JOSÉ MORENTE
No es fácil ser un visionario. Ni abrir nuevos caminos al toreo, máxime cuando uno no gusta de hacer alardes ni excentricidades y las novedades que propone sólo las perciben tus propios compañeros y cuatro o cinco aficionados.
Ese fue el caso de Rafael Guerra Guerrita, uno de los mejores toreros de la Historia, al que los públicos le fueron poniendo enfrente un competidor detrás de otro sin que ninguno (Espartero, Reverte, Fuentes) fuera capaz de hacerle la más mínima sombra por los que se los fue que él se fue quitando de en medio uno detrás de otro ("Después de mí, naide y después de naide, Fuentes)
Nació en Córdoba en marzo de 1862 en una familia de toreros por parte de madre y con un padre, curtidor de oficio que desempeñó el cargo de portero del Matadero.
Del Matadero le vino su
primer apodo, el de "Llaverito", por distraer las llaves de los
corrales para hacer sus primeros pinitos taurinos. Después, como era entonces
habitual, vinieron las tientas y la participación en la cuadrilla de
"jovenes cordobeses", que organizó Caniqui, el padre del Mojino, y de
ahí, en 1882, a
la cuadrilla del señor Fernando el Gallo, donde se destapa como un banderillero
colosal.
Tan colosal que, en un sólo día se coloca a
la cabeza de todos los rehileteros de la época. Tan colosal que al señor
Fernando le empiezan a llover los contratos sólo por ver al joven que iba en su
cuadrilla.
Cuando el Gallo le falta al compromiso que
le había dado de contratar una tarde a Mojino y Matacán, El Guerra se marcha
con Lagartijo quien le protege, ayuda y ampara.Le protege, ayuda y ampara...hasta que Rafael toma la alternativa contra el criterio del Califa. Ahí se acaba el idilio entre los dos Rafaeles y ahí empieza el calvario de Guerrita pues el partido lagartijista (a quienes llaman los anabaptistas) ataca sin piedad al que sólo pocos días antes pretendían santificar.
Retirados los abuelos, Lagartijo y Frascuelo, y sólo y sin competencia posible (pues los que hay no son rivales para él), Rafael hace y deshace a su antojo. Usa y abusa y pone al toreo a su modo y medida que es el modo y medida del futuro.
Los aficionados conspicuos de la época no se lo perdonarían y la inquina contra el Guerra, crece y crece hasta el punto que se ve obligado a abandonar el toreo muy pronto, en 1899, cuando todavía le quedaba cuerda para un rato.
Sin embargo, nos dejó su herencia. Una herencia con doble lectura.
Para unos, los integristas, Rafael es el gran culpable de todos los males del toreo. Achica el toro y desparecen las cuernas destartaladas típicas de la época de Frascuelo y Lagartijo. Modifica la suerte de varas, dejando que los toros se duerman corneando a los caballos (romaneando) para que lleguen a la muleta más mermados de fuerzas. Pone a la verónica de perfil.
Un hereje, en resumidas cuentas. Un ventajista.
Sin embargo, visto con los ojos del sentido común, Guerrita es todo lo contrario. No un hereje sino un genial precursor tanto del toreo de capa como del toreo de muleta que vendría después. Impone además la lidia de toros más proporcionados y de las mejores castas.
Y, aunque puede con todos los toros, procura que a sus toros se les pique convenientemente lo que le permitirá lucir en la muleta (Una muleta "de seda en los toros nobles y una tralla con los difíciles") a un porcentaje importante de ellos.
Es también precursor del incipiente toreo en redondo (herencia de Lagartijo) que quedara en formol hasta que irrumpa en los ruedos su más legítimo sucesor: Joselito el Gallo. Horma del mismo y espléndido zapato.
Al margen de su inmejorable papel como torero, como gran torero (Posiblemente, el mejor torero de todo el siglo XIX), Guerrita es el personaje finisecular más emblemático de España. El mismo día que perdimos Cuba, el público madrileño se dirigía por la calle de Alcalá a verle torear. Ni él ni el público son culpables de eso. Aunque la Generación del 98 aprovecharía esa coincidencia para cargar, una vez más, contra los toros y el toreo.
En cualquier caso, su nombre y su época nos traen recuerdos de las Colonias, recuerdos que vienen envueltos en aires de guajiras y olores de mulatas.
"Tengo una casa en la Habana
destinada para tí
con el techo de marfil
el piso de plataforma
para ti, blanca paloma
tengo yo la flor de lís"
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