Los ojos del corazón
Juan del Álamo corta una oreja; Teruel pincha y Tendero no aprieta
MARCO A. HIERRO,
Madrid
Los ojos no suelen mentir como la boca o las manos. Los ojos están tan invadidos de corazón
que son la parte más sincera del más marrullero humano. No sonríe de
verdad el que no lo hace con los ojos, y hoy se transmutaban en dicha
los de una chaval de Salamanca que nunca dejó la humildad que le queda
como un guante a estas alturas. Ha conocido grandeza y ha sufrido los
olvidos; ha mamado la escasez y no le ha crecido la gloria. Sigue siendo
aquel chaval de ambición tenaz y resuelta determinación al que le han madurado los años, aunque sean pocos.
Comenzaba a hacer ya mucho tiempo de las pretéritas glorias cuando se vio Juan del Álamo
sin rozar un pitón, y le marcó el espíritu la nada sin haberla sentido
entera, señal de que es inteligente quien cortaba hoy su cuarta oreja en
sus cuatro últimas actuaciones en el fielato de Las Ventas. Una tarde
en este serial le reportaron las otras tres; no lo tuvo tan difícil un
compañero del cartel de hoy, a doble comparecencia por saludar una
ovación. Eso no se veía hoy en los ojos del corazón de Juan. El charro había venido a vencer o sangrar, que hubiera sido también una victoria, porque pasaban ambas por aplastarse en el ruedo.
Y vaya si lo hizo. Meciéndole
cadenciosas verónicas a su primero titular, toro de armonía, remate y
entrega, que se deslizó en el percal con boyantía, con clase. Con tanto derroche que se fue para atrás después de visitar al penco.
Cosas de la bravura, de la clase y de un Madrid que no perdona a un
toro que vaya al piso, aunque manee desde el suelo para seguir dándole
al jaco. Hubiera valido el toro a nada que le hubieran cuidado las
carreras en banderillas, pero lo sustituyeron por un sobrero feo,
larguirucho, mal comido, manialto y avacado del corral de Florito. Dio igual; tenía Del Álamo el corazón en los ojos, aunque hubiera salido el mismo diablo por la puerta de los sustos.
Estaba metido el charro, convencido de
enterrarse y con el temple en la cabeza, en el pecho y en las manos para
matarle los gañafones de sucia embestida al paisano de los cuernos.
Porque tuvo precisión Juan en el pulso y en el trato a un animal exigente que nunca le puso fácil descifrar todo el misterio.
Protestón en la exigencia por exceso, correoso al pitón izquierdo,
feble en el acompañamiento sin mando y desclasado en embroques y trazos.
Debía ser justo, preciso, medido el gobierno de Juan en las tandas a
diestras. Y lo encontró a la segunda, lanzando trapo al suelo, cosiendo
el morro a la tela y ofreciendo fibra, ataque y pulso
para ganar esta guerra. Era de faena corta, de buscarle intensidad a las
veinte arrancadas, de ofrecerse sin medida, en cuerpo y alma al futuro
en diez minutos. Lo consiguió el torero charro porque aún chispeaban en
la vuelta al ruedo mlos ojos del corazón, que sonreían sin matices, sin
reservas, sin maldad.
Pudo ser completa la felicidad de Juan
de haberle cortado otra oreja al desclasado sexto, abierto de palas,
alto de manos y cruz, ensillado y con morrillo para cuatro. En lo alto
de esa pelota puso Óscar Bernal dos varas de premio
cuando la inteligencia de Juan le ordenó lucir al funo. Luego fue tan
corta la batalla que se quedó en dos refriegas y media en las que arropó
Madrid, porque se sabe, en esta feria, detectar la verdad de un hombre que planta cara al destino a corazón abierto,
saliéndole por los ojos. Y salió Juan a pie de la tarde de su gloria
porque sabe que habrá más. Y habrá muchas en volandas, porque ya conoce
la tecla.
Esa tecla la pulsó fuera de feria un Tendero que justificaba hoy la sustitución de David Galván y deambuló entre medias tintas con dos toros de medias verdades que al final fueron mentira.
Lo fue el hermoso primero, musculado y reunido, que tuvo movilidad sin
fondo y en ella se perdió Miguel tras engolosinarse en el inicio y
esperar más inercia después para buscar la ligazón. Era de arrancadas
cortas, de tiempo entre cites, de alivio tras el tercero, pero cuando lo
vio el manchego en el pozo sólo había barro. También fue mentira el
buey cornivuelto y horrendo que se distrajo con todo menos con las
telas, porque no plantó batalla, sino defensa de cobarde que amenaza con rebrincadas vueltas y viles protestas sin raza, ni espíritu ni gracia. Por eso se fue exalando el Tendero del aire nuevo, que no mostró chispa ni apuesta en los ojos del corazón.
Corazón, alma y rodaje le faltaron a Teruel
para ofrecer más verdad al obediente primero, que no dejó ni un extraño
en pasadas ni revueltas mientras descargaba el torero muletazos en la
pierna de atrás. Mal asunto cuando embiste un toro tan
despacito, tan dormido, con tanta suavidad que hay que tener dos pelotas
para enterrarse en el suelo. Y más aún cuando es la primera
del año. Y en Madrid. Más asiento tuvo con el segundo, pero dejaban mil
dudas los ojos del corazón cuando echó de menos el rodaje para atacar
con fibra la deslucida embestida de regular inicio y mal final del
colorao cuarto. Pero tiene otra tarde para redimir las penas que le
acompañaron hoy.
No la tiene el torero que demostró que a Madrid se viene con el corazón en los ojos
para que vea el tendido a un tío con ciega fe. Tanta que ya está
pensando el chico en la próxima vez que pise este ruedo. Me lo decían
sus ojos al abandonar el ruedo. Me lo decían los ojos del corazón.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. Feria de San Isidro, segunda de abono. Algo más de media entrada. Toros de Martín Lorca
(con calidad y obediencia el grandón primero; repetidor sin fondo y a
menos el segundo; con exceso de entrega el precioso tercero, devuelto;
deslucido y manso el cuarto; mortecino en la embestida el quinto;
mansurrón y sin afán el sexto), y un sobrero de Vellosino, tercero bis, exigente en el pulso y de suelta cara.
Ángel teruel ( rosa y oro): silencio y silencio.
Miguel Tendero (purísima y oro): silencio y silencio.
Juan del Álamo (palo de rosa y oro): oreja y ovación.
Saludó Fernando Téllez tras banderillear al primero. Gran tercio de varas de Óscar Bernal en el sexto.
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