José Miguel Arruego
Abrochó el serial una novillada bien hecha, nada exagerada, entipada y bonita pero seria de El Parralejo,
que con un punto más de fortaleza hubiera sido para cantarla a lo
grande. Porque repartió calidad sin recato. Primero, cuarto, quinto y
sexto aunaron nobleza y clase. Una forma de colocar la cara y de
desplazarse, con recorrido y humillación, ideales para hacer el toreo
casi como cuando se entrena. Dos de estos novillos cayeron en manos de Jorge Expósito,
novillero de la tierra, poco rodado, que dio cuanto tuvo, se ajustó a
su papel de principiante, y ¡ojo! que pese a que ni su bagaje ni sus
actuaciones estuvieron lógicamente al nivel de sus compañeros, si
acierta con la espada hubiera salido en hombros.
No es que la tarde
viniera embalada, pero quizá porque el frío era más tenue que en días
precedentes, o porque la lluvia apenas sí hizo acto de presencia, y
sobre todo, por el abundante número de partidarios que cada muchacho
trajo consigo a la plaza, el ambiente era más proclive y los aficionados
estaban más receptivos. Por eso enseguida empatizaron con el modo de
torear de capa de Varea, que ya lo había bordado con la
tela rosa en el tercero, un ejemplar cuyo medido empuje impidió al
torero apretarlo, y recogió al sexto con la pierna flexionada con relajo
y soltura. Un notable saludo solo emborronado por el desarme sufrido en
el remate.
Se movió el novillo en
el inicio, y transmitió aunque tendió a soltar la cara. Por esta
circunstancia las primeras series del torero de Almassora, pese a su buen dibujo, fluyeron tropezadas. Predominó la
actitud en el joven torero hasta que mediada la faena, le cogió el
ritmo al toro, surgió el temple, y con la embestida ralentizada emergió
una serie con la derecha tremenda. Con el novillo más atemperado, sin
tanto ímpetu, las series siguientes fueron de una factura excelente,
con el torero plenamente acoplado. Sobre todo con la derecha hilvanó
dos tandas de mucha entidad, gustándose, incluso relajando la figura en
los embroques. El cierre con poncinas sobre todo, la gran estocada de remate fue el preludio de un gran éxito y, junto con el triunfo de Castellón, el augurio de un año grande.
Grande también, en actitud y en desarrollo, fue la tarde de Ginés Marín, que por condiciones y palmarés y una vez que Garrido y Jiménez estén con los mayores, puede erigirse en el cabecilla de esta generación del relevo. Porque el de Olivenza
tiene el oficio que se aprende y la intuición que hay que llevar
dentro. Y además interpreta el toreo de un modo que no se compra en las
tiendas. Su primer novillo salió descoordinado y al rematar el saludo lo
atropelló de lleno. El volteretón fue de pánico, con el torero girando
360 grados antes de impactar violentamente con la arena. A otro mortal
el golpe le deja nockeado toda la tarde, pero Ginés se rehizo con celeridad y ya saludó al sobrero con buena estética.
Buscó el novillo las tablas sin disimulo tras el primer muletazo y cuando Marín lo obligó embistió con fuerza, de manera seca. Ginés
lo sometió por bajo con criterio, y a pesar de su falta de ritmo y su
arisca acometida la obra se sostuvo por la garra del torero, que con la
izquierda -tiene un gran embroque el de Olivenza por
ese lado- consiguió los pasajes más brillantes. Tardó de doblar el
novillo tras estocada atravesada, sonó un aviso y pese a la petición
-suficiente y mayoritaria- el presidente no otorgó la oreja. Más
alto, con cuello, bien hecho también, el quinto salió suelto en el
capote y no acabó de definirse en el tercio de varas. Se movió sin
excesivo celo ni fijeza en los primeros tercios y su comportamiento era
una incógnita cuando el extremeño cogió espada y muleta.
Inició la faena de rodillas en los medios y allí comprobó que el animal tenía las fuerzas justas. Por eso, Ginés encendió
el ordenador que tiene en la cabeza, y no le exigió en las series
siguientes, en las que hubo mucha expresión y acompañamiento. Sin
molestar al novillo, a su altura, dando espacio y tiempo entre un
muletazo y otro, llenando la escena, la faena de Marín
pareció la de un matador con varios años de alternativa, por la manera
en que estructuró la faena. Y la de un privilegiado por el modo en que
hilvanó y describió el toreo con la mano zurda. Un escándalo. La faena
tuvo poso y la oreja, mérito. Otro no levanta al novillo del suelo.
Por eso, aunque no saliera en hombros, la faena y la tarde de Ginés Marín contará en el balance final del ciclo. La pelea de estos dos gallos la prologó Francisco Expósito, novillero de Algemesí,
con el oficio propio de su estrecho bagaje. Le correspondieron dos de
los novillos de más calidad del envío (sino los que más) y frente a
ellos estuvo decoroso el torero local, que nunca escatimó ni regateó
esfuerzos. Al primero de la suelta le principió faena con una pedresina,
antesala de una labor limpia y aseada, en la que destacaron la longitud
de varios naturales. Sucedió que en el tramo central la labor se perdió
en una desestructura propia de quien no torea, pero se rehizo muy bien
el torero, echando las rodillas al suelo en las postrimerías para
recobrar la intensidad.
Se fue
detrás de la espada pero el novillo se resistió a doblar, sonó un aviso,
y el premio se disipó. Al cuarto lo saludó con gaoneras en el centro
del ruedo. Un arrebato propio de quien no quiere que se le vaya el
triunfo. Salió indemne del trance,
pese a que el novillo le atropelló en el tercer lance. Valeroso saludo,
rematado con una media de rodillas. Le dio metros Expósito
al toro de inicio, pero fue más cerrado, en el tercio, cuando se
conjuntó y se reunió más con la embestida. Se acompasó el torero con la
derecha y corrió la mano con pulso y largura por momentos, en una labor
más sólida que la anterior, con el novillo embistiendo con ritmo y
profundidad. Pero esta vez la espada no entró y el triunfo volvió a
evadirse.
Plaza de toros de Valencia. Última de la Feria de Fallas. Un cuarto de plaza. Novillos de El Parralejo,
el segundo como sobrero, bien presentados, en tipo, sin exageraciones.
De buen juego aunque en su mayoría anduvieron justos de fortaleza.
Tuvieron calidad y nobleza, primero, cuarto, quinto y sexto. Jorge Expósito, ovación tras aviso y ovación tras aviso; Ginés Marín, vuelta al ruedo tras petición y aviso y oreja tras aviso; y Varea,
ovación tras aviso y dos orejas. Destacaron Javier Ambel y Javier
Rodríguez con el capote. Saludaron en banderillas Raúl Martí y José
Manuel Montoliú |
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