Luis Bolívar, cogido al entrar a matar a su primer toro ayer en Pamplona Efe |
Pamplona. Décima de la Feria de San Fermín. Se lidiaron toros de Miura, muy bien presentados. El 1º, orientado por el derecho y deslucido por el izquierdo; el 2º, manejable sin humillar; el 3º, deslucido, a la defensiva por falta de fuerza; el 4º, de muy corta arrancada, mirón y sin humillar; el 5º, de media arrancada, mirón y sin humillar; y el 6º, va y viene sin humillar. Lleno en los tendidos.
Javier Castaño, de blanco y oro, dos pinchazos, estocada tendida, dos descabellos (silencio); media estocada caída (silencio). Luis Bolívar, de blanco y plata, estocada (oreja); estocada que hace guardia, aviso, descabello (saludos). Esaú Fernández, de crema y oro, estocada baja (silencio); seis pinchazos, aviso, cuatro descabellos (silencio).
Si «Olivito» fue el toro trágico de la mañana, «Marchenero» nos dejó sin respiración unos segundos. Unos segundos eternos. Los que estuvo Luis Bolívar colgado en el pitón del toro, en el infierno. Ahí arriba y en la arena después le llegó el segundo envite antes de dejarle hecho un guiñapo. No sabemos cómo, quién lo sabe, Luis Bolívar sacó fuerzas de ese inmenso rincón en el que vive el amor propio del torero y se rehizo. No daba dos pasos erguido ni en línea, pero ahí estaba, en pie. Con la taleguilla rajada de ingle a rodilla, desmadejado el cuerpo, deshecho, perturbado por lo que podía haber sido una cogida sin perdón. Pero con él. Sin heridas. Ido. Pero en el ruedo. El brazo levantado y el toro en los últimos segundos antes de su muerte. El encontronazo en la suerte suprema había sido espeluznante. Y pudo haber sido fatal. Eso mejor no pensarlo. Hundió la espada y a la vez, sincronizado, se quedó sobre el pitón como si fueran uno, una barbaridad. Esperábamos cualquier cosa cuando lo soltó. Por fortuna ileso y capaz de pasear el merecido trofeo que cortó. Atrás dejaba una faena de entrega a un toro, que visto lo que salió por la puerta de toriles, se dejó. Manejable en la muleta, aunque sin humillar nunca. El colombiano Bolívar lo supo ver y aprovechar en una faena solvente. Se desplazaba más por el pitón diestro pero por uno y otro buscó el torero faena y la encontró. En la suerte suprema el toro, como había hecho siempre, no humilló y le cazó. San Fermín salió a escena antes de que acabaran sus fiestas. Vaya día tuvo.
El quinto empujó en la primera vara y salió suelto a la segunda. En la muleta pasaba ligero, sin humillar nunca, como toda la corrida y con la cara por las nubes, también de principio a fin. Luis Bolívar salió a torearlo con un pantalón de monosabio, resuelto y afanoso. Demasiado. Salió a saludar. Y eso en Pamplona es todo un desafío.
Javier
Castaño tuvo dos toros como para firmar una tarde en blanco. Un
orientado primero y un cuarto con un tercio de arrancada y sin humillar.
Tampoco apuntaba mucho mejor la tarde de Esaú Fernández con un tercero,
que se defendía por la propia falta de fuerzas y no daba opción. Para
despedirnos de San Fermín salió el toro «Olivito», que corneó a tres
corredores por la mañana en el encierro y sembró el pánico al quedarse
solo y alejarse de la manada. El papelón le cayó en suerte (ironía,
queda claro) a Esaú. En verdad el toro no fue ni más ni menos que el
resto del encierro. La fuerza justa, el poder justo, sin querer comerse a
nadie y por supuesto, defendiendo todo de media altura para arriba.
Pero se dejó y en ese lío supo Esaú sacarle partido hasta que cogió la
espada y llegó el desatino. Aún con ésas menos de dos horas de festejo.
Hasta el año que viene, San Fermín. Nos acordaremos de muchas cosas
durante el año. Me sumo a esa cuenta atrás.
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