Gonzalo Caballero saluda la única ovación en una tarde en la que faltó la lidia adecuada
PALOMA AGUILAR
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Son claramente mansos estos novillos: tienen evidente querencia a chiqueros, se rajan a tablas... Los diestros intentan las faenas ahora habituales: no los sujetan, no los ahorman, prodigan derechazos y naturales; si se tercia, algunas manoletinas; demuestran voluntad y valor, intentan aprovechar alguna embestida para enjaretar un muletazo pero no les dan la lidia que un toro manso exige.
Gonzalo Caballero ha
destacado desde el comienzo de su carrera por su valor impávido. En el
primer novillo, el más suave, se muestra firme pero conecta poco. En el
cuarto, suelto y rebrincado, aguanta, recibe un golpe, traza algún derechazo de mano baja. Lo mejor: la estocada, entrando recto, que le vale la única ovación.
Se presenta Borja Jiménez, de Espartinas; como su hermano Javier, muestra la escuela de Espartaco.
Recibe al primero a portagayola, tiene soltura manejando los trastos. A
un toro que huye claramente a chiqueros, ¿por qué no torearlo ahí,
desde el comienzo? Cuando acepta ese terreno, logra buenos naturales,
aprovechando la querencia, con valor y oficio, pero falla con la
espada. En el quinto, que protesta y echa la cara arriba, apreciamos de
nuevo su profesionalidad
pero falta la emoción. Incurre en la rutina –ahora inevitable– de las
manoletinas, sin venir a cuento. Mata con decisión, a toma y daca.
Francisco José Espada logró una gran faena en San Isidro, con un novillo excelente. Su estilo, clásico y compuesto, es el de su mentor, César Jiménez. El tercero mansea pero va a más, se mueve mucho en la muleta. El diestro aguanta con firmeza, algo rígido; liga muchos muletazos pero
no logra el deseable dominio y mata caído. El sexto, castaño, hace
concebir esperanzas, al comienzo, pero pronto flojea, protesta, se raja a
tablas. Espada corre la mano en algún natural pero su voluntad se estrella contra una res parada, sin emoción.
Derechazos y naturales, el menú inevitable (patatas con tomate o tomate con patatas, decía Cañabate). Echamos de menos la variedad de la lidia.
Si no lo hacen ahora tantos maestros, ¿cómo vamos a exigírselo a los
novilleros? Pero así no se resuelven las dificultades de los toros
mansos.
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