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jueves, 19 de mayo de 2016

Lección magistral de Enrique Ponce en San Isidro

Pincha un importante triunfo con el mejor toro de la floja corrida del Puerto; digna actuación de Román con un encastado ejemplar 




ANDRÉS AMORÓSMadrid 

Un torero valenciano confirma la alternativa a otro valenciano: un acontecimiento singular. Con veintiséis años de alternativa, Enrique Ponce dicta una auténtica lección magistral, en el mejor toro de una floja y deslucida corrida del Puerto de San Lorenzo, remendada con dos sobreros de igual condición. Los tres diestros brindan su primer toro a Don Juan Carlos.

El testigo es Daniel Luque, que no logra mejorar su actuación anterior. El tercero es claudicante, andarín, incierto. El diestro sólo apunta algunos detalles de clase ante una res que acaba huyendo y se lastima en una mano. Abraham Neiro lidia bien al quinto, grandón, manejable. Brinda al público y se esfuerza pero la faena queda a mitad, con algunos muletazos buenos y otros, tropezados. Mata caído.

El toricantano es Román, un joven risueño, que siempre ha conectado fácilmente con los tendidos. En el primero, arriesga en gaoneras, comienza con estatuarios pero el toro se rompe la mano: ¡mala suerte! Muestra su actitud en un quite al quinto, que remata con una apurada larga de rodillas. En el último toro, encastado, que aprieta, saluda con los palos Raúl Martí. Román da la cara, aguanta con valor, transmite ilusión. La gente está con él. No acierta al matar.

El padrino es Enrique Ponce, la gran figura actual. Los datos de su carrera son únicos; también lo es que, a estas alturas, no se advierta en él el menor declive físico ni de ánimo. Le toca un buen toro, el segundo, y realiza una faena literalmente extraordinaria: juega bien los brazos en las verónicas. Los doblones iniciales, rodilla en tierra, ya levantan un clamor. Enseguida, encandila a la gente con su estética natural, suave. Con cabeza, va midiendo y ligando. Los derechazos tienen un empaque regio (como la faena de Ordóñez que cantó Corrochano). Baja el toro un poco por la izquierda pero lo resuelve con torería. Todavía cita de frente y se adorna con ayudados por bajo. Mi vecino sentencia: «¡Esto es torear!» Como tantas veces, la espada le priva de los trofeos (las dos orejas eran seguras). Devueltos dos toros, el sobrero de Valdefresno es descaradísimo de pitones (no dirán que elige, con comodidad). Además, se frena a mitad, no tiene ningún recorrido. Con paciencia, técnica y valor, lo va metiendo en la muleta, hasta que se le queda debajo dos veces. Escucho a un profesional: «A un toro así, demasiados pases le ha dado». No ha cortado orejas pero nos deja la emoción estética de haber presenciado una faena extraordinaria; en el recuerdo, la seguiremos paladeando.

Postdata. Cabe aplicar a Ponce los versos que dedicó su paisano Rafael Duyos a Manuel Granero: «Capitán de los naranjos,/ rey de las músicas suaves,/ toda Valencia quedó/ prendida en tu breve talle/ cuando, por ruedos de Iberia,/ tu Valencia presentaste,/ hecha mayo siempre en flor/ en tu capote fragante. Valencia tiene un torero/ como no lo tiene nadie». Y cabe adaptarle los que escribió para otro torero de la tierra, el primer Vicente Barrera: «Luminoso y persuasivo,/ dominador de la fiera,/ “Velluter” (terciopelero) de la alegría/, traca de la maestría./ Así es Enrique Ponce,/ un torero de bandera». Para Ponce, también, «los ángeles tocan palmas».

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