Discreta confirmación de Garrido en una tarde de expectación que decepciona

José Garrido comenzó de rodillas su faena de la ceremonia al toro de Alcurrucén - Paloma Aguilar
ANDRÉS AMORÓSMadrid
Conociendo mi afición, me preguntan con frecuencia si no me preocupa la situación actual de la Fiesta. Contesto siempre que mucho más me preocupa la situación actual de España. Y no es broma ni «boutade»: la lectura del ABC da motivos, cada día, para el desaliento. Claro que hay muchas cosas magníficas de nuestra Patria que «no son noticia». (¿Hace falta subrayar que no hablo de «este país» ni de otras lamentables perífrasis para evitar el nombre glorioso de España?). Tampoco es todo malo en los toros: en San Isidro, en todos los carteles «fuertes», se llena una Plaza donde –me apuntan– hay más banderas de España que en alguna comunidad autónoma.
Por ahora, hemos presenciado actuaciones brillantes, entre otros, de Paco Ureña, Talavante, Roca Rey, Ponce, Luis David Adame y Diego Ventura. No está todo tan mal, en la Fiesta. Siguen fallando los toros y la suerte de varas, pero eso –como la educación en España– no tiene solución porque ninguno de los interesados quiere arreglarlo.

En su primera actuación de la Feria, El Juli –caso raro– pasa prácticamente inadvertido. El segundo corta en banderillas y flaquea. Brinda a Don Juan Carlos y, con técnica, lo mete en la muleta pero, al surgir la división de opiniones, corta por lo sano. Y da el mitin con el descabello. El cuarto se mueve pero sin clase; también son movidos los lances de Julián. Después de doblarse, le saca algunos derechazos pero, evidentemente, no está a gusto: un trasteo profesional, sin brillo. Los intransigentes le han tratado con dureza pero él tampoco ha reaccionado para demostrar que eran injustos. Mata rápido pero con el habitual feo salto. Una tarde gris.


La tarde, en conjunto, ha sido muy decepcionante y plomiza. La emoción apenas ha aparecido. Encajaría aquí el título de «La Codorniz»: «Ni buena ni mala sino todo lo contrario». En tardes así, el público madrileño se desahoga con voces destempladas, no siempre injustas, que suelen levantar otras voces de réplica y hasta algún conato de pelea, de unos tendidos a otros. He recordado los versos que dedica García Lorca a Antoñito el Camborio, adaptándolos a la situación: «Voces de sopor sonaron/ en la Plaza de Las Ventas;/ voces sin temple ni gracia,/ las tristes voces opuestas/ de todos los que se aburren/ porque no hay brillo en la Fiesta». Y, mientras unos daban voces, otros hablaban de Otegui y de las esteladas, que es mucho peor...
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