López Simón consigue una vuelta al ruedo con el toro que más se movió tras una perfecta estocada
Detalles toreros de Diego Urdiales y desesperante y podrido lote para Morante de la Puebla
Una veintena de hombres empezaron a retirar la inmensa lona que protege el ruedo de la lluvia a las seis menos cuarto de la tarde. A los dos operarios más gruesos los llamaron para tirar por delante en la penúltima doblada. Se colocaron la pieza sobre los hombros como si fuera un yugo. La ingeniería duró 25 minutos. Y luego un pequeño volquete arrastró una gigantesca mopa de esparto. Como si fuese un encerado el albero y la mopa el borrador. Quedó el piso a estrenar.
Cuando apareció Morante dibujó en el ruedo la señal de la cruz. Mas compacta la arena que los tendidos. El agua se llevó los farolillos y el golpe final de gente para el lleno. Cató el ruedo el precioso jandilla de apertura. Por los suelos en las verónicas de mano alta y mando abajo. El pañuelo verde lo regresó a los corrales. Si al devuelto le faltaba fuerza, al colorado sobrero cinqueño de Albarreal le faltaba cuello. Y ganas de embestir. Por tres veces remató en los burladeros con violencia antes de frenarse tambaleante en el capote morantista. La única ovación se oyó para Cristóbal Cruz por dos puyazos traseros... No tuvo ni un pase en la muleta de Morante, que abrevió ante la imposibilidad de nada.
Gordo como un tonel se presentó el jandilla de Vegahermosa para Diego Urdiales. Atacado de carnes y con su cara amable. En la barrica, la bravura aguada. Y el poder. Urdiales dibujó una verónica aislada, una chicuelina solitaria y ordenó el mínimo castigo. Peinar y marcar. López Simón no perdió su turno en un quite de gaoneras eléctricas. Aun con todo con lo que se barruntaba, Diego brindó al personal el mulo. Que ni podía ni quería. Se inventó el riojano el toreo sobre la mano derecha tras el fracaso de la izquierda saltarina e impotente del morlaco. Generoso de tiempos el torero. Tres derechazos fueron de gloria. Como el cambio de mano rematado por el desprecio. De uno en uno, o casi, brotó otro oasis. De cuatro esta vez. Contada y cantada cada gota. Y un natural. Y una trincherilla de cartel. No dieron las perlas para un rosario, pero sí para el buen sabor de boca y una ovación de Sevilla.
López Simón se encontró con un toro acodado. Bajo los codos la expresión lavada. Otro para suprimir la suerte de varas. Sacó cierto tranco en banderillas. Simón aprovechó esa inercia en el inicio de faena. Un derechazo descolgado prometió. Como la siguiente serie. Muy al aire del jandilla, que sacaba la cara a su bola en los finales. Cuando hubo de poner de su parte para otra ronda de redondos, no había riñones. López hizo por tirar de aquello desde la verticalidad. Una espaldina contó más que un cambio de mano. Cuando cogió la izquierda el toro humillaba todavía menos. Y ya no ofrecería ni medias arrancadas. LS se pegó un arrimón sincero. Y se anotó un volapié soberano. Perfecto. La pañolada no cuajó. La vuelta al ruedo quedó como justo premio.
Tampoco le regaló a Morante una sola embestida el podrido y lindo cuarto jandilla. Para un par de verónicas todo lo más. Cumplidas tres de sus cuatro tardes de abril, el genio de La Puebla habrá de sembrar de velas la capilla del Baratillo de aquí al viernes. Cosas de meigas ya. O del maíz, como dicen que explicó el propio José Antonio entre barreras: «La culpa es del maíz que se les echa a los toros». Ea, pues será el maíz.
La debacle de Jandilla siguió con el quinto. Cara sevillana, cuerpo grandullón en sus hechuras. Con su guasa en las entrañas. Y sus derrotes. Y su embestir por dentro y su rebañar. Completa la prenda. Si llega a tener poder. Simón salió a hacer un quite por chicuelinas que removió en su tumba a Chicuelo por su trapacería. Diego Urdiales pasó sus fatiguitas. Porque quiso el hombre. Incluso por demás. Muchos enganchones. Desagradable el ambiente. De una tarascada le partió el palillo a Urdiales. Sonó a aviso. Del último recado escapó con habilidad en la estocada.
El sexto traía porte de zamacuco. Otro con casi 600 kilos. Arrobas huecas. López Simón se fue a los medios con el capote. Verónicas coreadas, ninguna para el recuerdo. Se desmonteraron con los palos Siro y Arruga. Sin vida alcanzó el toro el tercio de muerte. Un marmolillo desaborido. Lo intentó tan valerosa como infructuosamente López Simón. Soplaba un desapacible viento de derrota.
Mató bien de nuevo. La tarde ya estaba muerta.
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