López Simón conquista El Bibio con tres orejas, en hombros con un rotundo Ventura y con una oreja para Talavante, que hizo el toreo caro a ramalazos
MARCO A. HIERRO
Un día de octubre de hace siglos, cuando los relojes no gastaban agujas, un italiano puso el pie en un nuevo mundo y la nación de su bandera se convirtió en un imperio. Trajo riquezas el nuevo mundo a ese reino para dilapidar con fruición durante 200 años. Y se esmeraron los gobernantes en derrochar el tesoro sin pensar en el mañana que iban a dejar a sus hijos.
Algo parecido le ocurre al toreo al encumbrar a su nueva perla. Viene López Simón con su frescura nueva, con su cara de imberbe, con su desgarbado desparpajo y sus desbordantes pelotas a decirle al país del toro que el nuevo mundo es él. Viene a gritar que lleva su nombre la imperiosa salida del inmovilismo que padece eso que llaman sistema, que no es otra cosa que la forma más barata –en dinero y trabajo- de que los que han mandado hasta ahora sigan viviendo bien. Alberto pega un puñetazo en la mesa que tiene mil tablas, porque no es de hoy la contundencia de su verdad, pero sí es nueva su forma descarada de atacar el trono.
Lo ataca seleccionando escenarios, diciendo que no donde otros no se lo piensan, amoldando a él su circunstancia en lugar de acoplarse él a ella. Y conquistando rotundo las nuevas tierras que pisa. Es Alberto, cual actual Hernán Cortés, quien tiene para el toreo la llave del nuevo tesoro. Porque él abandera el nuevo mundo.
En él se abren los carteles para ver el nombre del que triunfa; en él llega un tipo a Gijón a enterrarse en la arena con un primero descompuesto que fue, sin embargo, válido para una media monumental.
Se abren para que inicie el descarado imberbe con estatuarios de suprema quietud y le deje un lambrazo descomunal en un desprecio de clavarse en el alma. Se abren para que no ceda maldito el palmo el de marino y oro ni al toro ni al llamado sitema, aunque no termine de rebozarse el bicho, venido a menos.
Tampoco el sobrero sexto se lo quiso regalar. Aquerenciado y remiso para buscar tesoros, llevaba dentro el de El Puerto cuatro arrancadas seguidas para morir de torear. Y sólo fueron dos tandas las de decir el toreo, pero fueron rotundas. La muleta al hocico, el pecho al frente, los pies a las dos menos diez y el corazón al infinito. Voló el trazo con el temple de los elegidos, con la ambición de los grandes, con el ralentí de un paso semanasantero y con la ilusión de un tieso. Es el nuevo mundo que predica López Simón, en el que la cintura menuda se cimbrea contra la física para que tenga 500 grados un único circular. A ese lo mató Simón. Porque no te deja el nuevo mundo demasiado margen para el error.
Tampoco lo cometió Ventura, que sabe lo que es llegar de lejos, asaltar un trono y mantener su pelea. No suele cometer errores el que no se puede permitir aflojar el ritmo, y cuando cosía el caballero al sexto al estribo de nazarí dejaba claro su grito. Apostó por los caballos nuevos, por buscar el nuevo mundo también dentro de su casa, y encontró en Maño un magnífico compañero para viajar en el filo en los quiebros. Por ese filo donde se esconde el brillo caminó con apuesta Ventura a lomos de Chalana y su seguro cite, su enfrontilada propuesta y su espectacular salida, con volteretas para arriba. Ese nuevo mundo que propone Simón lo conoce bien Diego, porque también él lo descubrió un día. Y aún no se ha bajado del constante paseo en hombros.
Nuevo mundo fue Talavante cuando pitones y tranas rebozaban su vestido sin que conociera el tendido el nombre del recién llegado. Se acuerda Alejandro de entonces hoy, que tiene en su mano izquierda uno de los cetros del trono. Se acuerda porque no es él un torero de docena, de academia o de conformarse. Ha vivido muchas tracas antes de decir su verdad, y hoy, que la dice alto, resuena más en el alma con el nuevo mundo a la vista. Fue en el enclasado quinto cuando salió su diapasón, cuando redujo embestidas y las condujo a su vera, cuando se murió por dentro en el vuelo del natural.
Fue la aparición del fondo que rebuscaba Alejandro, que no permaneció inmóvil, sino que vino y se fue a la vez que se le iba el toro. Fue un despojo el paseado, pero fue mucho más la felicidad interna de comunicar el secreto.
Un secreto, como tal, es cosa de los elegidos. Y son ellos los que deben explorar el nuevo mundo. Porque son muchos los golpes que recibe hoy este reino y debe buscar aires nuevos que se conjuguen con él. Hoy, estos aires, llevan el nombre de López Simón.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de El Bibio. Quinta de la Feria de Begoña. Corrida de toros. Tres cuartos de entrada.
Dos toros de Capea y cuatro de El Puerto de San Lorenzo, con ritmo y fijeza el buen primero; con clase pero rajado el mansito segundo; descompuesto y rajado el tercero; descompuesto y parado el cuarto; de clase a menos el quinto; descordado el sexto, devuelto; aplomado y deslucido el sexto bis.
Diego Ventura, ovación y dos orejas.
Alejandro Talavante (gris perla y oro), ovación y oreja.
López Simón (marino y oro), oreja y dos orejas.
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