares en las que el pobre toro corre por las calles mientras unos bárbaros les lanzan de todo. La prohibición, en efecto, despertó el tema de la relación de los seres humanos con los animales, que es algo que ha variado mucho. Antes teníamos una proximidad mayor con ellos. De niños veíamos animales vivos, así fuese en un zoológico. Ahora los chicos han dejado de tener contacto con ellos y solo los ven en reportajes de National Geographic. Los animales ya no aparecen en nuestras vidas salvo en forma de filete o de pechuga. Han desaparecido. Y como los seres humanos convierten en dioses lo que destruyen –así como las virtudes más elogiadas son las que menos vemos en el mundo–, con los animales ha pasado lo mismo: se han convertido en una especie de ñoñería. Ahora son pobres animalitos.

¿Quiere decir que la actitud antitaurina es ñoñería?
Es ñoñería considerar que los animales tienen que estar envueltos en algodones o en celofanes. Hay animales que están hechos para luchar, para cazar. Hoy no se les considera así, sino como seres que hay que tutelar. El toro ya no da la sensación de que está luchando con el torero –que es lo que hace– sino de que está perdido, pobrecito, qué le van a hacer. Es una falta de comprensión de lo que sucede en la plaza. Ahora, no quiero decir que aunque lo comprendas tenga que gustarte.
Habla de que en este debate no tiene lugar la ética.

Claro que no cabe. Te lo digo con un ejemplo muy sencillo: vas paseando por un bosque y vez que un pajarito recién nacido se ha caído del árbol y está expuesto al peligro. Tú, que eres una chica sensible, de buen corazón, lo coges y lo pones en su nido para que no le pase nada. Ahora, si a quien oyes llorar al pie de un árbol es a un niño recién nacido abandonado, da igual que seas sensible o no, o que te gusten o no los niños: tienes la obligación moral de ayudarlo. No estás obligada con el pajarito; esas son cuestiones que la naturaleza resuelve. En cambio, con el niño sí lo estás. Eso es.

En el toreo se maltrata a un animal sin que sea algo que la naturaleza haya decidido.
El toro de lidia es un animal inventado por el ser humano, lo mismo que el caballo de carreras o el pastor alemán. Ha sido creado en conjunción con el juego de una batalla con el hombre, dentro de un ritual que tiene una tradición. El toro vive una vida envidiable y apenas el tres o cuatro por ciento de ellos va a las plazas. Los demás pasan su vida mimados, en las dehesas. Incluso el toro que va a la plaza lo único que pasa son quince minutos malos al final de su vida. Eso es mucho mejor que lo que vamos a tener nosotros. ¡Yo firmo ya si me dicen que solo voy a vivir quince minutos malos!
Pero no niega la crudeza de la fiesta...

Cruel es un comportamiento cuyo objetivo es disfrutar con el dolor. Crudeza es un espectáculo en el que hay dolor, como en el boxeo. El toreo es crudo, sin duda. Pero hay que tener en cuenta el sentido. Claro, a lo mejor si llega alguien del planeta Marte y ve a un señor clavando una espada en un animal que luego no se va a comer, dirá ‘¿y esto a qué viene?’ Se trata de entender el significado de ese enfrentamiento entre toro y torero. De esa manera se deja de tener esa visión a lo ‘Walt Disney’, que consiste en creer que los animalitos son personas disfrazadas, mejor dicho, esa visión antropológica del animal.

¿Qué opina de que alcaldes o parlamentos estén definiendo si hay o no fiesta de toros?
Lo que veo en Bogotá es que se trata de un alcalde que cree que las corridas son cosa de derechas, y él es de izquierda. En general, considero que los parlamentos no están para legislar sobre la moral. Están para crear espacios dentro de los cuales quepan comportamientos morales distintos, siempre y cuando no dañen. No entiendo que un alcalde, como si se tratara del papá de todos, salga a decir ‘esto lo prohíbo porque les sienta mal’.

