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domingo, 19 de junio de 2016

Apoteosis de Enrique Ponce vestido de esmoquin



Diecisiete años habían pasado del último paseíllo en solitario de Enrique Ponce. Aquel también fue en la Francia taurina (Dax) y para esta ocasión fueron las Arenes de Istres, en pleno corazón de la Provenza, el escenario elegido para anunciarse como único espada.

A las corridas de un solo matador últimamente se les ha dado por llamar "encerronas". La de ayer de Ponce en Istres, lejos de venir obligada por nada, quedará en la memoria de quienes la presenciaron por la más absoluta exhibición de una tauromaquia en todo su esplendor.
Que el techo de Ponce no encuentra límites se ha dicho muchas veces. Pero el momento elegido por el maestro para llevar a cabo este gesto ha sido la constatación de que la expresión artística de su toreo sigue estando en franca evolución... ¡y con veintisiete temporadas de alternativa a sus espaldas!

En 'Le Palio', como fue bautizada esta plaza de Istres, bajo palio fue el reconocimiento hacia un Enrique Ponce quien, olvidado del incesante viento que estuvo presente durante toda la tarde, fue absoluto dueño y señor desde que trenzó el paseíllo en un impoluto grana y oro hasta que, más de tres horas después, era sacado en hombros vestido de esmoquin con un total de ocho orejas, dos rabos (uno simbólico) y un nuevo indulto que hace el número 45 en su carrera. Una corrida inolvidable y en la que en todas y cada una de las faenas los tradicionales pasodobles toreros fueron sustituidos por una sucesión de piezas orquestales y de bandas sonoras.
La corrida empezó en tono alto con un gran primer toro de Juan Pedro al que quitó por chicuelinas de mano baja. El JP regaló gran calidad y ahí ya comenzó Ponce su recital de toreo desmayado, llevándole cosido en la muleta y acompañando los viajes con la cintura.

El segundo de Cuvillo fue un manso rebotado en el caballo que se movió en arreones. Fue la faena más técnica y poderosa de todas, con un inicio de doblones por bajo fundamental para atemperar su violencia y el secreto de los toques y de traérselo siempre embarcado, tapándole la cara.
Al tercero, de Juan Pedro, lo recibió rodilla en tierra y después a pies juntos, con posterior quite por saltilleras. Aquí la tarde empezó a explotar en cuanto al toreo de mayor lentitud y abandono, muletazos, cambios de mano, los de pecho... todos duraron una eternidad. La guinda fue una estocada recibiendo y primer rabo.

Con el cuarto, continuación del toreo de sentimiento y compás. El de Cuvillo empezó a descolgar a la salida del caballo y Ponce se marcó un quite por delantales y media a pies juntos. Otro inicio de faena por bajo, esta vez con ayudados, y el toro que rompió a embestir en la muleta con alegría, galope y humillación. Fue cogiendo temple a medida que la muleta de EP lo fue reduciendo y la faena explotó en una creación artística casi perfecta, aderezada con el tres en uno más molinete y farol, impecables las poncinas, la roblesina genuflexa y circulares interminables unidos a cambios mano interminables. Pañuelo naranja para Esparraguero y otras dos orejas y rabo simbólicos para el maestro.
Tras el perdón de la vida, unos minutos de pausa y en el momento más inesperado, Enrique volvió a hacerse presente en el ruedo vestido de esmoquin y casi sin tiempo para reaccionar, recibió al quinto de JP con una larga cambiada de rodillas. Cuando consiguió afianzarle y evitar que perdiera las manos, la parte final de la faena fue completamente al ralentí, quitándose la ayuda para torear por naturales con la mano derecha.

Aún quedaba un último toro de Cuvillo y seguía soplando el viento pero Ponce, completamente sobrepuesto a esta inconveniencia, se mostró a placer bajo los acordes, esta vez, del Concierto de Aranjuez.

Concierto de toreo fue el suyo durante una tarde de perfección .

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