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jueves, 21 de mayo de 2015

La imagen que no se repite en Las Ventas desde 1972 con Palomo Linares

La polémica envolvió todo lo sucedido en la tarde del 22 de mayo de 1972. Mientras Palomo Linares paseaba en triunfo el rabo de «Cigarrón», un buen toro de Atanasio Fernández, los aficionados daban por sentado que nada volvería a ser igual. ¡Un rabo en Madrid, qué barbaridad! Las cosas llegaron a tal extremo, que al día siguiente el presidente del festejo, el comisario Panguas, pagó con su puesto la osadía de sacar el tercer pañuelo blanco para premiar una actuación vivida con tremenda pasión en los tendidos del coso madrileño.

«Cabizbajos y mohínos salieron de la duodécima de San Isidro dos viejos aficionados de los poquísimos que siguen fieles a su añeja afición», arrancaba la crónica de Antonio Díaz Cañabate en ABC. Y los dos viejos aficionados no acertaban a comprender el porqué de ese rabo y aventuraban tiempos peores de concesiones indiscriminadas de orejas, rabos y patas. El maestro abecedario, en su crónica titulada «Las orejas y las rosquillas del santo», desgrana una tarde en la que Andrés Vázquez cortó una oreja y ocho y un rabo se repartieron Palomo y el mexicano Curro Rivera. Sus faenas «fueron de las corrientes.../ La de Palomo al del rabo la más libre de sus habituales defectos».

Fecha para el recuerdo

Y el rabo que cortó Palomo quedó ahí. Desde los años treinta, en los primeros tiempos de Las Ventas, no se había concedido ninguno, y después, el aluvión al que tanto temía Cañabate, tampoco llegó. Una fecha para el recuerdo, que no fue, sin embargo, la que mejor valoró el crítico de ABC, poco proclive a los elogios al valiente torero de Linares.

Dos años antes, Palomo -el chaval que salió lanzado de la Oportunidad carabanchelera de los hermanos Lozano, el de la Guerrilla con El Cordobés- confirmó la alternativa tomada en Valladolid en 1966. En aquel San Isidro de 1970 se vio anunciado tres tardes. La del 19 de mayo, junto a Curro Romero y Juan José, fue la del doctorado, y la del día 26 fue la última, y, sin duda, una de las mejores en su dilatada carrera. Ese día, junto a Diego Puerta y Paquirri, frente a toros de Juan Pedro Domecq, Palomo convenció al indiscutible maestro de la crítica.

«El soplo del optimismo» con que Cañabate titulaba su crónica en este diario fue un cúmulo de circunstancias positivas que desembocaron en la faena de Palomo al segundo de la tarde. «La hora de los toros se acerca rauda.El coche está a la puerta. El exquisito cigarro aún colea entre los labios. 

Calle de Alcalá, camino de la plaza, el optimismo me envuelve, hasta tal punto que me creo en mis años mozos.../ La plaza está llena, bulliciosa y alegre, ¿habrá llegado hasta Las Ventas el soplo del optimismo?».

El campeón

Pues llegó, y eso que el comienzo de faena, genuflexo Palomo, no despertó grandes elogios: «Palomo se arrodilla muleta en mano. Palomo cree que ha descubierto el toreo de rodillas andando en tan incómoda y fea postura, y, anda que te anda, consigue cinco o seis pases. Bueno, ya está demostrado que es el campeón de los cien metros de rodillas en tierra». Y sigue: «A torear en pie. Y Palomo cita de lejos al toro. Allá que te va con brillante galope, que mantiene durante toda la faena, galope proviniente de su buena raza». 

Cañabate describe que «es un toro noble que embiste alegre», y avisa al torero: «¡Palomo, puede ser el tuyo!», y lo confirma, «lo fue». «Aguanta, conduce y remata las sostenidas alegres embestidas con pases dignos de la raza del toro. Con pases admirables por su reposo, por su temple -un temple arduo con estos toros tan prontos-, con suavidad de mano, con largura, con la muleta tersa».

Continúa: «El toro ha encontrado a un torero que olvidó sus defectos, que olvidó la vulgaridad. Toro y torero se ayudan mutuamente. Los dos están inspirados. La faena fue una gran faena, y así lo consigno con toda complacencia». Y reconoce el crítico: «Es la primera gran faena que le veo a Palomo». Como hasta ahora mis modestos elogios a su toreo no han sido posibles, según mi criterio, de aquí mi complacencia en señalarlo».

Han pasado cuarenta y cinco años de aquel día que Cañabate se entregó a Palomo. La carrera del torero siguió plena de triunfos, con el tributo de su sangre también, con la polémica del rabo a «Cigarrón» todavía encendida. Este viernes, se descubrirá un azulejo en Las Ventas para recordar lo mucho que significó su paso por los ruedos.

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