¿No considera que, más que por la prohibición, la fiesta taurina se va a acabar por otras razones?
Eso puede ser, no te voy a decir que no. Es un hecho que cada vez más todo lo que relacione al ser humano con la naturaleza, con el campo, se ha ido alejando. Cada vez vivimos vidas más artificiales. En la película La historia de Pi, por ejemplo, salen animales muy bellos, pero todos son producto de la animación. Eso es un símbolo de lo que va a ocurrir. Y es una película que trata muy bien la relación con el animal –quiero decir, el tigre es un tigre, no un animal que el niño se ha llevado con él a jugar a las cartas–. Pero es muy significativo que de todos los animales que salen ninguno sea real. En nuestro mundo los animales están presentes, pero no reales.

Pero no dirá usted que ir a los toros es “encontrarse con la naturaleza”…
No. Los toros son una simbolización de lo que era el enfrentamiento hombre-naturaleza. No soy experto en mitología taurina, pero es la idea del hombre que, prácticamente sin instrumentos, solo con su inteligencia y su habilidad, puede vencer a un animal de gran peso y fuerza. Y que de esa batalla pueda extraerse cierta estética. Es un símbolo de lo que el ser humano ha hecho frente a la naturaleza. Nosotros no tenemos garras ni contamos con la fuerza de otros animales, pero hemos logrado controlar bastante la naturaleza. Eso es lo que representa la corrida. Claro, eso a muchos ya no les interesa porque están tan seguros de su dominio que no piensan en eso. Y además quieren hacerse amigos de los animales y definirse como sus protectores.
¿Dejar de matar al toro, y quedarse con los otros tercios de la faena, no sería solución una para evitar el rechazo?

Puedes suprimir las corridas, pero no lo que les da su seriedad. Sin la lucha real de que pueda morir el torero o el toro, no tiene ningún sentido. Sería un espectáculo circense, pero no una corrida.
¿Qué siente cuando se entera, por ejemplo, de lo que le pasó hace poco a Julián López, ‘El Juli’, a quien casi lo mata un toro?

Lo siento por él. Yo no soy como esos bárbaros que dicen que cuando un toro coge a un torero se alegran. El que no distingue entre la sangre de los humanos y la de los animales es el bárbaro. ‘El Juli’ sabe que eso le puede ocurrir. Es su trabajo, es su arte. Y mire que eso demuestra la seriedad del asunto. Se está jugando la vida, no haciendo cosquillas para fastidiar.

Tal vez lo que les molesta a algunos es que todo es un artificio, eso de situar a un animal en un espacio y una batalla que no ha buscado.

Y lo que pasa en un matadero también es artificio. El hombre los ha criado para una cosa y los utiliza para eso. Si los toros de lidia no fueran a la plaza, desaparecían. Nadie va a mantener una ganadería de toro bravo solo para darles gusto a los ecologistas. Si ese es el tema, debatamos entonces desde lo artificial y no sobre la defensa de los animales. Que digan que no les gusta ver cómo un hombre expone su vida por ganar dinero. Bueno, eso sí. Como al que no le gusta el boxeo, aunque nadie va a decir que discute el boxeo desde la ecología, porque “pobres boxeadores que también son un producto de la evolución”. El fútbol era visto como algo degradante. El rey Lear le dice a un criado: “Cállate, futbolista”. Eso que muestra que en la época de Shakespeare eso era un insulto. Hoy lo es ser taurino.

¿En últimas, usted cree que el ser humano no debe tener empatía con el sufrimiento de un animal?
La corrida no introduce la violencia en un mundo donde no la hay. A mí me da pena con el hombre y con el animal, claro. Pero el animal no sufre. El sufrimiento es la visión racional del dolor. Algunos neurobiólogos actuales niegan, incluso, que la palabra dolor pueda aplicarse a los animales en el mismo sentido que al humano. El sufrimiento es el dolor pasado por la humanidad. Me importan los seres humanos de una manera en que no me importa ninguna otra cosa en el mundo, ni las estrellas, ni los búfalos. Me importan los humanos, que son compañeros de la conciencia, la muerte y la libertad. En eso consiste la ética. Y eso es lo que se las ha olvidado a los ambientalistas extremos.
¿Usted tiene animales en su casa?
Solo mi mujer y yo.

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