Los toros portugueses de María Guiomar Cortés de Moura triunfaron
aquí hace un año. Los de esta tarde, serios, con mucho peso, son, en
general, encastados y nobles, con distintos grados de dificultad. El
festejo no aburre, aunque sólo se corte un trofeo. Son los fallos en la
suerte suprema los que impiden que Sergio Galán abra, una vez más, la
Puerta Grande, y que Manuel Manzanares corte algún trofeo, después de
haber sufrido una peligrosa caída del caballo y recibido una auténtica
paliza.
Rui Fernandes cortó
un trofeo en la Feria de Abril. Es joven pero posee ya la experiencia
que dan 17 años de alternativa. El primer toro, con 653 kilos, es noble
pero algo apagado. El rubio portugués tiene una actuación correcta,
clava certero con «Estoque», se luce con las piruetas de «Ozono» pero
tarda en matar. Mejora en el cuarto: se luce con los vaivenes de «Único»
y acierta con el rejón de muerte pero el toro se amorcilla y pierde el
posible trofeo.
Repite Sergio Galán,
que abrió la Puerta Grande, por sexta vez, el pasado día 16. El segundo
toro es muy noble. Con el bayo «Trópico» se adorna en la cara; el tordo
«Titán» se luce en piruetas arriesgadas. Mata fácil y corta una oreja.
Se le ve muy seguro. En el cuarto, «Amuleto» recibe a portagayola, con
emoción, a un toro que sale con pies; con «Apolo», arriesga citando de
cerca y clavando a dos manos. Mata a la segunda pero tarda en caer y
pierde la salida a hombros, en una actuación completa.
El joven Manuel Manzanares,
discípulo de Pablo Hermoso de Mendoza, carga con el peso taurino de su
ilustre apellido. En su segunda actuación en Las Ventas, con chaquetilla
de color rioja y lazo negro por su padre, se advierte en él un claro
avance: con «Farruquito», realiza la «hermosina» (la suerte inventada
por su maestro); con «Tomatito», sufre una caída y es arrollado por
el toro, en una fuerte voltereta. Mata a la segunda. Después de haber
sido atendido en la enfermería, con oxígeno, lidia al último, algo
complicado. Lo recibe bien con «Jumillano» (el nombre del restaurante
alicantino de Miguel, uno de los grandes partidarios de su padre);
arriesga con «Príncipe». El toro se desentiende, a la hora de la muerte,
y no logra rematar con triunfo una actuación de mérito: además de haber
progresado en la técnica del toreo a caballo, ha demostrado la casta
torera propia de su familia.
Postdata. Para consolar su nostalgia, como cirujano de la clausurada Plaza de Barcelona, Enrique Sierra acaba
de presentar, en Las Ventas, un precioso vídeo: recoge episodios
taurinos, incluidos en películas no taurinas. También para la
Tauromaquia, a pie o a caballo, el cine posee un valor documental único.
He recordado yo, esta tarde, una curiosa película, «Yo he visto la
muerte» (1965), de José María Forqué, con la colaboración de Jaime de
Armiñán. Además de evocar una grave cornada de Antonio Bienvenida, las
capeas en las que se inició Andrés Vázquez y la muerte de Manolete,
recordada por Luis Miguel Dominguín, el segundo episodio supone un
hermoso homenaje a la mítica yegua «Espléndida»: «En el campo, en la
Plaza y en el recuerdo». Vuelve a su casa Alvarito Domecq Romero (así se
le llamaba, entonces) y pregunta por ella, que está enferma, a su
padre, don Álvaro, el gran rejoneador y ganadero. Acaba con los
emocionantes planos de las huellas de unas herraduras, en el campo...
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