El secreto del compás
Perera descerraja la puerta grande desorejando un toro de Adolfo Martín
MARCO A. HIERRO,
Madrid
Después de la tarde de hoy, debemos plantearnos mucho hasta dónde puede llegar una nueva forma de torear al toro de Albaserrada.
Torear, ¡ojo!, que no lidiar ni acompañar embestidas. Torear ofreciendo
la tela para enganchar con confianza y templar con seguridad una
embestida, aunque sea ésta más regulín que regulán. Pasaba la tarde por
fatigosa búsqueda de virtudes cuando de repente, como caído del cielo de
los elegidos, se hizo presente el compás. Con el nombre de Perera.
El compás es esa misteriosa virtud que
nadie sabe definir y todo el mundo conoce. Se conoce porque se siente,
porque te llega a las tripas para soltar un olé, porque pare de la nada el misterio del toreo y
entonces se van al limbo los toques, las bambas y los picos porque la
plaza se rompe y el propio compás la pone en pie. Es la armonía, la
conjunción, el momento en que se hace sagrada la imperfecta desunión de
conceptos para vomitar el toreo sin caricias ni ternuras. Desde las
tripas. Desde el centro de la verdad.
Esa verdad de ese centro se la lleva puesta Perera
para auparse a los altares por buscarle el fondo cárdeno al que parecía
medianía gris. El sexto de un encierro que se le fue yendo a más porque
tuvieron los últimos más virtudes que buscar. A ese saltillo coqueto,
de generoso pitón y musculosas carnes, le dio Perera la verdad que conoce porque la siente en el alma y la impone con el trapo.
No le vale al extremeño la plasticidad ni el empaque si no hay encaje,
ni riñón, ni acompasado temple del nuevo, del que ha redefinido Miguel
añadiendo ralentizar a los tiempos de Belmonte.
Para eso no vale cualquiera. Para eso debe haber un tío tan seguro de su concepto que derrumbe los pilares y los cánones para enseñar otra tierra,
un nuevo mundo que conquistar desde el valor y la certeza. Certeza
descomunal de que pasaba delante el animal dubitativo y sin entrega que
se encontró en principio. Certeza porque no le quedó más remedio a la
figura gris que tirar de fondo y embestir como le mandaban, con la
autoridad de un trapo que hoy cuesta tres kilos más. Citó Miguel con el pecho metido entre tela y toro,
con la bamba en el morro sin que hubiera un rozón, aplastado,
enterrado, ido del mundo y en otra dimensión. Desde allí construyó
consintiendo, rebozándose la embestida a más. Hasta que la tomó con la
chota, la disparó eterna y volaron naturales de maciza proyección. Uno,
dos, tres. El morro del animal por el suelo, los flecos barriendo arena
despacio, más despacio, más aún. Y el toreo puso en pie 20.000 almas a
golpe de corazón. 20.000 almas que empujaron el acero que voló
fulminante para acabar con el toro. Dos orejas. Un torero. Uno que ha
puesto el toreo boca abajo en dos tardes en Madrid.
A ese tío de turquesa y oro le tendría que poner Adolfo
un piso en la zona centro por apostarle al fondo gris y desorejar al
cárdeno. La inefable mediocridad de la corrida del sobrino se
transfiguró en problema menor por los tres tíos que la despacharon.
Algunos, con más verdad que nota en la grada. Ese fue Diego Urdiales, al que no entiende el recalcitrante sector del "crúzate". Y no me extraña.
Diego le ofrece los frentes, se encaja en cites y embroques, la ofrece más plana que nadie y busca siempre el toreo que le haga sentir, no el que le otorgue despojos. Porque no hay premio para Urdiales
si no lo ha sentido dentro. Es puro el riojano porque sabe entregarse
para que le den entrega los animales que lidia. Al menos, hasta donde
alcanza su virtud. Fue el caso del quinto, que le humilló en línea recta
y le repuso las revueltas. Diego lo paró, no buscó ligar. Porque ligar esa llegada no es torear para él.
Y él se pone para torear. Para echársela en el morro y verlo pasar
despacio acariciándole el bordado hasta que se va hasta atrás. Y si no
se va, mala suerte. Mala la tuvo él de encontrarse con los listos que
ven verdad en su mentira, la de ellos, la de ligar cruzado y no sé
cuántas tontunas más. De los naturales de muñeca rota y alma en el vuelo
que le sopló al Adolfo, los de ofrecido frente, cadera suelta y el toro
detrás no dicen nada los listos. Y esos llevaron su firma.
La de Ferrera tuvieron
dos lidias de imponerse sin sudar a dos toros de calibre nulo. Áspero,
correoso y reponedor el primero, que nunca quiso despegarse del suelo,
volvió sobre las manos y buscó con constancia los tobillos. Antonio ya no suda para ser mejor que esos,
toros de mentirosa condición y peligroso resultado si delante no está
uno que ande. Al bobalicón cuarto, mansurrón y deslucido, le buscó Ferrera
la vueltas en distintos terrenos, con distintas armas, y con todas
venció sin premio. Tuvo que ver también la defectuosa estocada que no
justificó ni la ovación.
Hoy la plaza era compás, armonía y toreo. Hoy era Madrid de Perera, que la ganó el otro día con el secreto del compás.
Ese que hoy diseñó con perfecta imperfección para morirse sin dudas con
uno gris y en Las Ventas. Dos puertas grandes seguidas para el tío de
turquesa y oro. El que venga detrás, que arree. Hoy manda Perera en el
toreo.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid.
Feria de San Isidro, vigésimo quinta de abono. Casi lleno en tarde
soleada y calurosa. Toros de Adolfo Martín, desiguales
de presentación: sin entrega el primero; soso y a menos el segundo;
deslucido y sin gracia el tercero: manso y desclasado el cuarto; de buen
fondo sin celo el quinto; con calidad y fondo el sexto.
Antonio Ferrera (nazareno y oro): silencio y silencio.
Diego Urdiales (verde botella y oro): silencio y palmas.
Miguel Ángel Perera (turquesa y oro): ovación y dos orejas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario