Como decía Jack el Destripador, vamos por partes. El primero, de Partido de Resina,
es precioso, abierto de pitones, con cara de «niño bueno» (lo que se
decía de los Pablo Romero), muy bondadoso... pero muy flojo. Cae varias
veces, se acaba pronto. El diestro está correcto, logra una buena serie,
mata mal.
El segundo, de Adolfo Martín,
también aplaudido de salida, cornivuelto, humilla bien, hace concebir
esperanzas. Se luce el diestro en verónicas de manos bajas, en tablas.
En el centro, logra algunos derechazos notables, acompañando la noble
embestida, pero el toro se apaga. Ha estado bien... pero no ha llegado
el triunfo esperado.
El tercero, de Cebada Gago,
melocotón, es incierto, huido, no se emplea, como si estuviera «detrás
de la mata», esperando, con peligro. No hay nada que hacer: el público
lo entiende pero la tarde empieza a pesar.
Clamor en varas
El cuarto, de José Escolar,
cárdeno oscuro, muy serio, hace concebir grandes esperanzas:
emocionantes verónicas; acude de lejos al caballo de Israel de Pedro,
levantando un clamor. Lo lidia magistralmente Javier Ambel, que acaba
desmonterándose sin haber puesto banderillas: muy bien la afición
madrileña. (Resultará ser el momento más brillante de
toda la tarde). Se come la muleta pero hay que tragar mucho y Fandiño
no logra acoplarse. Mata recibiendo un palotazo en la cara. Se ha
esfumado lo que iba para éxito...
Se lesiona en el caballo el quinto, de Victorino (todo se ha ido torciendo) y sale un sobrero de Adolfo,
que va de largo al caballo pero resulta complicado, vuelve rápido, con
peligro. Lo caza a la tercera. El diestro parece desfondado. Y la
gente...
El último, de Palha,
el más chico, es recibido con pitos. Fandiño da una larga de rodill aas
pero el toro huye, barbea tablas, se raja: muy pocos muletazos. La
desilusión se ha consumado.
La Fortuna
–proclamó Virgilio– ayuda a los valientes. No siempre, claro está.
Matar seis toros en solitario (¡no hablemos de «encerrona», por Dios,
con su sentido peyorativo) es muy duro y difícil. Los toros no han sido
fáciles ni lucidos, desde luego. Con ese tipo de toros, Antonio Bienvenida se
«tapaba» (y nos deleitaba) luciendo sus recursos de lidiador,
ofreciendo variedad y gusto. Los diestros actuales tocan muy pocos
«palos»: derechazos y naturales, naturales y derechazos
(los «dos pases» de que hablaba Cañabate: como las patatas con tomate o
el tomate con patatas). La decepción es inevitable. El público se cansa
y se aburre. El oro inicial, bien merecido, se ha ido trocando en un
pesado gris plomo.
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