La liturgia de los mulilleros
JAVIER FERNÁNDEZ-CABALLERO, 
     Madrid 
Nada puede quedarse imperfecto, porque 
es precisamente la perfección  norma  inviolable en el oficio del 
mulillero. Y para que la imperfección no corrompa el momento cumbre del 
oficio, la tecla clave para que éste sea perfecto se hace apelar tiempo.
 Enmascárelo como temple, despaciosidad o serenidad, pero siempre con 
éste como ingrediente clave. 
"Es otra de las tantas liturgias 
que tiene el toreo. La liturgia de vestir las mulas y dejarlas bien 
preparadas, cuando lo haces con afición, es algo muy importante. Es un 
rito, pues al igual que vestir al torero, cualquiera que tiene afición y
 la vive también constituye un rito para él vestir las mulillas".

 Y así, templado, como si el tiempo no corriera en su muñeca, 
José Antonio Tamayo,
 mulillero venteño desde hace tres décadas, se muestra antes de realizar
 una tarde más el paseo de los valientes. Y hablando de valentía, 
"yo
 nunca tuve valor para ser torero, pero la droga siempre te lleva a 
querer estar lo más cerca posible del toro y vivirlo siempre desde un 
primer plano, por eso me hice mulillero. Soy vallisoletano y dirijo una 
empresa de distribución de electrodomésticos, pero la distancia y la 
situación laboral nunca han impedido que pueda ejercer mi afición con 
total libertad".
 
Todavía no son las seis en punto y falta aún un rato para que se oiga el ¡pá la piedra!
 de las almohadillas; apenas se han roto unas cuantas entradas de 
aquellos madrugadores que leen el periódico en el tendido y ya tienen la
 primera media faena de la tarde confeccionada los mulilleros. Toda una 
liturgia. De principio a fin.
 
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 "Llegamos temprano, sacamos las mulas para que retocen por la
 arena y se limpien y después se las asea. Luego llega el ritual de 
vestirlas: se les ponen los bridones, los cabezones, la mantilla, los 
collerones, los tiros y las dejamos preparadas para que cuando llegue el
 momento del paseíllo estén listas". 
 
Sus pies van cubiertos con las manoletinas. No es casualidad la 
torería que desprende la cuadrilla de mulilleros fuera de la plaza: 
también respeta desde dentro, y en cada detalle, la profesión a la que 
hacen honores, pues "para pisar el albero hay que tener siempre un respeto a la profesión que el torero desempeña". 
 
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Respecto a su distribución a lo largo del año "Normalmente
 estamos en esta plaza. A veces por contactos que hay en otras cuadras 
de picar colaboramos en otras plazas, sobre todo por los alrededores de 
Madrid. Hubo una época en la que incluso estuvimos en Pamplona, 
Santander, San Sebastián en la inauguración, pero nuestra dedicación es 
prácticamente exclusiva en Madrid".
  

Fuera grabadoras, 
Tamayo se siente libre. Quizá le 
afecte el final de cada tarde, cuando libera de sus ataduras a los 
nobles animales y, de nuevo, les ofrece el descanso nocturno. Al 
liberar, se siente rescatado, como ahora: 
"Mi  vida de mulillero
 se ha desarrollado desde la afición que se tiene desde la más tierna 
infancia. Estar cerca del toro es algo importante para alimentar esa 
afición, y quizá cada día necesitas más de esa proximidad. Estar 
participando en el callejón, tener todas las vivencias, participar de la
 Fiesta tan cerca es algo muy importante para mí porque me llena. Todos 
los que somos mulilleros de Madrid lo hacemos altruistamente. Tan sólo 
nos mueve la afición y la droga que es el mundo del toro". Amén a la honradez de la afición. 
 
  
 
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