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martes, 2 de febrero de 2016

José Tomás abarrotó la plaza más grande del mundo y bajó a la tierra


Decepcionó el regreso del mito de Galapagar a La México, donde el triunfador fue Joselito Adame 


José Tomás se dobla con el toro - LUIS FELIPE HERNÁNDEZ
GUILLERMO LEALMéxico D.f

Aunque abarrotó la plaza más grande del mundo, José Tomás dejó un vacío en los más de 45 mil espectadores que colmaron la Monumental de México. El triunfador del mano a mano fue Joselito Adame, que cortó dos orejas y se consolidó como la joven figura mexicana. Todos esperaban al José Tomás de España, de Francia, pero apareció una versión recortada de un torero con excepcional personalidad, con valor, con mando, dominio y por momentos buen toreo, pero no era el José Tomás que todos querían ver. Ese que fue capaz, como hacía veinte años no sucedía, de llenar hasta el reloj el gran escenario.

Su valerosa faena al primero del festejo, la actitud de ponerse cerca de los pitones, de quedarse quieto, incluso cuando yacía en la arena revolcado, no fueron valoradas lo suficiente, hasta el punto de que le protestaron una oreja que parecía bien ganada. Los miles de aficionados se quedaron con ganas de verlo estoico con el capote, de sus escalofriantes lances. Por ello en su segunda faena, cuando cuajó los mejores momentos de su actuación, la afición tardó en corearle algunos muletazos templadísimos por ambas manos.

El ganado

El público no terminó de entregarse, pues a José Tomás –enjuto y con el pelo cada vez más cárdeno– le faltó rotundidad, esa que evidentemente se logra cuando se torea constantemente. No es lo mismo torear en la soledad de una plaza de tientas, rodeado de aquellos que insisten en que el de Galapagar es omnipotente, cuando en la realidad es terrenal. Tan terrenal que el domingo permitió que sus veedores se equivocaran y trajeran de las ganaderías los «más bonitos», dejando en el campo toros con la seriedad acorde al gran acontecimiento, si bien es cierto que no eran de menor trapío que los lidiados por otras figuras. Aunque ni él ni la empresa incrementaron el precio de las entradas, miles de aficionados pagaron sumas estratosféricas en la reventa, con localidades a más de cinco mil euros, con el deseo de ver algo extraordinario. Que no digan que no había toros, porque Los Encinos y Fernando de la Mora tienen ganado para ir a Guadalajara –el Bilbao mexicano–. Ese excesivo cuidado no ayudó al triunfo de un torero que muchas veces se ha enfrentado a animales muy serios, a los que ha cuajado, dominado y con los que su figura se ha acrecentado al máximo. Esta vez no fue así...

Cuando salió el tercero, precioso, pero no del trapío que la gente esperaba, la plaza se enojó con el madrileño. Ahí le pasaron factura por no dejar que millones de personas lo vieran por televisión, por su distanciamiento con la gente, a la que ni siquiera quiso ver a su llegada a la plaza, pues José Tomás entró por el estadio de fútbol del equipo Cruz Azul, por un túnel que conecta el campo con el ruedo. Tampoco gustó que no brindara un toro a todos los que llenaron la plaza. Ahí acabó parte del romance y el mito de la tarde, el enigma del torero al que el pueblo mexicano regaló su sangre para arrancarlo de las garras de la muerte en Aguascalientes. Nunca nadie podrá quitarle su sitio e importancia en la historia del toreo, pero esos sonoros abucheos al salir de la plaza dieron prueba del enfado de los espectadores. Una pena tratándose de un hombre que con una gran verdad ha regado de su sangre los ruedos.

Joselito Adame aprovechó las circunstancias, triunfó y terminó salvando una tarde crucial para el toreo mexicano por la enorme expectación. Joselito, a quien el público incluso le recriminó pegarse un arrimón en su segundo, en el sexto se volcó en en una faena en la que el aguascalentense combinó entrega, valor y temple. Cortó dos orejas protestadas por algunos, pero el éxito para el joven no fue numérico sino histórico. Un triunfo que brindó a José Tomás, quien salió andando de la plaza mientras Adame se marchaba a hombros.

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