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domingo, 22 de mayo de 2016

Roca Rey, el conquistador

El joven torero peruano, de 19 años, triunfa en San Isidro y se convierte en la revelación de la temporada


Hace un año era un desconocido para el público de toros. Algunos aficionados, pocos, sabían que el exmatador José Antonio Campuzano había echado el ojo a un chaval peruano en el que había depositado su confianza. El 19 de abril de 2015, Andrés Roca Rey debutó como novillero en Madrid, sorprendió a la parroquia y abrió la Puerta Grande. No había duda: una vez más, Campuzano había acertado.
El torero Andrés Roca Rey el 15 de abril de 2016 en Sevilla.
Se sucedieron los triunfos en España y América, tomó la alternativa septembrina de Nimes, y ha vuelto a Las Ventas en San Isidro. Y otra vez salió a hombros después de una actuación presidida por una desmedida ambición de triunfo. Con todo merecimiento, solo 19 años, y el valor y la entrega como principales argumentos, se ha erigido en la gran revelación de la temporada. Torea con las figuras que admiró cuando era un niño y parece decidido a conquistar el universo taurino. Le llueven los contratos y tiene la agenda apretada de compromisos, de tal modo que no ha podido atender personalmente a este periódico. Sus palabras son las respuestas a un cuestionario enviado por correo electrónico con la intermediación de su jefe de prensa. Sea como fuere, lo cierto es que Roca Rey suena con fuerza en los ambientes taurinos y se espera con expectación su tercera comparecencia madrileña, anunciada para el próximo martes.

Nació en Lima el 21 de octubre de 1996 en el seno de una familia acomodada y tradicionalmente taurina. “Mi hermano Fernando es matador de toros; mi abuelo fue durante mucho tiempo administrador de la plaza limeña de Acho y, ahora, mi tío Juan es el empresario de ese coso. Toda mi familia es muy aficionada desde siempre y me ha apoyado en esta profesión”, cuenta. Su madre es asesora financiera de fondos de pensiones y su padre, empresario del algodón. Ambos apoyaron los primeros muletazos de su hijo a una becerra cuando Andrés acababa de cumplir siete años; dice que con 11 lidió su primer novillote y, a partir de entonces, y a pesar de la oposición materna, el futuro del hijo menor se disipó con rapidez.
Roca Rey sale por la puerta grande.
Acudía al colegio católico de los Carmelitas en la capital peruana, pero pronto compatibilizó los estudios con sus incursiones taurinas por distintos países latinoamericanos. En 2011, viaja por vez primera a España y se inscribe en la Escuela Taurina de Badajoz; dos años más tarde, se instala definitivamente en el pueblo sevillano de Gerena, en la casa de María Jesús Quinta, de la familia de la saga de los picadores, “con ellos sigo viviendo, y la verdad es que estoy muy a gusto y feliz”. Para entonces, ya se había producido el encuentro con José Antonio Campuzano, quien le presentó un exigente aprendizaje en el campo que pronto daría sus frutos. “El maestro es una figura clave en mi carrera”, dice Roca. “No hay hombre sin hombre”, añade. “Él me enseña a vivir en torero, dentro y fuera de la plaza, y eso es algo que yo valoro mucho, además de lo que me aporta profesionalmente”.

Terminó los estudios básicos a distancia en su primer año como novillero sin picadores y, desde entonces, la profesión de torero, el triunfo, el ascenso a la cima son sus únicas prioridades. Asegura que vive las 24 horas del día para el toro y que no echa de menos la posibilidad de vivir como un joven de hoy. “Mi juventud”, asegura “no se entendería sin este mundo; para mí, no hay nada que me haga más feliz que ser torero y disfrutar de esta vocación”. Tiene tiempo, no obstante, para leer y escuchar música, “sobre todo, el reggaeton y las rancheras”.
El torero Andrés Roca Rey el 19 de mayo de 2016 en Sevilla.
Debutó como novillero con picadores el 1 de junio de 2014 en la localidad francesa de Captieux y ese fue el punto de partida de una trayectoria fulgurante. Había ganado ya muchos premios, pero el más prestigioso lo consiguió el 19 de abril de 2015, cuando cruzó a hombros la Puerta Grande de Las Ventas; después, sorprendería, especialmente, en Sevilla, Pamplona, diversas plazas francesas y en la feria de Bilbao. Y pronto, se anunció una alternativa de lujo —y exitosa— en la feria de la Vendimia de Nimes, con Enrique Ponce como padrino.

— Lleva una carrera meteórica. ¿Qué opina sobre ella?

— Por suerte, están saliendo las cosas bien, pero aún queda mucho para lograr mi meta final.

—¿Cuál es ese sueño?

— Mi sueño es ser figura del toreo y seguir siendo feliz.

Se resiste a definirse como torero: “No creo que yo sea el más indicado. Solo puedo asegurar que cada tarde salgo a dar el 100% y que me encanta que el público se emocione en mis faenas”. Pero se atreve, no obstante, a trazar un escueto retrato de sí mismo: “Me considero muy sincero en todo lo que hago, también en el ruedo trato de ir siempre con la máxima verdad, sea cual sea la plaza y el cartel”.

Lamenta que el mundo del toro esté sufriendo “demasiados ataques por parte de los antitaurinos".

Cree que "necesitamos unirnos todos para hacernos más fuertes, aunque la tauromaquia tiene muchísima fuerza por sí sola”. Y no parece tener muy claro el papel que deben jugar los jóvenes en la fiesta del siglo XXI: “Siempre es importante que haya renovación en todos los aspectos de la vida.

 Además, como se ha visto en este inicio de temporada, el público está respondiendo y llenando las plazas, lo cual es buenísimo”.

A fin de cuentas, es muy joven y lo que más le importa ahora es repetir el martes la hazaña de la Puerta Grande en la plaza de Madrid: “Es algo indescriptible. Es un sueño tan grande que todavía me cuesta creerlo y no lo olvidaré jamás”.

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