-¿Ganas de pisar Madrid?
-Muchas. Dentro de las incertidumbres y miedos que uno puede tener, están las ilusiones.
-¿Qué desprenden los ladrillos de ese patio de cuadrillas?
-Historia. Tantos toreros que han pasado por ahí...
Desprenden respeto, admiración, emociones, ilusiones y miedos. Muchos
miedos. Pero esos miedos son importantes y se consigue dominarlos.
Cuando vas con el capote liado, dejas los ladrillos y pisas la arena, se
desata otra emoción. En una plaza de este calibre pasan tantas cosas
que faltaría tiempo para describirlas.
«El público quiere un esfuerzo sobrenatural»
-Dicen que Madrid es el tribunal más exigente. ¿Es también el más justo?
-Por supuesto, por encima de todo. Exige tanto el
aficionado que paga su entrada como el toro que sale a la plaza. Madrid,
sin quitarle mérito a ninguna plaza, es la capital del toreo. Es normal
que sea exigente. El público quiere y pide un esfuerzo sobrehumano y
sobrenatural, pero también te lo exige el toro que está delante. Ligado a
eso, está la justicia y la verdad. Si son duros, son más justos
todavía.
-Dice usted que lo duro realmente en Madrid no es el público, sino el toro.
-Para mí, sí. El toro es el más difícil porque,
sencillamente, es el que da y quita. Afortunadamente, yo he conseguido
un estatus grande en Madrid, triunfando muchas tardes y otras sin poder
hacer nada, pero el público siempre me ha respetado. Me ha respetado
muchísimo porque hay que salir a jugarse la vida, con la verdad por
delante. Cuando sales con esa verdad, aunque la materia prima no te deje
expresarte de ninguna manera, ellos saben que has salido a dar el cien
por cien.
«Si no sales a jugarte la vida, mejor no vestirse de torero»
-Por
lo que expone, los espectadores notan ese instinto de supervivencia que
los toreros tienen más presente unas tardes que otras.
-En Madrid ese instinto de supervivencia hay que olvidarlo.
Es muy fuerte lo que digo, pero es así. ¿Por qué? Todas las tardes no
se torea en Madrid. Cada torero tiene una personalidad, una manera de
interpretar y vivir el toreo, pero si no eres un torero que salga a la
plaza a jugarse la vida, a ser honrado con la profesión y con la afición
que paga, mejor no vestirse de torero. Hay que estar dispuesto a darlo
todo.
-Parafraseando a Antonio Ordóñez, parecen esas tres o cuatro tardes al año en las que hay que estar dispuesto a morir...
-Le responderé como decía otro monstruo: «Se hará lo que se pueda».
-Apuesta
por adolfos. Y sin haberlos olido en ningún otro escenario. Tiene
mérito plantarse frente a ellos directamente en el corazón capitalino.
-Tenía ganas de hacerlo y me anuncié. Me apetecía. Me estoy
preparando para ello. Intentaré estar al nivel que se merece la
afición, la plaza, la ganadería. Después, Dios dirá. Y el toro. Y yo
también. Es un reto y espero encontrarme a la altura, pero aquí hay que
hablar con la muleta.
«Me apetecía mucho matar la corrida de Adolfo»
-¿Es más importante la mente que la preparación física en este caso?
-Ambas. Una ayuda a la otra. No vale solo hacer, por
ejemplo, yoga. O si te preparas físicamente y luego dejas la cabeza en
el hotel, tampoco sirve. Tienen que estar preparados el cuerpo y la
mente. El día a día es lo importante. Y yo creo que va a ser una feria
apasionante.
-El cartel del día 27 fue el primero en colgar el «no hay billetes», con Morante y El Juli. ¿Presiona más?
-No. Es un cartel que tiene mucho tirón, con un ambientazo
tremendo. Presión que tengan los demás. Ya llegará esa tarde, antes está
el 21 [hoy, con Núñez del Cuvillo, Urdiales y Talavante].
-En la segunda compartirá cartel con el torero y la ganadería de su exapoderado.
-Me parece muy bien.
-¿Qué diferencias nota entre Luis Manuel Lozano y Manuel Martínez Erice?
-Son dos grandes profesionales con maneras distintas de
trabajar y personalidades distintas. El camino de un torero es largo,
son muchos años y etapas. La verdad es que soy afortunado de haber
encontrado a ambos, porque son dos personas que me han aportado (y
aportan), cada uno en su momento.
«En muchos momentos me he sentido minotauro»
-Picasso, al que tanto admira, sentía verdadera obsesión por el toro. ¿Es el toro también la mayor obsesión para el torero?
-La verdad es que sí, pero una obsesión positiva. El toro
es nuestro compañero, al que desafiamos cuando estamos delante de él,
que nos pone a prueba y con el que tenemos que superar muchas
dificultades que nos presenta. También nos da esas alegrías y esos
momentos de poder hacer el toreo artísticamente como uno lo hace de
salón. Forma parte de nuestra vida. El toro puede ser la obsesión… Y
mire qué resultado tuvo con Picasso.
-El genio del minotauro. ¿Se ha sentido alguna vez mitad hombre, mitad toro?
-Ahora que lo dice, mi maestro, José Antonio Campuzano, me
aseguraba en mis principios que para saber torear bien hay que saber
embestir muy bien. Había que moverse y respirar como el toro, sentirse
toro. Es necesario meterse en su piel y aprender a embestir bien para
aprender a torear, porque lo primero es entender al animal. Por lo que
entonces, sí: en muchos momentos me he sentido minotauro.
-¿El toreo se siente, se entiende o se vive?
-Todo a la vez, porque sin sentirlo y entenderlo no se puede vivir.
«El arte son momentos... Y lo puede tener cualquier torero»
-¿Qué es el arte según Sebastián Castella?
-Sencillamente son momentos. El toreo es un arte efímero, a
mi modo de entender, de vivir y de saber. Son momentos de genialidades,
de dificultades, de incertidumbre. Y hay un momento en que lo que haces
de salón lo consigues en la plaza. Ese instante en que se lo transmites
al público es arte.
Cuando dicen eso de «es un torero de arte», eso no
existe, eso son toreros de pellizco. El arte lo puede tener cualquier
torero. A mi entender, son momentos que uno trabaja horas y horas
delante del espejo. Y llega un día en que se conjunta con el animal en
la plaza y entonces surge el arte, que no tiene por qué ser una faena
completa. El arte son momentos.
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