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martes, 17 de noviembre de 2015

SILENCIO RIESGOSO


Eduardo Soto. A.T.T.

En la ciudad de Mérida a finales de Junio, el encargado de orquestar las acciones contra la Fiesta Brava, en retorcidas interpretaciones de la realidad taurina (para congraciarse con los grupúsculos que quieren proscribirla y apuntillarla), nos  hizo otra entrega de su invectiva contra las corridas de toros, al atacar al Poder Municipal y sus órganos auxiliares, los cuales tiene autonomía y competencia para reglamentar los espectáculos taurinos que se celebren en su jurisdicción. Por supuesto, no es de extrañar este tipo de ataques que pretende socavar las atribuciones de los Municipios (sobre todo los que están en manos de la oposición), especialmente en coyunturas como las que estamos atravesando.
A pesar de lo nada sorpresivo de estas embestidas contra la tauromaquia, pareciera que agarró a  casi todos los estamentos taurinos sin los trastos de lidiar,  pues hasta ahora  ha habido solo un pronunciamiento oficial, el excelente y oportuno documento de la Comisión Taurina Municipal de Mérida, que ha merecido elogiosos comentarios y cuantiosos apoyos  individuales.
Sin embargo, ha transcurrido más de un cuatrimestre y todavía faltan por  manifestarse de modo formal otras Comisiones Taurinas del país, los Círculos de Aficionados, los Gremios de Profesionales del Toreo, Ganaderos, Empresarios, las Escuelas Taurinas, las Cámaras de Comercio y Turismo, de Hotelería y Restauración, las Asociaciones de Transportistas, Taxistas, de Comerciantes Informales, es decir todos aquellos que de una u otra manera, económica o anímicamente, derivan beneficios de las corridas de toros, bien sea las del Carnaval Taurino de América o de otras Ferias de nuestro calendario.
El pronunciamiento de la CTM merideña  seguramente cuenta con el tácito respaldo  del mundo taurino nacional. No obstante, aún brillan  por su ausencia las manifestaciones concretas de apoyo institucional, lo cual podría inducir a pensar que en Venezuela está flaqueando más que nunca la afición a la Fiesta Brava, con el riesgo cierto de provocar  una creciente agresividad  de quienes la adversan.
Las señaladas excepciones son  las de El Vito, portaestandarte  tauromáquico (a quién podría considerarse toda una institución en este campo), la del diligente e informado Director de Venezuela Taurina (aunque sin alusión directa al documento de la CTM) y, en el plano internacional, el importante Comunicado publicado por el Círculo Taurino  Amigos de la Dinastía Bienvenida, máxime cuando ha sido emitido por  su capítulo central  de Madrid.
Indudablemente, se podrían encontrar explicaciones de variada índole a tan generalizado mutismo.  No obstante, situaciones de esta naturaleza no dejan de incitar a la  reflexión. ¿Qué nos está pasando?
¿En solamente tres lustros se habrá podido inculcar en el espíritu del venezolano una cultura conformista?
¿Acaso la  aceptación de  gratificaciones que dulcifican sumisiones nos  hace claudicar?    
Nunca antes como ahora, es tan necesaria y apremiante una categórica respuesta a estas interrogantes.
No debemos permanecer impasibles.

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