Con un trapo rojo en la mano y armado de esa sinceridad desnuda que tanto gusta a la afición madrileña, la figura pacense fue la única en cruzar el pasado año la Puerta Grande. Conquistador de un sueño que había comenzado con una decepcionante pesadilla a solas con seis victorinos,
asegura que «nunca había visto a Madrid tan entregada conmigo». «A la
salida de cada tanda -prosigue− sentía el ruido de esa conexión. Hubo un
instante en que me obsesioné por buscar la verdad más absoluta, y resultó increíble». La espada no falló: «Cuando la enterré, fue un momento de realización total, de satisfacción plena, como si liberase mucha sensaciones guardadas».
Toda esa expresión la ha enseñado desde primera hora esta temporada, en la que camina a la vera de Curro Vázquez tras su ruptura con el empresario de Las Ventas, Manuel Martínez Erice. «La verdad es que una de mis prioridades a la hora de cambiar de apoderado era tener una persona independiente, pues siempre había tenido esa idea, ese concepto de mi carrera. Pero con Manuel me entendía muy bien». ¿Qué le aporta el maestro?
«Su experiencia es esencial. Él sabe lo que significa ser torero. Me
siento muy a gusto a su lado. Es un hombre muy cariñoso, que conoce
perfectamente las manías
que podemos tener los toreros, y que va a defender por libre los
intereses de mi carrera, que es lo que yo necesitaba interiormente».
Ascensión de su toreo
Las primeras crónicas de la campaña ensalzan la positiva
ascensión de su toreo. «Año tras año, llega un momento en que los
toreros tenemos las cosas más claras y estamos más capacitados para
hacerlas. Me encuentro en una etapa en la que he descubierto muchas
cosas, en la que puedo torear como siento».
A Talavante le duele su ausencia en las primeras ferias, salvo
Olivenza: «No he estado ni en Valencia ni en Sevilla, por lo que San
Isidro será aún más importante si cabe». Otra vez le esperan Barajas y
Atocha, ese «Pongamos que hablo de Madrid»
de su amigo Sabina que en tantas faenas lo acompaña. «Es una plaza en
la que unos días han salido las cosas peor, pero ha habido tardes muy
bonitas, y la verdad es que noto que hay un cariño especial en esta plaza hacia mí». Le gustan los carteles: «Creo que están muy bien, que invitan a soñar con los pies en la tierra».
La salida a hombros del 2012+1 simuló un eterno vía crucis en el que catorce estaciones se quedaban cortas. ¿La recuerda aún? «Acabé magullado, pero ya es un recuerdo casi lejano, porque en esto del toreo se vive casi al día. Cada tarde tiene una trascendencia distinta, en la que unas veces experimentas cosas más normales y otras mucho más especiales».
Apasionado de la capital, comenta que se siente
«identificado con muchos rincones; es una ciudad para quedarte siete
días a conocerla un poquito. Además, te aporta una barbaridad con su apuesta por las manifestaciones artísticas».
Ese arte que confiesa perseguir en la Monumental antes de tomar el
avión para tierras americanas. «Aunque nunca se sabe si se darán las
circunstancias propicias, Dios quiera que sea una buena feria. Ojalá
veamos el vuelo más alto y emotivo de mi toreo».
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