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viernes, 2 de mayo de 2014

CRÓNICA DEL 2 DE MAYO: El código del manso

Urdiales, puro, da una vuelta al ruedo con Ferrera sabio y Saldívar frío

 
MARCO A. HIERRO, Madrid
El toro manso lo que tiene es que mansea, y esa perogrullada de tendido de Las Ventas -escuchada tal cual por servidor- se convierte en clave del festejo cuando sale una corrida como la de hoy. Ninguno, ni uno sólo de los toros titulares en el envío de la familia Lozano se sacudió el sambenito por aprovechables que fueran las cualidades exhibidas. Pero el manso, el que mansea, tiene su código para la lidia, y es ese el que hay que descifrar para que aquello mantenga la apariencia de combate. Combate digo, porque no hay lugar para el toreo -componente artístico- cuando falta la entrega en uno de los contendientes.

Y faltó en Madrid, con Joselito presente en un burladero del callejón y en el vestido de Saldívar, idéntico al que vistió aquella tarde de la que hoy hacía 18 años. Faltó en el encierro al bruto primero, a la movilidad del geniudo segundo, al vulgar y soso tercero, al áspero e informal cuarto, al buey quinto y hasta al badanudo y amplio sexto, que sacaba brío en la paralela a las líneas y se convertía en estatua en la perpendicular. Cosa de las querencias, vaya, que casan mal con la entrega cuando estás necesitado de altavoz.

Ese es el problema que sólo sintió Diego Urdiales cuando se comportaba el quinto como el niño que ve a su mamá en actitud amenazante: no acudo al cite, no vaya a ser que me arrepienta. Un inicio de castigo, con la muleta a los riñones en doblones poderosos, ganando el paso hasta los medios para rematar allí con torero trincherazo lo que henchido estuvo de suprema torería. No hubo más en ese quinto porque comprendió la prenda que era batalla perdida. Y Urdiales que se le escapada el tiro para el que venía entregado, como se le escapó la oreja del segundo entre las manos del presidente. ¡Ay, Trinidad, Trinidad!

A la mentada autoridad no debió de convencerle la forma en que Urdiales descifró con valor y capacidad el código del manso. Había que leerle entre líneas al colorao para construirle el trasteo; desentendido y sin afán en los primeros tercios, topón y sin raza en el penco, vencido en las chicuelinas que quiso ajustarle Saldívar en quite que exigió quita. A ese le encajó Diego el mentón al pecho, que le ofreció franco y de frente y que arrancó los olés en el primer tramo para querer en el último llevarse el corbatín de recuerdo. Sólido el riojano en la propuesta y en la fe, porque Diego no se cruza; se coloca con perfecta intuición, firme apuesta y completa fidelidad a la pureza más pura. Hasta cuando le visitan el pescuezo dos respetables pitones. Debió pasear, en la vuelta al ruedo sin mácula, la oreja que se quedó bajo el faldón del presidente. De criptografías de manso andan muy escasos en comisaría.

Bastante mejor que ellos anda un Ferrera que ha convertido en arte la lectura del código. Del manso, del bravo y del medio pensionista. Le vio al cuarto en el capote la virtud de humillar y el defecto de negarse a hacerlo con fluidez. Anduvo brillante en banderillas porque sabe cuándo clavar, cuándo exponer y cuando sesgar para firmar tercio variado y completo. Fue de descifrar el código del manso la construcción de un trasteo que entretuvo a Antonio corrigiendo protestas en la altura, parones en los toques y arritmias en el tiempo hasta que llegó la conjunción en cuanto le leyó dos letras. Todas las demás llegaron detrás. Y supo elegir el momento de dejarla puesta para ligar un muletazo y dos de pecho que sonaron demoledores entre la búsqueda, acompasados y armoniosos cuando viajaban hacia adentro, conquistando la voluntad del bicho y perdiendo con la espada el trofeo a su labor.
También Saldívar fue capaz de descifrar el código, aunque no siempre de entender lo que leía en la vitela del manso. Tuvo firmeza el mexicano, valor por arrobas y hasta decisión en las soluciones, pero entre el viento, una frialdad atípica en él y la complejidad del mensaje bóvido se le fue la tarde en blanco. Porque no era la misma la solución hacia tablas que junto a ellas para el informal sexto, ni fue la tecla del tercero recorrer la plaza al son que marcaba el bicho. A ese le tragó llegadas dormidas, le clavó el talón y se sobrepuso al viento, pero no dijo nada.

Y no suma pasar en silencio cuando dice tantas cosas el código del manso para quien conoce su misterio. La lástima es que tampoco sirve entenderlo, aceptarlo y apostarle cuando el que saca el moquero no entiende de criptografía. Para tardes más evidentes habrá que esperar otro código.

FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Corrida goyesca del 2 de mayo. Cuatro Toros de Lozano Hermanos (manso, bruto y malo el colorao primero; de genocida movilidad el bronco segundo; de carretas el manso quinto; de manso gemío sin ritmo el sexto) y El Cortijillo (anodino el desclasado tercero; sin ritmo el áspero cuarto).

Antonio Ferrera (blanco e hilo negro): silencio y ovación tras dos avisos.
Diego Urdiales (rioja e hilo blanco): vuelta al ruedo tras aviso y silencio.
Arturo Saldívar (verde botella y oro): silencio tras aviso y silencio.

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