Ya en el
primero jugó los brazos a la verónica con suavidad. De almíbar fue el arranque
de obra frente a un noble ejemplar de Cuvillo -que lidió un conjunto de juego
desigual-, pero con teclas que tocar. Se desmayó en redondo y siguió con una
tanda mandona y abundante, de perfección en el pulso y la altura, mientras el
animal punteaba. Los naturales se erigieron a la medida hasta adornarse con un
molinete, engarzado a un torerísimo cambio de mano; de remate, un pase de pecho
de aquí a Roma, adonde todos los buenos caminos conducen. Y otra vez la
diestra, dominador con el compás abierto y recreándose en dos a pies juntos,
con un broche de aire antiguo. Si la espada no se desprende, la oreja podría
haber sido al cuadrado.
No
importó: se ganaría otro trofeo de ley en el cuarto, un bruto con más aspereza
que el esparto. Pero ahí
estaba el limador de defectos, que arrancó con poderosos doblones al hilo del
"6". Ponce anduvo con más ambición, ilusión y disposición que un
novillero con la hierba en la boca. Manda bemoles, que escribiría Campmany, que
el que nada tiene que demostrar sea uno los que más se entregue del escalafón.
Técnico y valiente, a carta cabal en series de nota para aficionados, y con la
listeza de los molinetes que despertaron la música. Mientras cuadraba a
"Tejeruco" le gritaron un "¡viva la madre que te parió!".
¡Viva doña Enriqueta y don Emilio, su padre! La vuelta al ruedo fue apoteósica.
Qué torero, de otra galaxia, pero con los pies en la tierra. Un dios.
En el
Olimpo se encuentra también Sebastián Castella, que se quedó en el umbral de la
gloria. Y eso que el público pidió al unísono el doble galardón ante el buen
quinto, en el que principió con la emoción de los péndulos para luego torear
superior por ambos pitones. Hubo naturales dorados, despaciosos y de
profundidad cantábrica, ciñéndose el toro a la cintura. El desplante rodilla en
tierra dio paso a la hora final, que no fue perfecta y quizá eso pesó en la
presidencia. La figura francesa ya se había desenvuelto con finas y delicadas
maneras frente al manejable segundo, de escasa fortaleza. Le aplicó la medicina
idónea, con la media altura y el temple idílico para desgranar muletazos
extraordinarios, como dos naturales tan frágiles como repletos de torería.
A
Manzanares le tocó el lote de mayores contrastes: el peor y el mejor. El tercero fue un manso,
que se frenaba y parecía reparado de la vista: hizo pasar las de Caín a la
cuadrilla tras el aguante meritorio de Chocolate. Con nube o nubarrón este
"Asustado", el alicantino no lo vio nada claro. El acero le privó de
premio en el estupendo sexto, al que concedió distancias y oxigenó muchísimo en
una faena con altibajos, con unos redondos de su sello que encandilaron. Aquel
cuvillo merecía más.
A hombros
se llevaron al rey de la tarde y de muchas tardes: Enrique Ponce.
Feria de Santander
PLAZA DE
CUATRO CAMINOS. Miércoles, 22 de julio de 2015. Cuarta corrida. Casi lleno.
Toros de Núñez del Cuvillo, correctos de presencia (salvo alguno de justa
cara), de juego desigual y justa casta; destacaron el buen 5 y el estupendo 6
ENRIQUE
PONCE, de gris perla y oro. Estocada caída. Aviso (oreja). En el cuarto,
estocada y descabello (oreja).
SEBASTIÁN
CASTELLA, de lila y oro. Estocada desprendida (saludos). En el quinto, media
trasera defectuosa (oreja con fuerte petición de otra).
JOSÉ
MARÍA MANZANARES, de negro y azabache. Cinco pinchazos y estocada caída
atravesada. Aviso (silencio). En el sexto, dos pinchazos, media y tres
descabellos. Dos avisos (palmas de despedida).
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