El Soro, el único vivo del cartel maldito de Pozoblanco, ha regresado a los ruedos tras 19 años sin torear, 37 operaciones en la misma rodilla y con una pierna de titanio
FRANCISCO APAOLAZA
La frontera entre la locura y la heroicidad es borrosa.
Tierra de nadie. Queda detrás de un páramo indefinido y solitario en el
que campan a sus anchas las promesas de la victoria y los fantasmas de
la derrota. Es un terreno cambiante. Puede resultar los Campos Elíseos o
una ciénaga. Vicente Ruiz 'El Soro' lo vadea de camino de una placita
de tientas en Moncada, la Dehesa Campo Bravo del señor Tamarit, Fasio
Monteagut y Pepe Sanchís en la que ha preparado su asalto a la vida. Ha
sucedido en Tijuana (México), ha vuelto a los ruedos con una pierna de titanio y después de estar un tiempo sin torear: 19 años. Diez y nueve. Él tiene 51... y 37 operaciones en la misma rodilla.
El festival de Tijuana es el último episodio de una lucha
extraña. Descabellada. «No lo hago para el triunfo, esta pelea es algo
personal». Empezó hace mucho tiempo, en los 80, cuando un chaval de
Valencia deslumbra en las plazas y saca a las gentes de las huertas. Lo
van a ver donde fuera que se anunciara.
A esa religión arrebatadora se le conoce como el Sorismo,
un movimiento energético, barroco, casi espiritual que lidera el torero y
que estuvo tocado por la suerte. Por la buena y la mala. La parte fea
comenzó a rondarle en Pozoblanco, la tarde de 1984 en que todo salió
mal. Un toro mató a Francisco Rivera Paquirri y a los demás los manchó
la mala fortuna. Al año siguiente moría José Cubero, 'Yiyo' y El Soro
quedaría cojo más adelante. Luis Miguel Dominguín, que asistió a la
muerte de Manolete en Linares, le dijo esto: «Tranquilo, Vicente, que
siempre tiene que haber uno para contarla». La realidad fue más perra.
«Esa maldición es una sombra que está siempre a mi lado, pero ya he
aprendido a vivir con ella. La voy llevando. Me ha pesado mucho y he
necesitado ayuda de psiquiatras». Con los años, el Soro consiguió
acostumbrarse a esa bruma de miedos viejos, ese olor a tabaco de
tragedia en las ropas.
- ¿No cree en la suerte?
- Sí, pero creo más en el destino del ser humano.
Lo de la rodilla fue más difícil. Empezó en 1994, con una
triada en Benidorm. La rotura total. Se le deshizo la pierna en un mal
movimiento con las banderillas. Al día siguiente, toreaba un festival en
Segorbe (Valencia), donde hizo el paseíllo pese a todo, en beneficio
-irónicamente- de una asociación de minusválidos. Después él fue uno de
ellos. En el pueblo le pusieron una calle. Aquella fue su última
actuación.
-¿Cómo ha sido su vía crucis médico?
- Me operaron y me atacó un virus de quirófano. Casi me
amputan la pierna izquierda varias veces. De hecho, me llegaron a quitar
la rodilla durante un año y donde estaba la articulación, tenía un
hueco enorme. Pasé tres años en silla de ruedas y los otros con muletas.
Desarrollé tumores y pensé muchas veces que la perdería.
Recorrió el mundo en busca de una esperanza que no existía.
Se operó en Houston, Boston, San Diego, Los Ángeles, París, Holanda,
Suiza, Inglaterra... y España, claro. De quirófano en quirófano, en 37
operaciones se dejó la vida y la fortuna que había conseguido toreando.
Según sus cálculos, fueron quince millones por intervención. Salen a más
de quinientos millones de pesetas, tres millones de euros. «Tengo que
dar gracias a la gente de Valencia que me ha ayudado, que me ha tapado,
que no ha dejado que me cayera». En todo ese tiempo, no quiso más que
andar para correr y correr para torear. Podría haberse dedicado
profesionalmente a otras cosas -comentó los toros en Canal Nou y ahora
apodera a un chaval de Valencia que se llama Christian Climent y que lo
tiene loco- y resignarse ante la evidencia, pero siempre quiso ser
torero.
