La noticia -lo recuerdo bien- paralizó a toda España;
casi antes que el dolor fue la estupefacción, la incredulidad. (Hace
treinta años, los medios informativos eran mucho menores). Escuchamos,
primero, que Paquirri había sufrido una muy grave cornada [así fue la el percance] en
un pueblo cordobés, Pozoblanco; horas después, que había fallecido,
antes de llegar al Hospital de Córdoba al que intentaron trasladarle.
Era el 26 de septiembre de 1984.
Nunca aceptamos la muerte; sobre todo, cuando fallece, de modo inesperado, una persona joven (36 años), muy robusta, plena de vitalidad. Poco a poco, se fueron añadiendo elementos que la hacían todavía más trágica:
el percance había sucedido en un coso de tercera categoría; el toro,
que no tenía un trapío excepcional, era el último que iba a matar en la
temporada española. Paquirri había reservado mesa en un restaurante, esa
noche, para celebrar, con su cuadrilla, el final de su temporada. Al
día siguiente iba a volar a Venezuela, para participar en un festival benéfico.
La novela verdadera
se iba completando. Un par de años antes, en 1984, el diestro había
declarado a José Luis Benlloch: «Estaré como máximo tres años. Luego, me
dedicaré al campo». No llegó a estarlos. Y el dato sentimental: el 30 de abril del año anterior, en la capilla sevillana del Gran Poder, se había casado con Isabel Pantoja. Lo resumía un titular del ABC de Sevilla: «Hacía año y medio que habían unido sus vidas y la muerte los separó para siempre».
De Mosquetero a Avispado
Esa tarde, en Pozoblanco, lidiaron toros de Sayalero y Bandrés Paquirri,
Yiyo y El Soro. Francisco Rivera cortó una oreja -la última de su vida-
al primer toro, «Mosquetero», que había brindado a un joven aprendiz de
torero, Manuel Díaz «El Cordobés». El cuarto se llamaba «Avispado» y pesaba solo 435 kilos.
El diestro, muy confiado, muy seguro de sí mismo, lo recibió con lances
mirando al tendido. Al querer llevarlo al caballo, el toro hizo un
extraño y le clavó el pitón en el muslo derecho.
Según Diodoro Canorea, el empresario de Sevilla, una persona de
amplísima experiencia, fue «una de las cogidas más terribles que he
visto en mi vida».
«Despierta, Paco, despierta», musitaba Isabel Pantoja
Comenzó así un calvario: una enfermería en malas condiciones;
un diagnóstico que menciona una cornada de tres trayectorias, con
arrancamiento de la safena y la femoral. Ante la extrema gravedad,
decidieron trasladarlo a Córdoba: 67 kilómetros de
una carretera con muchas curvas. Querían llevarlo al Hospital Reina
Sofía pero el herido se desangraba y el doctor Ruiz, que lo acompañaba,
decidió parar antes, en el Hospital Militar de Córdoba. Ya era tarde. Fue una enfermera de ese hospital la que dio la noticia de la muerte, confirmada enseguida por sus jefes.
La noticia paralizó a España entera. Poco después de las diez de la noche, llegó al hospital Isabel Pantoja; se abrazó al cadáver, musitando: «Paco, despierta, Paco».
Esa noche, Belén Ordóñez estaba en el domicilio de su hermana Carmen,
la primera mujer de Paquirri. La llamaron por teléfono Alfonso Ordóñez,
Miguel Ríos Mozo, Curro Puya... Ella no se atrevió a dar la noticia a Francisco y Cayetano, los dos niños: decidió acostarlos, sin decirles nada.
El viaje de Isabel Pantoja
A las tres y media de la madrugada llegó Isabel Pantoja a
su casa de Sevilla, en la avenida Ramón de Carranza, en un coche,
conducido por Juan Carlos Beca Belmonte, que precedía al furgón con los restos mortales. Ella repetía: «Paco, Paco, Dios mío..»”
Paquirri era un torero poderosísimo,
de grandes facultades físicas, «largo», muy completo; dominaba a todos
los toros y todas las suertes. Podía recibir al toro con la larga
cambiada de rodillas; llevaba la lidia completa, sin dejar intervenir a
ningún peón; banderilleaba con espectacularidad; realizaba una vibrante faena de
muleta; tiraba al toro patas arriba de una gran estocada... No era un
artista consumado (al comienzo, parecía que su hermano José, «Riverita»,
tenía más clase) pero sí un gran lidiador, con un enorme amor propio. No se dejaba ganar nunca la pelea.
«Tranquilo, doctor»
Su trágica muerte le convirtió en un mito pero acabaron de rematar su figura las imágenes de Antonio Salmoral en las que el diestro se dirige al médico, al llegar a la enfermería: «Doctor, la cornada es fuerte. Tiene al menos dos trayectorias, una para acá y otra para allá. Abra usted todo lo que tenga que abrir: lo demás está en sus manos. Tranquilo, doctor».
Se repetía así la historia de Ignacio Sánchez Mejías,
cuando, también herido de muerte, increíblemente sereno, con los ojos
muy abiertos, le decía, desde los pitones, a Alfredo Corrochano,
que acudía a hacerle el quite: «¡Por ahí no, Alfredito, que no me
suelta!... ¡Por el otro lado!» Es lo que vemos en una vieja fotografía,
lo mismo que escribió Federico García Lorca: «No se cerraron sus ojos /
cuando vio la muerte cerca...»
Ninguno de nosotros somos capaces de ponernos delante de un
toro pero a todos nos llegará, alguna vez, ese «momento de la verdad»
del que nadie escapa. Paquirri -igual que Ignacio Sánchez Mejías- supo
afrontarlo con dignidad ejemplar,
como un auténtico héroe. Solía decirse que la sangre de los mártires
era semilla de nuevos cristianos. La muerte de Paquirri -lo recuerdo
bien- sirvió para reforzar la imagen de la Tauromaquia, ese juego trágico en el que existe la verdad más auténtica.
Después de tantos años, desde Argentina y habiendo vivido en Francia he ido a varias corridas, luego de tantos, mas de 30 que por suerte me ayudó mi esposo y abrió mis ojos ya que soy Argentina y lo agradezco y por siempre , siguen igual de salvajes.
ResponderEliminarDios los perdone. A mi me revuelven el estómago.
Es horrible que muera un humano, tambien es justo que cuando sea agredido y atacado o lastimado para provocar su muerten sea animal indefenso o humano y pierda su vida se la merece y con respeto.
Podría haberse ganado la vida sin matar y por placer y lucir.
Lamento y siendo sincera la muerte de este tipo, pero más aún lamento que luego hayan matado al pobre animal que nunca pidió estar en ese lugar.
Perdón si esta orgullosa mujer hoy no está, me disculpo con sus hijos. Acá eso no se hace.