
Frescura en el olvido
Sólo una ovación en la plaza con manejable encierro
MARCO A. HIERRO 
Utreros de todos los pelos y pintas salieron en la componenda venteña de Guadaira y Montealto.
 Ninguno con el trapío del susto, a pesar de las tablillas con peso casi
 de toro. Entre ellos, tres con más virtudes que defectos para quien 
tiene frescura y hambre de aprender. Segundo, tercero y cuarto tuvieron movilidad, franqueza y codicia, que fue el ingrediente del guiso que se atragantó en la mesa.
 Es importante pegar verónicas de alelí, naturales de seda y cambios de 
mano de ensueño hay que imponerse primero al bicho de los dos cuernos, y
 eso no llega sin templada inteligencia, sin valeroso sosiego. La 
ausencia de ambas virtudes les mató la frescura a tres de los nombres 
que más suenan en el escalafón inferior.
A punto está de abandonarlo un Román
 que sustituyó hoy en Las Ventas sin la frescura de ayer. Tiró de raza 
el valenciano con el orientado primero, que aprendió a marchas forzadas 
desde el primer pase de pecho y para poco más que una muestra de actitud
 y una fuerte voltereta valió en conjunto. El Montealto cuarto sí tuvo codicia y voluntad para empujar hacia adelante las telas, sacándole el bofe por la boca al más pintado. A Román
 también. No tuvo la frescura de ideas que tuvo hace unos días en este 
mismo ruedo con el toro malo. Demandaba imposición la briosa acometida y
 la encendida revuelta, y recibió, por contra, una jartá de muletazos de mucho coraje y alma justa. No se entendió con el bueno Román, aunque pusiera voluntad para hacerlo.
Voluntad puso mucha Gonzalo Caballero,
 harto de decir que está tieso y de demostrar dos pelotas a la que tiene
 ocasión. Tras su apariencia basta, más de futbolista del Atleti
 (hoy llevaba su escudo bordado en el capote de paseo) que de torero 
estilista, se esconde una ambición que se incrementa cada día y que, a 
veces, le hace atropellar la razón. Porque luce mucho cuando aquello 
huele a pelea, cuando se exige quietud para la chicuelina arrebatada y 
para la media tremenda, como la del quite al cuarto. Pero le cuesta encontrar el pulso cuando tocan a toreo y tiene sus dos pelotas por únicas armas.
 Tampoco le ha ayudado tener que ir a la trágala de las plazas de 
relumbrón y no foguearse en los gaches. Ese pulso fue el que perdió 
cuando cambió diestra por zurda con el buen segundo, que le dio viajes 
de triunfo en un inicio y dos tandas en las que aplaudió Madrid. Valor, 
mucho, pero dejó faltando el toreo.
También lo dejó a deber Posada de Maravillas,
 y eso preocupa aún más cuando es precisamente el toreo su seña de 
identidad. Juan Luis vivió el año pasado una temporada de ensueño porque
 su temple innato y su frescura eran novedad en todas las plazas. Hoy no
 era novedad ni siquiera en este San Isidro, y aquel temple mencionado 
se quedó con la frescura en otros ruedos y otras gradas. Es el extremeño
 un torero con la mano diestra y otro distinto a chotas, pero ni 
siquiera esa le sirvió en Madrid para imponerse al buen tercero.
Lo esperó en la distancia y resultó deslabazado; lo fue a buscar en tramo corto y entre la codicia del Guadaira
 y su obesión por ligar fue pariendo amontonados los muletazos sin 
mando. Se escudó entonces en su mano zurda, la de la confianza y el 
toreo, pero no terminó de fluir lo que no se había construido antes.
 El deslucido sexto de rematado corpachón fue un animal deslucido que 
dejó a la concurrencia mirando el reloj. Y preguntando por la frescura 
que le firmó dos tardes en el mundial del toreo.
Una cordobina de buen trazo tras un quite por chicuelinas de Román, un cambio de mano de Caballero para iniciar trasteo al segundo y algún natural muy suelto de Posada
 en una tarde no parece amplio bagaje para quienes tienen el futuro en 
las manos. Tal vez hay que acompañar con oficio la frescura en el olvido
 cuando ya no se es tan nuevo. Y en Madrid lo peor es el olvido.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid. 
Feria de San Isidro, decimoséptima de abono, novillada. Dos tercios de 
entrada en los tendidos. Tres novillos de Guadaira (exigente y orientado el primero; de calidad sin fuerza el segundo; franco y codicioso el tercero, aplaudido) y tres de Montealto
 (con calidad y bravura el cuarto, aplaudido; áspero, protestón y 
deslucido el quinto; desrazado y falto de transmisión el sexto).
Román (marino y oro): silencio y silencio.
Gonzalo Caballero (marino y oro): ovación y silencio.
Posada de Maravillas (azul rey y oro): silencio y silencio tras aviso.

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