
La teoría del toreo
Uceda Leal pasea una oreja y Tejela pierde otra con los aceros
MARCO A. HIERRO | Madrid
 Economía para explicar la diferencia entre la ciencia del toreo y el arte del toreo, que ni son lo mismo ni vienen en lote, pero suelen ser definitivas cuando se presentan a la par. Lo sabe Uceda Leal, que fue cuando logró conjuntarlas con el buen primero cuando arrancó de las gargantas los olés más barrigueros. Domina Uceda
 la ciencia y compone muy bien el arte, y eso le aporta la clase. Clase 
para vestir de tono mayor la embestida sin pulir hasta que la tiene 
construida con la mano derecha. Y cuando llega la hora de la exigencia 
basta un leve toque con el vuelo, un embarque bien medido, un trazo de 
calculado pulso y una largura bien fundamentada para que lo que parece 
bueno rompa a superior. Y es superior sólo cuando llega el abandono de la muleta al morro, la embestida azuzada y vámonos palante.
 Es entonces cuando llega el arte, porque no se da cuenta el cuerpo del 
mecánico esfuerzo que supone el abandono, que cansa, que vacía, que hace
 romper a sudar casi sin que se muevan las piernas.
Ahí el arte en dos tandas de rotunda profundidad. Lo demás fue ciencia. Tiempos, pausas, milímetros de trapo bien elegidos y centímetros de pasión contenida en favor del toro para prolongar la sensación. Cierto que sobró una tanda con la embriagadora profundidad del natural hechizante que buscaba Ignacio,
 ya sin fortuna. Pero no lo es menos que voló la espada toricida y 
certera con tanta ciencia en las formas como arte en el conjunto. La 
perfección de la estocada para guardarse un nuevo trofeo en su colección
 venteña. Lo del cuarto fue otra cosa cuyo término tendremos que 
inventar para alcanzar con precisión el grado de mansedumbre.
Porque dice la teoría del toreo que se 
dice de arriba a abajo y de fuera a dentro templando el trazo. Temple. 
Lo dijo por la mañana con acierto Paco Aguado en la misma presentación, recordando que fue Belmonte quien acuñó el término, que no es centenario aún. Por la tarde lo enseñó por momentos un Matías Tejela
 más sólido y metido que en sus últimas comparecencias. Lo tuvo con el 
percal para soplarle una docena de lances y una media en los medios al 
buen tercero. Lo tuvo en dos tandas soberbias de mano diestra, una vez 
pasado el bache de naturales sin ritmo, cuando se olvidó de la ciencia protectora para abandonarse al arte embriagador.
 Siempre existirán los eruditos de la teoría que la evolución hace 
pretérita para silbarle la colocación. La teoría del toreo debe de 
permitir ligar cruzado; la de la física, no. Como no permite fulminar a 
un toro con medio sablazo ni, por tanto, pasear la oreja que tenía en la
 espuerta.
 Son las cosas de la teoría las que maneja Curro Díaz
 para buscar con denuedo la ligazón impuesta y mal entendida. Cierto es 
que economiza el movimiento utilizar un sólo toque para cuatro 
muletazos, pero también lo es que resta pureza esa noria a la teoría del
 toreo. Porque hay que enganchar y soltar, según las leyes, el recorrido
 que tenga el toro, aunque no le hayan hecho ningún bien al segundo los 
recortes del inicio. Ahí chocaron de frente la ciencia y el arte, pues se quedó sin viaje el Fuente Ymbro sin ritmo.
 No se entendió con la ciencia a chotas para cogerle el pulso al animal,
 y entre intentos se le murió el tiempo. Y entre protestas pasó el del 
deslucido quinto para cumplir con silencios su segunda tarde del año en 
Madrid.
Fue de teoría y de arrestos la tarde de 
las cuadrillas, porque muchos saludaron ante el sanedrín la pureza de 
las suertes. Lo hizo Ángel Otero con el sexto después de jugarse las barbas entre pitón y pitón; lo ejecutó Montoliú en el segundo, con su brindis al cielo en memoria de padre y maestro; y lo hizo Jesús Romero después de clavar dos pares con el pecho en el balcón. Como dicen teoría, práctica y manos para la ovación.
 Porque las hubo esta tarde para aplaudir
 la teoría del abandono cuando lo hubo, la práctica del toreo cuando se 
vio y dos toros de buena nota, primero y tercero, que redimieron a Gallardo con la exigente capital. Esa misma que debería -todos deberíamos hacerlo- echar un vistazo al texto de Galindo para quitarse tabúes. Y para que el toreo en la taberna se entienda mucho mejor.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. 
Feria de San Isidro, decimonovena de abono. Tres cuartos de entrada en 
tarde nublada, primaveral, agradable. Toros de Fuente Ymbro,
 bien presentados. De profunda embestida el buen primero, aplaudido; 
manejable sin ritmo el flojo segundo; entregado, enclasado y bueno el 
tercero, aplaudido; rajado y protestón el cuarto; deslucido el quinto; 
con disparo sin clase y a menos el sexto.
Uceda Leal (sangre de toro y oro): oreja y silencio.
Curro Díaz (palo de rosa y oro): silencio y silencio.
Matías Tejela (sangre de toro y oro): ovación tras aviso y silencio.
Saludó tras parear al segundo José Manuel Montoliú, tras parear al tercero Jesús Romero y tras parear al sexto Ángel Otero.

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