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miércoles, 6 de abril de 2016

FERIA DE ABRIL La lucidez de El Cid y la torera listeza de Adame

El sevillano y el reaparecido mexicano dan sendas vueltas al ruedos con los dos mejores toros de Las Ramblas (5º y 6º)

Corrida sin terminar de humillar y de escaso fondo y empleo, en la que Abellán se marchó de vacío

 

Alcalareño fue aparatosamente volteado tras parear al segundo de la tarde EFE

Alcalareño volvió a nacer. No era su hora. El reloj marcaba las 19.05. Afrontaba el par de banderillas con el toro quizá demasiado cerrado, remiso a arrancarse al sonido de la voz alzada y al seco ruido del zapatillazo. Así que hubo de alcanzar la jurisdicción del fino ejemplar de Las Ramblas. El aparente éxito de librar la reunión dio la vuelta cuando se quedó en la cara: el corpulento banderillero de El Cid no pudo escapar y cayó derribado como un árbol talado. Prácticamente bajo el estribo del burladero del "4", donde le condujo a trompicones el destino. El toro quiso cebarse con la presa.

Contra la madera tuvo el toro a merced a Alcalereño. Las cornadas rozaron el pecho, la cara, el cuello... Ninguna hizo carne. Hasta con el hocico se las tiró. El torero de plata se levantó, entre el revuelo de capotes, sonado y grogui pero íntegro.

Fue aquello el suceso de los tres primeros toros. El Cid compuso la figura erguida y el derechazo relajado con el toro errático. Para dos series dieron las noblotas embestidas, rematadas con larguísimos pases de pecho. No humilló más por el izquierdo y embistió menos el cuatreño albaceteño, que se rajó. Y Manuel Jesús le descerrajó un bajonazo.
Como venía la tarde, sin ser nada del otro mundo, el quinto ofreció más que ninguno. O El Cid lo tapó y lo mostró de otro modo. Porque realmente el toro de Las Ramblas de bueno tenía la nobleza y el primer tramo de los muletazos; el final lo alcanzaba con la cara altita. Salirse de la muleta no es rebosarse. El Cid mejoró al tal "Opaco". Corrió la mano derecha con lucidez y limpieza y la dejaba puesta para la repetición. A la tercera tanda el toro se resintió de aquello de embestir. El Cid le dio un respiro por la izquierda. La respuesta fue otra. Un afarolado y un pase de pecho, que sacó nota como todos. Y el broche de apurar por el lado óptimo. Cid agarró un pinchazo hondo en raro volapié. La huida desarmado quedó desairada. El presentido premio con alfileres se quedó en una vuelta al ruedo del mismo peso.

Joselito Adame se había presentado con unas chicuelinas para la memoria en el toro de Cid. Un quite lento y alado, asentado el cuerpo y girado sin violencia. Adame reaparecía de la cornada de Valencia. Y en su turno entendió que la mano más larga del gordo y colorado tercero era la izquierda. Se colocó bien el mexicano y trazó los naturales con sentido del toreo clásico; dosificados para no atosigar al atacado animal. Atalonado con los pesadotes viajes. Escaso eco, más justificado el silencio en redondo: el toro se quedaba más corto y se vencía. Remató la faena con el toro sin vida aun por su pitón.

Miguel Abellán se estrelló con un toraco cuesta arriba y de enorme alzada que acentuaba la desigualdad de la corrida. Alma de buey además. Su lomo respondía al nombre de la ganadería: Las Ramblas. Abellán metió el brazo con la espada con recta habilidad y curtida veteranía. También había pasaportado de un espadazo a un toro con más movilidad que empuje y capacidad de humillar. Faena en dos tiempos: una primera en los medios diestra ciertamente veloz y otra en las rayas zurda y más atemperada. Por el izquierdo había sido una notable media verónica de El Cid...
Adame se clavó por estatuarios para despedir la tarde. Jarocho había saludado brillantemente en banderillas. El desenlace de los estatuario tuvo su aquél. Un pase del desprecio lindo. Como México. El último cartucho de Las Ramblas contaba con la prontitud. Y el defecto de la corrida de no terminar de descolgar. Listo Adame para torear muy al aire del obediente toro, que sumó al quinto y tal vez salven juntos a Las Ramblas. Y listo para jugar con los vuelos puestos siempre por delante del campo visión. Y listo en la torería del cierre por bajo, en las trincherillas y el toreo al paso. Y listo pero desafortunado en el intento de matar en la suerte de recibir: la espada se hundió defectuosa y con exagerada travesía. Por las prisas de la cuadrilla para sacarla, quizá asomaba. Descabelló rápido y paseó como El Cid una feliz vuelta al ruedo.

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