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viernes, 23 de agosto de 2013

Padilla y el milagro de vivir

 Padilla y el milagro de vivir

Espeluznante voltereta al Ciclón y triunfo de El Fandi con una buena

Padilla y el milagro de vivir

Cuestión de fe. De creer o no creer. Y el maestro cree en Dios. Todos dimos gracias al cielo cuando Juan José Padilla se incorporó ileso tras una voltereta escalofriante. Un nuevo milagro, casi uno a diario por cada hoja de su ruta torera. Ayer se rodó una de las escenas más espeluznantes y antárticas que se recuerdan. En el epílogo al tercer toro, el jerezano se recreó en muletazos rodilla en tierra, con ese menú de desplantes tan padillista. Entre el jolgorio del público, ese juego no era ninguna broma con un rival que no había planteado problemas pero que ya estaba pasado de faena. 

En aquellas andaba cuando lo prendió y lo izó sobre los pitones hasta devolverlo a la madre arena con violencia. El Ciclón de Jerez yacía postrado en el ruedo. La mano se dirigió a la cara, al parche, mientras asomaban hilos de sangre por el rostro. Era del toro, de un «Hortelano» muy astifino, que si no hizo presa fue por un quite divino. Cuando se puso en pie los flashes apuntaron a la chaquetilla desgajada, al corbatín aflojado para bombear la respiración contenida. Como un valeroso soldado volvió a su guerra hasta darle matarile con no pocas dificultades. Antes prefirió no banderillear al de Torreherberos, aunque después de no querer compartió el "café" con su compañero Fandila...

Tras el tremendo susto, tocó hora de la merienda. Apoyado en las tablas, Padilla permaneció a solas, en un momento de oración y reflexión, sabedor de que su piel se tatúa con demasiados recados de los toros, los mismos que un día salvaron al hombre. Para colmo, le correspondió el lunar de la buena corrida, un quinto peligroso frente al que abrevió. Con el bendito primero persiguió el temple y se volcó en el espadazo, pero al presidente no le salió del pañuelo otorgarle la oreja ganada. Paseó el anillo.

Maravilla de «Noruego» el cuarto. Bravo, noble, con fijeza y profundidad, toda la que faltó a la labor fandilista. El granadino se esforzó por agradar y por conducir la humillada embestida del exigente ejemplar. Qué manera de hacer el avión. Si El Fandi le deja siempre la muleta puesta y lo somete por abajo, hablaríamos de lío gordo. Gruesa revolución brotó en el vibrante tercio de rehiletes al sexto, que salió pitando a chiqueros tras el cuarto par. Aguantó con son en la faena, prologada de modo fenomenal por David, que dejó varios naturales con su aquel y adornos, sombrero en mano, que enloquecieron. Fue la obra más completa de un duelo sin rivalidad, pero en el que la gente se divirtió de lo lindo tras el milagro de Padilla, al que corearon en la despedida mientras El Fandi era aupado a hombros.

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