A Victorin Martín, genio y figura, los taurinos le bautizan como 'El paleto de Galapagar'; con el tiempo se convertiría en el criador de toros más taquillero.
Victorino Martín posa en su finca bajo una vieja encina y al lado de un gastado carretón.
ANTONIO HEREDIA
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ZABALA DE LA SERNA
Madrid
Al viejo Victorino le robaron un rasgo inconfundible de su personalidad el día que el odontólogo le quitó su diente de oro. No hace tanto. Cuando el piño dorado destellaba en su pícara sonrisa es que un torero las estaba pasando moradas con una de sus encastadas criaturas cárdenas. El acto siguiente consistía en aspirar una enorme calada de humo de un gigantesco veguero con aires de satisfacción y mirar hacia los lados de cualquiera de aquellas plazas que al reclamo de su nombre se rebosaban en las décadas de los 80 y 90 como diciendo: «Con mis toros no hay quien pueda». Y gloria eterna para los lidiadores que pudieran.
Victorino Martín Andrés ha sido y es mucho Victorino como ahora reconocen premios y premios que caen en este 2014 con la importancia de la Medalla de Oro de Bellas Artes. La personalidad de los victorinos ha acaparado el último medio siglo de la Fiesta para erigir a su dueño y creador como el guardián de la casta, el ganadero del pueblo, el más taquillero y cotizado.
En los 80 se coronó rey de la dehesa con su imagen alejada del estereotipo de señorito andaluz, su lengua indomable y sus dotes de innato comunicador que hacían saltar chispas en un sistema endogámico y dormido en la comodidad. En sus dominios no pisaban veedores de toreros, ni mercaderes profanadores de templos, ni nadie osaba mandar más que el ganadero en su producto, en sus criaturas tobilleras -las que le dieron fama- o bravamente templadas -las que aportaron categoría- al mando de los vuelos de quien fuese capaz de descifrar los códigos herrados por la personalidad de Saltillo, Santa Coloma y Albaserrada con el sello de Victorino y el distintivo de la humillación.
El mito se fraguó desde una lucha que nace en tiempos del guerracivilismo cainita que desangró España. Entre vacas y cabras, el viejo Victorino se crió en Galapagar como un niño travieso y montaraz. El abuelo Venancio amasó un capital con el trato bovino y caprino hasta hacerse con casi 40 pequeñas fincas, que todavía en vida repartió entre sus cinco hijos. El verano del 36 arrasó con la supuesta paz de la II República y las milicias se llevaron a su padre de paseo a Paracuellos... La guerra de Victorino arrancó en orfandad.
De criador de ganado de carne y leche, tratante, carnicero y moruchero a imprescindible ganadero de bravo en la Historia del Toreo. La génesis de Victorino como marca registrada nació en 1960 con la compra en exclusiva de los albaserradas de Escudero Calvo, que caminaban hacia el matadero. Su providencial aparición convirtió un coche para el desgüace en un Formula 1.
La batalla entre Manuel Benítez 'El Cordobés' y Palomo Linares por una corrida de Galache en San Isidro de 1968 la utiliza Victorino Martín, todavía un desconocido y listo como Rommel, para hacer su primera gran incursión en los medios: ofrece gratis una corrida cinqueña (en tiempos del utrero) y anuncia que donará el precio de la carne a los pobres. 'Marketing' lo llamarían ahora. No hay contestación, pero agita la conciencia de la afición. Ese mismo año del 68 el semental Hospiciano embosca a Victorino Martín en pleno campo y le pega ocho cornadas que afectan gravemente al riñón y al pulmón izquierdos. Victorino entra esa temporada en el espíritu de Las Ventas el 18 de agosto con una corrida. El 'Paleto de Galapagar' triunfa con un espectáculo de pura adrenalina. 'El toro de combate', como llaman al toro de lidia en Francia, frente al concepto de 'toro artista'.
Todo torero que haya lidiado victorinos en plazas de categoría hace una marca especial en el pomo del estoque, como una muesca por enemigo caído en el revolver. Desde Andrés Vázquez en adelante se suceden auténticos especialistas en la ganadería de la 'A coronada': Ruiz Miguel o Esplá, que junto a José Luis Palomar compusieron el cartel de la llamada 'Corrida del Siglo' el 1 de junio de 1982, en plena exaltación de 'Naranjito', el puño y la rosa. TVE puso la guinda. Victorino salió a hombros. Ya sabía lo que era abrir ese pórtico de la gloria con Miguel Márquez el 18 de mayo de 1976: «El primer tanto de la tarde se lo apuntó Victorino al llenar la plaza hasta la bandera (...) A más de un ganadero le rechinan los dientes. Les duele la sicosis masiva que indudablemente existe en Madrid con esta divisa. Pero, señores míos, ustedes estuvieron a tiempo de hacer lo que él llevó a cabo a su debido tiempo: enfrentarse a todo el taurinismo, jugar la carta del aficionado, respaldar las campañas de la crítica independiente» (Zabala Portolés). Y se siguieron juntando hitos y nombres propios: Ortega Cano vino a indultar a Madrid en julio del 82 a 'Velador', único perdón para la vida de un toro en Las Ventas. Y así medio siglo que, como tantas tardes, agitó su nombre repetidamente: «¡Vic-to-ri-no, Vic-to-rino, Vic-to-ri-no!».
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