En la frontera de Portugal, hay días que nunca mueren, noches que no amanecen. El reloj se queda rácano para un torero con un manantial de inquietudes, con caminos inescrutables que siempre conducen a su Roma particular: el toro. A su lado se siente un hombre pleno. Porque El Juli no es otro que Julián López (Madrid, 1982). Y viceversa: «Si alguien me preguntara cómo soy como persona, le diría que Julián es El Juli con el Cantapájaros de
 Las Ventas. Ese soy yo». Se refiere al toro de Victoriano del Río con 
el que abrazó el cielo capitalino en 2007. «En un mes me espera San 
Isidro, con esa ganadería y la de Alcurrucén, dos que me han dado el 
triunfo». Mientras tanto, el matador huye del caos y se refugia en la paz de «El Freixo», su finca del Valle del Táliga, a escasos kilómetros de la localidad pacense de Olivenza.
–¿Qué busca un torero en la soledad del campo?
–Pensar mucho en el toro. Conocer sus reacciones en su hábitat, su forma de colocarse, de andar... Esto es idílico.
–¿Qué toro necesita para conectar consigo mismo?
–No me llena el que viene por inercia y uno se limita a 
ponerse bonito. Me gusta dirigir la embestida y que venga sometido. 
Sentirse con un toro así es maravilloso, un privilegio.
–¿Con orejas o sin ellas?
–Eso no es lo primordial. Me emociona el toreo que te rompe
 por dentro, el que te descoloca algo en el cuerpo pero a la par te 
coloca donde quieres. Yo no he logrado en ningún sitio del mundo ser tan
 libre como toreando. 
«Creo que soy mejor torero en mi cabeza que en la plaza»
–¿Ni en este edén de «El Freixo»?
–Torear es insustituible. Esa sensación no se consigue ni 
con la familia. Estar con un hijo no se compara con nada, pero sin 
torear sería una persona incompleta. Sería una frustración y hasta 
insano.
Solo ese pensamiento fugaz holla en su rostro una congoja que se descalza a medida que avanza la conversación. «Torear emociona y duele como amar», sentencia. Es El Juli en estado puro, un maestro de inteligencia natural que se confiesa «ante todo pasional». 
–Da la impresión de que en determinados momentos los toreros necesitarían de terapia.
–Estoy convencido de que cuando se retiran no están 
preparados psicológicamente para asumir esa carencia de no torear. El 
que tiene una necesidad interna sufre mucho.
«El toro me ha dado todo y tengo que asumir el precio de la muerte»
Es la cara humana del héroe: «Soy una persona con muchos altibajos.
 Y cuando viene un bajo y pienso en dejar de torear, me ahogo y me crea 
ansiedad, sería una persona frustrada con lo que tengo dentro». Lo que 
velan sus entrañas es el espíritu del artista, el aullido del hombre sin apenas niñez que aprendió a vivir «Entre lobos» como un filme de autenticidad. «Cuando era niño me enseñaron a ser un hombre.
 Me dan envidia las cosas normales de ir al colegio, el recreo. Me 
hubiese gustado ir a la Universidad. Aunque gracias a mi profesión tengo
 una experiencia que no se aprende en los libros». Con todas sus 
inquietudes, El Juli es un hombre feliz
 y da las gracias al bravo: «Yo no culpo al toro de no haber tenido 
niñez; al contrario, le estoy muy agradecido. Levantarme una mañana en 
una finca era mi sueño. Y gracias a él he conocido a gente como el Rey, 
Nadal, Pablo Benegas o mi mujer». El fondo humilde de los grandes apunta más: «¡Y a matadores y novilleros, de los que cada día aprendo un montón!» 
–¿Qué le inquieta?
–El momento en que me vea incapaz de expresar lo que tengo 
en mi interior. Para torear hay que jugarse la vida, pisar un terreno en
 el que un toro te puede matar, y cuando no estás dispuesto a pisarlo se
 puede navegar, pero no es lo mismo. Cuando aparece ese instinto de 
supervivencia ya no se puede transmitir la verdad de la entrega.
«Los toreros somos quizá los últimos héroes»
–¿Lo ha sentido alguna vez?
–Pues mire, todos los días que no nos jugamos la vida de verdad es porque ese instinto está presente. 
–¿Influye la vida personal?
–No tiene por qué. Puede ser por el toro, por problemas. 
Estar al cien por cien es muy difícil, se tienen que juntar muchas 
cosas. Pero de repente te ves que no llegas con un toro, que estás 
pensando en otra cosa. Se suple con técnica, con amor propio. Pero el 
verdadero toreo surge cuando estás completamente evadido de que te puede
 coger un toro.
El Juli calla unos segundos. Todo el tiempo es silencio ahora en el salón de su cortijo, presidido por unas fotos de familia, de sus tres hijos y su mujer, Rosario Domecq. Hasta que regresa su verbo, tan desnudo que quebranta el alma... «A veces revivo la cornada de Sevilla. Y no puedo. Soy humano,
 no soy capaz de poder con eso». Lo afirma una figura de época que tras 
ese brutal percance continuó su epopeya de glorias y emociones. 
–Cuando estoy a gusto, me compensa por encima de lo que 
pueda venir. Disfruto muchísimo y tengo esa emoción interna que me hace 
traspasar los límites. Es la vocación y la necesidad de sentir y 
expresar, que tanta felicidad me da. Pero la otra parte es durísima.
