Hassan González Sosa
Se
 detuvo Diego ante sus jóvenes partidarios, saludó a todos los que pudo,
 tratando de devolverles tanto cariño y tanto apoyo. Al otro lado de la 
calle, la otra marea, la azul en este caso, la llegada desde Escacena 
del Campo de la mano de Andrés Romero, le jaleaba también y le aplaudía.
 Fue un momento mágico y emocionante para quienes lo vivieron. Los niños
 y las niñas, sus padres, el torero y todo el público que por allí 
pasaba y que, irremediablemente, tenía que detenerse para participar de 
aquel espectáculo: el toreo puesto en manos de los niños para que ellos 
lo hagan suyo ahora y para siempre. Ventura se perdió camino del patio 
de cuadrillas de la Maestranza. Lo hizo con un convencimiento aún más 
prendido en su ambición: no quedaba otra más que triunfar otra vez, a lo
 grande. Es lo que ellos merecían. Lo que no olvidarían nunca…
Durante
 la corrida, desde el paseíllo hasta la propia salida en hombros, 
pasando, por supuesto, por la vuelta al ruedo final, los pequeños de La 
Puebla del Río demostraron su felicidad y su entusiasmo al término de 
una tarde de la que fueron protagonistas por méritos propios. Un 
pedacito de ellos se fue con Diego camino de la Puerta del Príncipe con 
el eco de fondo de una música celestial, bendita, la de un coro de voces
 rojas que aún hoy corean: Ventura, Ventura….

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