El alma y la pena
Silencios en Madrid con semovientes de Baltasar Ibán
MARCO A. HIERRO,
Madrid
Dicen que el alma pesa 21 gramos,
trasciende al cuerpo y sirve para definir todo aquello que no somos
capaces de reflejar con palabras. Dicen que la pena, con matices, es
sinónimo de la decepción en una de sus acepciones. En otra significa castigo impuesto por la autoridad competente.
Es esta última la que más se acerca a lo vivido en el tendido cuando se
juntaron las dos palabras para calificar a los bóvidos de almas en
pena. Cuatro de ellos, al menos.
Castigo fue, desde luego, ver la ilusión
de tres tíos estrellada en embestidas bobaliconas, la moral humedecida y
embarrada por la tarde plomiza y el tendido mirando el reloj con
denuedo para coger las de Villadiego. Allí, o más lejos, hubiera querido
estar Cristina Moratiel cuando vio que a la percha de sus ibanes le faltaban alcayatas para sostenerse.
A todos excepto a uno, el más gallardo del encierro, que a estas horas
canta el aficionado y que copa, a buen seguro, las conversaciones del
profesional. Encastado decían por el tendido. Yo digo bravucón y
defensivo con la movilidad de una lagartija y la clase de una fregona.
Ello no exime a Luis Bolívar de
cometer el error de dejarlo venir para cogerlo luego de cerca, visto lo
visto. Porque ya tenía el serio toro, de aplaudida estampa, al pagano
de su parte, y a éste no le importó que soltara la cara con violenta
saña, que buscara más morder que embestir y que fuera con el pecho y con
las manos detrás del trapo rojo. Batalla perdida para Luis, que dejó en
la primera tanda, sin exigencias ni abusos, la impresión de que el
bicho era de reventar plazas. Toro que había galopado largo para topar
con el penco y maldita la importancia que tiene la pelea que realizara.
No fue la mejor tarde del colombiano en Madrid, pero cuidado si ese toro
cae en el trapo de un novato. El otro, el escurrido salpicado que hizo
quinto, suficiente tenía con aguantar el rabo.
Algo más aguantó el primero, el otro alma con menos pena, pero no sé si fue mejor o peor para Fernando Robleño. Porque estuvo correcto, pulcro y limpio el madrileño en cites, trazos y planteamiento, pero careció de alma el trasteo,
y fue una pena. Lo fue porque el empuje, el espíritu y la transmisión
le hubieran dado a su pulso más condimento y sabor que un olvido
renegado y cruel después de pasaportar al semoviente cuarto. No espera
eso el tendido de Robleño, sino sincera batalla y aplomada entrega. Pero
no había con qué.
En el alma le dolió a Rubén Pinar
salir con la pena del vacío de la plaza que más le valía. No debe ser
fácil citar veinte veces para que se arranquen dos toros pasadores,
vulgares y bobalicones sabiendo que tu futuro depende de su cansino
trotar. Tocó de cerca, citó de lejos; buscó terrenos de contra, se fue a
buscarlos al 5; emplazó para ahora mismo a las dos almas en pena que le
cupieron por castigo. Pero la pena más grande fue que su esfuerzo y su voluntad no dejó ganas de más, sino presurosas carreras por ir a despachar la cena.
Porque así de duro es el espectáculo del
alma cuando se convierte en pena. Pena de castigo para el resumen
escueto que hoy se escuchará por La Tienta. Y se taparán los profesionales con los integristas del toro porque no vale la pena discutir. ¿Pensará lo mismo Bolívar...?
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid.
Feria de San Isidro, vigésima de abono. Dos tercios de entrada en tarde
nublada, fresca y posteriormente apacible. Seis toros de Baltasar Ibán,
bien presentados. Noble sin transmisión el primero; bravucón y geniudo
el segundo; almas en pena tercero, cuarto y sexto; de inválida calidad
el escurrido quinto.
Fernando Robleño (blanco y oro con cabos negros): silencio y silencio tras aviso.
Luís Bolívar (sangre de toro y oro): silencio tras aviso y silencio.
Rubén Pinar (verde hoja y oro): silencio y silencio.
Saludó Ángel Otero tras banderillear al cuarto.
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