«Una obra de ingeniería»
Un día, «abatido y desesperado», le salió el sol leyendo el
periódico. Una noticia contaba cómo el doctor Cavadas había implantado
la mano de un paciente en su pierna para que no se deteriorara a la
espera de reimplantársela en su sitio. Se fue para él. Después de siete
operaciones que le han costado 120.000 euros, El Soro lleva una prótesis
que va aproximadamente desde la cadera hasta el tobillo. «Mi pierna es
una obra de ingeniería». Donde antes había hueso, ahora sujeta su peso
una estructura de titanio en la que el doctor ha insertado sus músculos,
sus tendones y que ha recubierto con su propia piel. La articulación
permite, además de la flexión, la rotación de la pierna. De momento, El
Soro ha matado algunos toros a puerta cerrada y por la red circula un
vídeo del torero en un tentadero en el que está francamente bien. Dice
que delante del toro no cojea pese a que su pierna izquierda es ocho
centímetros más corta y que tiene «otro poso», «otra madurez» toreando.
- Si no fuera por esa ilusión de reaparecer...
- Me hubiera vuelto loco. He estado en el hoyo, abatido
personal y económicamente. Me han tenido que recoger, pero me he venido
arriba. Me ha mantenido con vida una fe férrea en Dios.
Muchos piensan que a día de hoy ha perdido el juicio. Se lo
ha dicho mucha gente. Entre ellos, el doctor Cavadas, pero también Eva
Rangel, su pareja y su apoyo en los momentos de zozobra. «Creo que todos
le hemos dicho que no lo haga, pero si le conoces, sabes que lo va a
hacer», admite ella. Cuando leyó la noticia de Cavadas y le comenzó a
dar la vuelta a la tarde, se reencontró con Eva. Porque con los
ligamentos también se le comenzaron a soltar las amarras de su familia.
Su mujer volvió a México con sus tres hijos, con los que mantiene una
«estupenda relación». Cuando vio la luz volvió Eva, que había sido su
primera novia cuando tenían 20 años. Se encontraron casualmente en el
entierro de su madre y desde entonces, están juntos. «Yo no puedo decir
nada porque a Vicente lo conocí torero».
El reto de volver a ponerse delante es difícil, casi
imposible, solo que esa palabra está fuera del diccionario de algunos
hombres del toro.
Aunque tuviera la pierna en plena forma y pudiera correr y
flexionarla de manera completa (ahora le resulta imposible y solo puede
trotar), tiene que poner en marcha un cuerpo al que se le negó el
ejercicio durante casi 20 años y que, en total, ha sufrido 57 anestesias
generales. Ha andado con muletas y en una silla de ruedas durante dos
décadas en las que solo su cabeza se sentía aún torera. Aquel toreo
explosivo que practicaba ya no es una meta, pero hasta las tauromaquias
más reposadas están más cerca de la quimera que de la realidad. En ese
proceso de involución física, ha perdido 20 kilos y pasa el día
entrenando. En Moncada torea de salón o se pone delante de las becerras y
de una decena de novillos. Además, acude a rehabilitación y pasa horas
entre el gimnasio, andar, trotar y mentalizarse. Supervisa todo ese
proceso físico Rafael Blanquer, exatleta y entrenador de estrellas del
salto de longitud como Niurka Montalvo o Yago Lamela. Toda esta
instrucción le absorbe diez horas al día. El resto es soñar: «De aquí a
Fallas me quedan 14 kilos por perder».
- ¿A Fallas, en la plaza de toros de Valencia?
- Esa es mi ilusión. Quiero hacer algunos festivales para
reaparecer en Valencia el año que viene. Eso sería grande, mi meta. Me
puedo dar con un canto en los dientes si ocurre.
- ¿Y después?
-Después, Dios dirá.
- Habrá cerrado la gran cuestión de su vida.
- Volver a torear es importante porque sin ese toreo me
arruinaron la vida. Además, igual puedo inspirar a gente que está
desesperada, para que no abandone. Pero sí, le habré ganado el reto a
esta guerra.
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