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lunes, 11 de julio de 2016

Gran faena de Talavante en San Fermín

Pierde la puerta grande por la espada y corta una oreja como López Simón

Gran faena de Talavante en San Fermín

ANDRÉS AMORÓSPamplona

Poco a poco, va pasando la terrible conmoción por la muerte de Víctor Barrio, aunque los tres diestros hacen el paseíllo desmonterados, con lazos negros, y lo recuerdan, en sus brindis. Los toros de Jandilla protagonizan un encierro rápido, que lo hubiera sido más si no fuera por la caída de dos reses, y menos peligroso de lo habitual, con este hierro. Luego, dan un juego desigual: muy bueno el quinto; manejable, el tercero; deslucidos, los demás. En los carteles, comienzan a aparecer las figuras. (Es lástima que los mozos hayan perdido la costumbre de entonar, al comienzo, la sintonía de Eurovisión: el «Te Deum» de Charpentier).
El riojano Diego Urdiales es ahora mismo, para algunos, torero de culto. El primero humilla poco, se apaga pronto. Muletea con suavidad y buen estilo pero el toro protesta. Faena aseada, sin vibración. Lo caza con habilidad. Brinda a Chapu Apaolaza (que acaba de publicar su libro «Siete de julio») el cuarto, bien armado, que echa la cara arriba y protesta. Trastea con gusto pero los derrotes impiden el brillo. Mata con facilidad. Ha tenido el peor lote.
Alejandro Talavante confirmó en San Isidro su gran momento. Recibe con templados lances al segundo, manejable pero suelto, que da una vuelta de campana. Lo recibe con una arrucina de rodillas, en el centro: un comienzo que sorprende y emociona. Traza fáciles muletazos hasta que el toro se raja. Todavía torea de rodillas, en tablas, y mata bien: oreja. Poco toro para un buen torero. Recibe con buenos lances al quinto, que sólo se deja pegar pero es noble. Brinda a Míkel Urmaneta y, desde el comienzo, aprovecha las dulces embestidas para dibujar naturales y derechazos lentos, ligados, de categoría. Una faena clásica, de dos orejas, que pierde por la espada. (¡Cómo hubiera disfrutado, si hubiera podido verla, su amigo Andrés Calamaro!).
López Simón fue el triunfador del pasado San Fermín. Está recogiendo los frutos de la gesta de la pasada temporada: es el que más torea y más trofeos corta. Flaquea el tercero, echa las manos por delante. Comienza haciendo el poste, por alto; se queda quieto (el toro se deja pero dice muy poco). Logra ligar derechazos, con seguridad, y, cuando la res se quiere ir, él se hinca de rodillas. Mata a la segunda, recibe un pitonazo en la rodilla (aviso y oreja generosa). El último flojea, se mueve pero embiste descompuesto. Lo llama de rodillas desde el centro; aguanta tornillazos, con valor. Entrando de lejos, pincha antes de la estocada.
Los tres diestros han brindado al cielo, en homenaje a Víctor Barrio. Varios toreros han dicho, estos días, que el mejor homenaje que se le puede hacer es lograr que el público se emocione con la belleza del toreo clásico. Al margen de los trofeos, esta tarde lo ha logrado plenamente Alejandro Talavante.
Postdata. En su estupenda novela «Plaza del Castillo», Rafael García Serrano evoca los sanfermines de 1936, en vísperas de la tragedia. Torea en Pamplona Domingo Ortega, con El Estudiante y El Niño de la Palma, y un ferviente admirador suyo proclama: «Es un tipo que torea como es preciso. Ya me gustaría a mí que, en política, se torease tan bien...» Hay cosas que el tiempo no remedia.

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