El mexicano corta tres orejas con el regalo pinturero del sevillano
J. F-C.,
México
El primero de Barralva fue un toro que, de salida, comenzó a humillar por el derecho, recibiéndolo a pies juntos a la verónica Morante
con cadencia. Grande la media. Posteriormente, y tras darle leña en
varas, comenzó faena el de La Puebla en el tercio ante un astado sin
alegría inicial. Fue contra la ilusión de Morante la condición del abreplaza, pues debía empaparlo en la muleta con un toque firme y enérgico. Fue en ese son en el que sonsacó varios naturales despaciosos, imprimiendo esencia antes de abreviar por el aplomo del de Barralva. Se atascó con los aceros.
Hasta el inicio de faena no se mostró claramente el cuarto: fue en ese momento cuando Morante el enjaretó tres trincherazos de cartel que enmarcaron la estructura de la faena.
Prosiguió Morante su faena pro el derecho, hundiendo la mano hasta el
suelo y el mentón hasta el pecho para dejar seis muletazos con retazos
artísticos. Se fue apagando la embestida del de Barralva, por lo que Morante a partir de este momento tan sólo pudo dejar detalles antes de ir a por la espada. Dejó un pinchazo hondo José Antonio.
No se quedó con buen sabor de boca con
dos silencios el de La Puebla y regaló el sobrero, al que le enjaretó
chicuelinas de arrebato después de que saltase el animal al callejón.
Arrebatado, le sopló cuatro verónicas tras el puyazo. Fue sensacional el
inicio, combinando el toreo por alto con trincherazos de acusadísima
torería que calaron en la grada. Fue con la diestra con la que llegaron
los muletazos de supremo encaje, de tremenda voluntad y de imperiosa
exigencia a la briosa llegada del de Barralva, que duró poco para el
primor, pero sirvió para el arrebato. Sorprendió a La México un Morante entregado
y roto a la búsqueda del muletazo bello, pero listo para aprovechar la
condición a menos del negro toro. Se tiró a matar en la suerte de
recibir sin suerte con la tizona.
Le faltaba clase al segundo de Barralva pero tenía un inmenso empuje a más. Lo aprovechó El Payo,
después de un quite por chicuelinas y tras brindar al público, por el
pitón derecho. Fue por ese lado por el que le bajó la mano, por el que
sonsacó momentos de emoción y por el que estructuró un trasteo con gran conexión en los tendidos. Finalmente se pide el trofeo y se concede.
El Cardicito que hizo quinto también se frenó en el percal de El Payo,
impidiendo el saludo. Y también éste metió los riñones con fijeza en el
peto. Fue macizo y hundido el inicio del mexicano, con doblones bien
saboreados, empujando la intención del animal y percibiendo la clase que
le hizo encajarse muy pronto. Tanto que llegó la exigencia con premura
en los trazos y hasta hizo el animal un amago de rajarse. No se aburrió Octavio; se amarró al suelo de La México para ofrecer trapo con tersura, componer los embroques con convicción y sentir el muletazo desde antes de citarlo incluso. Seguro, El Payo,
muy metido y capaz, exprimiendo cada arrancada para aprovechar la
calidad de corto recorrido del animal. Fulminante fue el efecto de la
estocada para ponerle en la mano las orejas que le abrían la puerta
grande.
El tercero tenía un tranco incierto en
los primeros compases de la lidia: apretó en varas e incluso derribó al
piquero, dejándolo por gran tiempo en el suelo. Quitó segundos después Silveti
por unos delantales que recordaron a su padre. En faena tuvo que sacar
valor para enfrentarse a un toro que cabeceaba, con el que era imposible estar a gusto pero que se dejó por momentos. El de Barralva
le permitió sonsacar varios momentos con jugo antes de las manoletinas
finales, derroche de valor del mexicano. Tras la estocada, recibió
palmas.
Muy fría fue la salida del serio sexto,
el de más remate de todo el encierro, fiel a su estirpe atanasia en los
primeros tercios, sin pasar en el percal de Silveti. Se
le castigó en varas al animal, que acudió con empleo al peto y se llevó
una lidia desastrosa que acusó después. Tuvo brío en la arrancada y
transmisión en la embestida, que nunca fue enclasada, que nunca tuvo
largura, pero sí fijeza y celo que le fomentó bien Silveti con los toques precisos, administrando tiempos para que durase más el animal. A menos se fue viniendo Cubanoso hasta quedarse bajo la tela más de la cuenta, perdiendo el trasteo la condición del inicio. Firmeza y pundonor sacó entonces Diego,
que veía cómo se esfumaba su posibilidad de triunfo. Concluyó con
ajustadas bernadinas y varios pinchazos que precedieron al silencio.
Plaza de toros Monumental de México. Primera de la Temporada Grande. Corrida de toros. Seis toros de Barralva, bien presentados y emotivos de condición, con la clase a medias en general. Bueno el quinto.
José Antonio "Morante de la Puebla" (marino y oro): silencio tras aviso, silencio tras aviso y silencio tras dos avisos.
Octavio García "El Payo" (lila y oro): oreja y dos orejas.
Diego Silveti (negro y oro): palmas y silencio tras aviso.
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