«Cuando aparece el instinto de supervivencia es muy duro»
Sus ojos viajan al espacio íntimo, cruje un diálogo mudo. Hasta que vuelve la palabra. Sin preguntas. Adelante:
–Aquella cornada fue trascendental para mí. Tenía la 
necesidad de que alguien me dijera que no me moría, porque sentí eso. 
Jamás había notado algo tan fuerte. Hay días en los que no he estado 
bien y tenía la cornada en la cabeza. Es una sensación humana pero muy 
dolorosa y difícil de superar. Hay un gesto, una embestida que me lleva 
ahí, y entonces soy incapaz de torear ni una becerra.
–Se debe de sufrir mucho.
–Lo he pasado fatal. Creo que la culpa fue mía, porque me 
empeñé en reaparecer muy pronto y estaba cojo perdido, con anemia, no 
podía ni con las piernas, tenía la sensación de que si se me venía un 
toro me cogía. Y eso me hizo mucho daño: me precipité y lo pagué.
–¿Lloran los toreros?
–Yo he llorado mucho, por impotencia, por la insatisfacción de no poder expresar algo. Eso me mata. 
–Parece
 que su mayor rival es la propia «bestia» que ruge dentro y que, a modo 
de filósofo, cuando encuentra una respuesta le brota otra pregunta.
–Así es. Cada vez que doy un paso y llego al techo, se abre
 una ventana con un mundo por mejorar. Eso me enamora, es el verdadero 
sentido del arte. Cuando acaba el año veo los vídeos y siento que soy 
mucho mejor torero en mi cabeza que en la plaza. Y es durísimo. Además, 
no soy precedecible como persona: a veces estoy feliz y otras triste.
«No toreo por dinero. Me muevo por una inquietud espiritual»
–Dicen que los genios son de contrastes.
–Los toreros somos quizá los últimos héroes. Que un torero, teniéndolo todo, sea capaz de jugarse la vida...
–En un gesto de solidaridad, la arriesgará con seis toros en Cáceres.
–Esa tarde del 31 de mayo me hace especial ilusión. Con salvar la vida de un niño con cáncer, habrá merecido la pena.
–Con todo alcanzado y con tres hijos, ¿cómo vence los miedos?
–Hablo de corazón, con la vida resuelta no salgo a torear 
por dinero. Me muevo por una inquietud espiritual. Si me acuerdo de mis 
hijos, no puedo jugarme la vida. Y eso no es torear, porque un torero 
debe estar dispuesto a pagar un precio. El toro me ha dado todo, y si se
 tiene que llevar mi vida que se la lleve. Cuando te vistes de torero 
tienes que asumir las reglas. Y las reglas dicen que un toro te puede 
matar. Esa es la grandeza. De todos modos, mi situación de felicidad 
personal me lleva a entregarme más, porque tengo más sentimientos que 
expresar. La felicidad da valor. Mis pasos personales me han llevado a 
involucrarme más en mi profesión.
–Pero ha dejado el tema «grupos».
–En ese aspecto estoy un poco decepcionado. Aunque muchos 
pensemos lo mismo, a la hora de la verdad no hay el mismo nivel de 
involucramiento y lealtad en todos. Lo que haga en el toreo, lo haré en 
mi nombre y no en conjunto. 
Charlamos cuando faltan unas horas para que comience la corrida de la Feria de Abril. ¿Qué se siente siguiéndola por televisión y no en el albero?
–Tristeza, porque en mi última etapa ha sido vital: de la Puerta del Príncipe al percance.
 No toreas y encima cuentan que es un castigo a la afición, cuando 
nosotros amamos Sevilla, y es la plaza donde más he cedido por torear. 
Tenía claro que el día que volviese debería ser con los cinco toreros 
comprometidos para que no se dejara desamparado a ningún compañero. 
Habrá que esperar al final: a veces los buenos son los malos y los malos
 son los buenos... 
«A veces los buenos son los malos y los malos son los buenos»
–Hay gente que dice que El Juli domina las aguas del toreo.
–Me duele porque no me siento identificado. Y a la par me 
hace gracia cuando dicen que hago y deshago. La prueba es que aquello 
que intentamos en grupo fue un fracaso. El Juli manda sobre El Juli, y 
sobre nadie más. Y me siento orgulloso de haber sido capaz de 
perjudicarme en mi profesión por respeto y lealtad a mi palabra. 
–¿Por qué eligió a Luis Manuel Lozano como apoderado?
–Consideré que él podía defender mis intereses con 
independencia y exclusividad. Que su familia tenga tres plazas no me 
supone nada. Su concepto como apoderado es independiente. Y la prueba es
 que sigo sin torear en algunas ferias. La independencia no es una forma
 de pensar, sino de actuar. Hay toreros que dicen que son independientes
 y luego se venden a las empresas, se dejan avasallar y se meten en ese 
juego. Yo ni estoy metido ni lo voy a estar. Mi carrera se mueve por la 
independencia total. 
Pese a ese espíritu inconformista a lo Willian Wallace, no persigue protagonizar ningún «Braveheart» y huye de toda guerra. Su libertad es suya: «Soy libre porque defiendo lo que creo y mando sobre mí mismo». 
 



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