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domingo, 3 de abril de 2016

Una Feria de Abril muy ilusionante con figuras y jóvenes


Morante de la Puebla asume el peso del ciclo sevillano, que cuenta con Manzanares, El Juli y Perera 


Morante de la Puebla, el pasado Domingo de Resurrección bajo la mirada de Manzanares y Talavante - REUTERS
ANDRÉS AMORÓSSevilla 

El domingo que sigue al de Resurrección comienza propiamente la Feria taurina de Sevilla. Son dos semanas completas (la segunda coincide con la llamada Feria «de farolillos», más turística) de festejos: una serie ininterrumpida, que comprende 13 corridas de toros y 2 de rejones.

Esta Feria supone, siempre, una de las cumbres de la temporada (junto a la de San Isidro, obviamente) y posee una acusadísima personalidad, por tres razones. Ante todo, por la belleza única del escenario, con la armonía de sus arcos y el resplandor de su albero. También, por la sabiduría y sensibilidad de buena parte de su público habitual. Y no olvidemos el casi abrumador peso de la historia, todo lo que se ha vivido en este coso del Baratillo... Por estética, hay que ver toros en Sevilla; por exigencia, en Madrid.

A esto, válido para todos los años, se une, ahora, la especial ilusión que han suscitado estos carteles, por dos motivos muy claros: la vuelta a esta Plaza de las figuras del llamado G-5 (nunca he logrado entender las causas de su absurda ausencia, un par de temporadas) y la entrada en los carteles de jóvenes matadores.

El peso de la feria

El peso de la Feria lo ha asumido Morante, con cuatro tardes: ya pasó la primera, en la que dibujó una hermosa faena, pudo cortar dos orejas y acabó viendo cómo le echaban el toro al corral. Ésta es su gran oportunidad para que la afición sevillana le consagre como el sucesor de Curro Romero. Tres tardes torea José María Manzanares, consentido de este público. El sevillano y el alicantino harán el paseíllo, además, en San Miguel.

Seis diestros actúan dos tardes. Vuelve El Juli a esta Plaza, donde una grave cornada le impidió consumar su gesto de matar los Miuras. Se lo ha ganado Castella, como triunfador, en conjunto, de la pasada temporada. Manuel Escribano se apunta nada menos que a los Victorinos y los Miuras. El Cid siempre es querido por sus paisanos. Los dos jóvenes que centran ahora la atención son López Simón, que triunfó en Castellón, y Roca Rey, que arrasó en Valencia; alternando con las figuras, van a pasar un duro examen.

Entre los que actúan una sola vez, algunos merecen especial comentario. Garrido es «el tercer hombre» -así se llamó, en su momento, a Chaves Flores, por torear junto a Aparicio y Litri- de estos «jóvenes emergentes» (Antonio Burgos). No entiendo que Talavante y Perera vuelvan una sola tarde: el primero ya la cumplió en Resurrección. Se espera la habitual lección del maestro Enrique Ponce. Entra, por fin, en esta Feria Diego Urdiales, en su mejor temporada. Vuelven, después de sus gravísimos percances, Fortes y David Mora. Celebra Finito el 25 aniversario de su alternativa. Se apuntan a los Miuras dos especialistas, el jabato Rafaelillo y Javier Castaño, después de su grave enfermedad.

Echo en falta a Antonio Ferrera, todavía recuperándose; a Pablo Hermoso de Mendoza, que continúa en América; a dos artistas como Juan Mora y Curro Díaz (que acaba de triunfar en Madrid).

Los toros

La incógnita, como siempre, son los toros. Con las excepciones de Miura y Victorino, el predominio del encaste Domecq es rotundo y eso puede dar al traste con muchas esperanzas (ya sucedió el Domingo de Resurrección y en pasadas Ferias). Las figuras siguen apuntándose a unos pocos hierros; los jóvenes que entran en estos carteles los aceptan, encantados, aunque no siempre sea eso lo mejor para mostrar sus cualidades. Es lástima que no se abra más el abanico a otras ganaderías, presumiblemente más encastadas...

No hay que identificar al público sevillano con una sola línea estética. Como definió el maestro Antonio Burgos (otra vez, cita obligada), conviven, aquí, lo apolíneo y los dionisíaco, José y Juan, la armonía y el desgarro. Sin olvidar las paradojas: el sevillanísimo Chicuelo nació en Triana; el trianerísimo Juan Belmonte, en la calle Feria...

Tengamos mucho cuidado con los tópicos. Joaquín Romero Murube nos previene contra las «sevillanerías al uso» y defiende una Sevilla universal, hacia dentro, hecha de «secreto interior, de veladuras misteriosas». Con esa Sevilla, profundamente seductora, vamos a disfrutar, en el coso del Arenal. Lo dijo el poeta Ricardo Molina: «Abril. Pura invasión de ríos y alamedas. / Todos vamos a ser felices en Sevilla». Con esa ilusión vamos.

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