El torero vasco se faja con dos corridas en 72 horas en Las Ventas, reto que afrontó Antoñete por última vez en 1985
josé ramón ladra
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Banda sonora de una película sin más ley que la verdad. Al fondo, el toque de corneta de «Río Bravo», entremezclado con el rugido de pistolas de un Oeste no tan lejano. Y en primera línea, tan cerca del desafío, Fandiño, frente a un camino de hojas de Otoño que conducen a la tierra prometida. Su historia se agigantará en un western emocional de 48 horas. Tiempo rodado a fuego lento en la ciudad del reloj fugitivo: Madrid, dos tardes y cuatro toros para culminar un capítulo detenido por los pitones de un parladé que conducía una ambulancia blanca. Ahí viajaba la muerte un 22 de mayo de matar o salir con los pies por delante.
«Madrid, te amo y te temo. Me enamora tu exigencia pero impones mucho»
Ya es hora de taponar ese olor a cloroformo
para aromarlo con la otra gloria ante dos corridas (Victoriano del Río y
Adolfo Martín) de distinto encaste, «lidiando variedad, como siempre
hicieron las figuras». El 4 y el 6 de octubre suena de nuevo la llamada
de la apuesta: «Toca volver a tirar la baraja encima de la mesa», redondea
Iván el Orduñés. Y lo hace a doble o nada. Un largo cuarto de siglo
después de que Antoñete se fajase con tal compromiso (1985), Fandiño
toma el testigo para asumir el reto de dos paseíllos en el escenario capital de la Fiesta.
«Madrid, te sueño y te respeto, te amo y te temo», sentencia el vasco
en un impactante vídeo promocional, presentado ayer en la finca
alcarreña de «Cantinuevo», un paraje donde toro y caballo se tallan en
un único tótem.
El torero indomable
Su voz explosiona en la inmensidad del ruedo al compás de gentes como Díaz Yanes o María Toledo,
fieles al Otoño de Fandiño, que ahonda en el verbo brindado a la
Monumental: «Me enamoran su exigencia, la rectitud con la que mide, todo
lo que da. Pero cuanto más toreo, más miedo paso, señal de que te estás
colocando en un sitio importante y de que es preciso ofrecer lo que
esperan de ti. Asaltan las dudas, la incertidumbre...
Impone mucho». Palabra de Iván, el hombre. Palabra de Fandiño, el
matador, que estrenó su cuarta jornada antes de la cita crucial
desnudando dos toros a puerta cerrada. El umbral se abrió a las cámaras,
rastreadoras del gesto del torero indomable, que se la jugó sin más equipaje que la pureza.
Botos, calzona y camisa clara que acabó tatuada de sangre del humillado
adolfo, un toro de seis años con el que se atrevió en sus
entrenamientos y al que toreó a placer, roto, hundido y encajado. «¡Cómo
ha estado por el izquierdo!», exclama el ganadero. Al natural, como su parlamento con la prensa.
«Necesitaba la paz interior del deber cumplido»
«Este compromiso me lo he tomado como algo personal. Aunque la satisfacción que sentí en el hospital no la cambio, me carcomía la intranquilidad por no rematar San Isidro. Mi alma necesitaba la paz interior del deber cumplido»,
reflexiona. «En mi vida se anteponen los sentimientos a los dineros»,
continúa, aunque sabe que en su esportón ya habita ese dorado ausente en
un pasado arduo. No se da coba con tan loable reto, «que se ve como
algo fuera de lo común, pero debería ser lo normal; por eso lo afronto
con naturalidad». Más allá de la próxima estación, se halla el destino de seis toros en solitario, «pero todavía no es el momento».
La apuesta del mañana inmediato es doble o nada. Pese al riesgo, la serenidad gobierna su día a día, marcado por cánones fijos: «Me levanto al amanecer y me acuesto al anochecer».
Dos lunas para pensar, soñar y ahuyentar miedos, «con la ayuda de
Néstor, mi apoderado», faro y guía de una senda forjada en esa «independencia» mantenedora de libertades. «Si erramos, nos levantaremos. Si triunfamos, nos acercaremos a la victoria», reza el axioma.
La tierra prometida
Con Zaragoza en el horizonte, su reencuentro con la Monumental se antoja pilar y colofón de las cumbres de la temporada.
En la diosa Ventas se esconde el tesoro de la Puerta Grande, «que no me
obsesiona, pero sí la quiero; dos serían algo maravilloso porque
siempre busco el más difícil todavía, aunque soy consciente de lo
complicado que es». Madrid esconde la llave de la tierra prometida, de carteles y cachés sin trillar, de ese paraíso –a veces de renglones torcidos– en el que se congregarán los que están y los que se fueron, fandiñistas de hoy y de ayer, creyentes en la religión del toreo inmortal.
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