Propician el triunfo los toros de Alcurrucén: serios, bien presentados, con casta y movilidad; varios, aplaudidos en el arrastre.
Urdiales era ya torero de culto de
buenos catadores; esta tarde, lo confirma plenamente. El primero, un
serio castaño, sale suelto, llega a la muleta encastado, reservón. Diego
corre la mano con clasicismo, aguanta algún gañafón: no es faena
completa pero conecta mucho con el público. La gran estocada ya merece
la oreja. El cuarto, «Favorito», castaño, de 544 kilos,
embiste con gran nobleza, con ese «tranco de más» (Pablo Lozano dixit)
que los buenos toros del encaste Núñez tienen.
Urdiales vuelve a lucir
su estilo en muletazos pausados, armoniosos, al son de la preciosa
«España cañí» (ese título que, ahora, algunos ignorantes menosprecian).
Cuando el toro se apaga, los pases, muy lentos, muy reposados, levantan
un clamor: un ejemplo de toreo de verdad, puro y clásico, sin trampa ni cartón. El remate, pleno de torería, y la gran estocada exigen las dos orejas.
Traga mucho
En Las Ventas logró Castella su gran
faena, justamente con un alcurrucén. Está en su mejor año. En el
segundo, chorreado en morcillo, alto y serio, poco y mal picado, se
pelea por bajo, «traga» mucho: faena de valor, emocionante,
a un toro encastado, desigual en sus embestidas. Mata con decisión. Al
quinto le pican mucho y mal pero va largo. Después de sus habituales
pases cambiados, Castella liga derechazos y naturales, con emoción,
llevándolo prendido en los vuelos de la muleta. Aunque el toro acaba
gazapón, mata con seguridad: petición insuficiente.
En el tercero, saluda Juan Sierra. El toro derrota al final de cada muletazo, por falta de fuerza. Perera, muy firme,
no logra evitar los enganchones, que deslucen su valiente trasteo. Mata
con rotundidad. El último, un precioso burraco, pone en serios apuros a
Joselito Gutiérrez. Miguel Ángel se lo pasa cerca, aguanta parones, manda mucho y mata bien. Ninguno de sus cuatro toros le ha facilitado el triunfo.
Sentado en el estribo, antes de recibir las orejas, lloraba Urdiales lágrimas
de hombre, al ver cumplido su sueño: ¡cuántos días de esfuerzo y dureza
para llegar a éste! Mientras tanto, todos, de pie, aplaudíamos,
entusiasmados. Su toreo reposado me ha recordado la frase de Cañabate,
en Bilbao: «Las sardinas de Santurce y el buen toreo hay que paladearlos
con el mismo reposo». Pero Diego es riojano, iba vestido de rioja y
oro. Sus muletazos han tenido la suavidad del mejor vino de Rioja, que
nunca empalaga; y, con el bravo alcurrucén, ha alcanzado el oro de la
gloria. Lo dijo el maestro Marcial Lalanda: «Un toro bravo y un torero
clásico: no existe una belleza comparable».
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