«Pontevedra taurina», rezaba una pancarta gigante
El coso de San Roque –cubierto, muy cómodo– casi se llena,
una vez más. Los peñistas ocupan un par de tendidos. Una enorme
pancarta, aplaudida por todos, lo resume todo: «Pontevedra taurina».
Este público es bullicioso, alegre, viene a divertirse y casi siempre
lo consigue; por eso, al año siguiente, repite, por mucho que se opongan
el BNG y estas nuevas Mareas populistas. La afición gallega sigue viva.
El cartel de esta primera corrida es difícil de mejorar. Los toros de Alcurrucén son nobles pero justos de fuerzas. Si no me equivoco, esta corrida es la número 19 de Enrique Ponce,
aquí. A los 25 años de su alternativa, está viviendo una «segunda
juventud» verdaderamente asombrosa: además de torear con más estética
que nunca, mantiene una gran regularidad en los triunfos porque ha
mejorado su manejo de la espada. Recibe con buenos lances al primero, un
colorado engatillado. Conduce con maestría las
nobles embestidas, liga muletazos lentos, de mano baja pero el toro se
para pronto.
Faena impecable, con poco toro. Pierde la oreja por el
descabello. El cuarto sale con pies pero flaquea mucho. Ponce lo lleva a
media altura, muy suave,
en preciosos muletazos, muy templados, deslucidos por la flojera del
toro. Mata bien, a la segunda. Esta tarde, no ha tenido opciones.
Faena de inspiración
La calidad de Morante
es indiscutible y bebe en fuentes clásicas. El segundo toro, muy noble,
le permite estar a gusto: Morante traza bellas verónicas y garbosas
chicuelinas, muletazos arrebatados que encandilan. La faena es desigual,
tiene detalles muy estéticos pero mata a la tercera. El quinto, abanto,
no le deja lucirse con el capote; le pegan mucho en varas, con
desorden. Cuando nadie lo esperaba, dibuja naturales templados,
acompañando con la cintura: una faena de inspiración pero también de
buena técnica y gran calidad, que entusiasma. Concluye con naturales de
frente y ayudados cargando la suerte. ¡Y mata recibiendo! A Manolo Lozano se le cae la gorrilla blanca, de la emoción. Sólo le dan una oreja (¿por qué?) pero es una faena para el recuerdo.
«¡Queremos toros!», coreaba la afición gallega
El Juli es uno
de los mandones del toreo por decisión, técnica y valor. Al tercero,
manejable, lo mete en la muleta con más oficio que estética. El arrimón
final, con circulares e invertidos, entusiasma. La habitual estocada
trasera con salto: aviso y dos orejas. En el último, las zapopinas levantan un clamor.
Julián, muy seguro, se entrega, domina por completo la noble embestida;
recurre a las cercanías (¡otra vez los muletazos invertidos!) que
calientan al público. Otra estocada de efecto fulminante: otras dos
orejas.
Tres estilos
Ponce no ha tenido opciones. Sale en hombros El Juli, con cuatro orejas. Pero recordaremos la faena de Morante...
Los tres diestros encarnan tres estilos diferentes: Ponce, la armonía,
la naturalidad, la difícil facilidad; Morante, el pellizco, el arrebato;
El Juli, la decisión, la voluntad.
Disfrutando con los lentos muletazos de
Enrique, recuerdo a Pablo Neruda: «Y el verso cae el alma como al pasto
el rocío». La estética apasionada de José Antonio me trae a la memoria
el verso de Safo: «El corazón en el pecho me arrebata». El poderío de
Julián evoca un tema musical de Vangelis: «La conquista del Paraíso».
De los tres estilos han disfrutado los aficionados de Pontevedra, en su
fiesta de la Peregrina. Y todo el público corea una frase emocionante: «¡Queremos toros!»
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