El rejoneador Diego Ventura, y los diestros Julián López
«El Juli» y Alejandro Talavante protagonizaron en Arévalo (Ávila) una
gran tarde, saliendo los tres a hombros de la plaza tras repartirse ocho
orejas.
Dos toros para rejones de Luis Terrón, deslucido el primero y colaborador el cuarto, y cuatro en lidia ordinaria, dos de Garcigrande (tercero, quinto y sexto), y uno (segundo) de Domingo Hernández, cómodos
y parejos de hechuras, noblotes aunque bajitos de raza. Los mejores, el
quinto y, sobre todo, el sexto, premiado con la vuelta al ruedo en el
arrastre.
El rejoneador Diego Ventura, oreja y dos orejas.
El Juli, oreja y dos orejas.
Alejandro Talavante, silencio y dos orejas.
La plaza rozó el lleno en los tendidos.
Bonita tarde de
toros la vivida hoy en la localidad abulense de Arévalo. Al gran
ambiente que presentó la plaza le siguió un espectáculo taurino en el
que Diego Ventura causó sensación con su magistral rejoneo, El Juli
firmó una actuación de mucha autoridad, y Alejandro Talavante bordó el
toreo en una creativa y muy personal faena al sexto. Una tarde, de las
de salir toreando de la plaza.
Y eso que la función empezó un punto cuesta arriba con un
primer toros para rejones con muy poco motor, demasiado aplomado y
agarrado al piso para que Ventura pudiera instrumentar una faena
vistosa, aunque su tesón y su arrojo con los cabalgaduras. Cortó una
oreja, premio a la disposición.
En el cuarto, en cambio, se vio al Ventura pletórico y emocionante que
acostumbra a ser, bordándolo en cada uno de los tercios. Sensacional.
El final fue el acabóse. Funcionó el rejón final, y dos orejas para él.
El Juli sorteó en primer lugar un toro noble y manejable con el que estuvo sobrado, con un toreo excelso y de mucho gobierno por
los dos pitones, de mucha disposición. Sólo la mala colocación de la
espada le privó de pasear el doble trofeo, y tuvo que conformarse con un
solo apéndice.
En cambio, en el quinto, el mejor toro
de la corrida, El Juli estuvo en plan dominador para cuajar una faena
rotunda por lo limpio, lo templado, lo largo y lo ligado que toreó. Un
punto forzado, sí, pero todo lo que hizo tuvo notable calado. Un arrimón
final, con el toro ya en las últimas, y una estocada certera fueron el
pasaporte para las dos orejas.
Talavante apenas
tuvo oponente en su primera labor. El toro, muy afligido casi de
salida, no le permitió más que recetar algún muletazo suelto de exquisito trazo, pero a la faena le faltó continuidad y, sobre todo, mejor rúbrica de los aceros.
Pero lo mejor llegaría al final. El toro, de Garcigrande, nada que ver con sus hermanos. Un animal bravo, con mucha transmisión en sus acometidas, y en frente de él un Talavante que volvió a inventarse una faena de pura magia por
lo bien que aunó la variedad y la improvisación con el gusto y la
prestancia en lo fundamental. Cumbre talavantina en Arévalo. Dos orejas sin discusión, y honores de vuelta al ruedo en el arrastre para el astado.
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