Entipada y armónica buena corrida de Juan Pedro Domecq en una tarde en la que volvió a molestar mucho el viento a los toreros y condicionó terrenos y faenas.
Buen derechazo de Manzanares en El Puerto ISMAEL PIZARRA
Un redondo interminable en el epílogo de la faena de Manzanares a su primero levantó de su asiento a Rancapino, rendido al temple del heredero. El mítico cantaor chiclanero no fue el único en El Puerto entregado al momento del alicantino. Su faena al segundo, con el empaque por bandera, cautivó de principio a fin. No fue una obra redonda, pero tuvo momentos de abandono mezclados con otros más enfibrados. A veces ligado, a veces con pausas, pero dejando en de cada tanda algo para el recuerdo. La espada se llevó el doble premio.
Quiso tener Rancapino otra visión del toreo de Manzanares, y se cambio de tendido para su faena al quinto. No trajo suerte el movimiento. Se fue al corral el precioso titular y el sobrero, más agarrado al piso, desentonó un punto del buen juego ofrecido hasta el momento por sus hermanos. Comenzó la faena fría, en silencio, molestando el viento a Manzanares. No ayudó un desarme. Tuvo que provocar el torero las arrancadas. Algún muletazo tuvo elegancia, profundidad, pero lo que le dio la oreja y la puerta grande fue la soberbia estocada con la que dejó sin puntilla al toro.
Salió con pies el tercero y a punto estuvo de llevarse por delante a López Simón en un intento de chicuelina en el recibo. Con más brío que sus hermanos, el de Juan Pedro apretó en el inicio a pues juntos del madrileño. Había emoción. Y LS exigió a Desenvuelto en la primera serie. Y respondió el toro por abajo. Se relajó después el torero, quizá antes de tiempo, y las tandas surgieron entre el ¡ole! y el ¡ay!
Llegaron después los circulares, los cambios de mano, y dos naturales de categoría antes del desplante. Cuando la faena parecía terminada, otra tanda con la zurda puso en pie a los tendidos. En tablas, llegó la apoteosis con pases de todos los colores. Mucha quietud, a veces incluso a merced del animal. La espada no entró a la primera y el premio se quedó en una oreja.
Siguió flamenca la cosa y López Simón brindó el sexto al guitarrista Paco Cepero. Muleteó afanoso al encastado colorao que cerró festejo. Hubo de nuevo quietud, de nuevo se quitó las manoletinas, y de nuevo repitió terrenos. Un calco de faena. Entrega a raudales y un público sensibilizado al valor seco de un López Simón que, como en la Beneficencia (era el mismo cartel), salió a hombros con Manzanares ante el clamor general mientras sonaban las palmas por bulerías. Que debieron de escuchar también los buenos toros de Juan Pedro.
Venía Castella de recorrer 1.500 kilómetros tras su exitoso gesto en solitario en Saintes Maries de la Mer y no pudo dar continuidad al triunfo en El Puerto. Su primero tuvo el defecto de no humillar y las virtudes de la movilidad y la nobleza, lo que aprovechó el francés para ligar en redondo tres tandas ante la exclamación general de un público deseoso de espectáculo tras la plomiza tarde anterior. A izquierdas bajó el tono y cuando volvió a la diestra la viveza del toro ya no fue la misma. Para colmo, no estuvo eficaz con los aceros.
La cadencia presidió su buen recibo al cuarto. Todo lo que le faltó al inicio de faena con cambiados por la espalda. Apuntó Mocoso' más de de lo que luego ofreció. Tampoco tuvo un trato ejemplar. Y la faena, que como el toro apuntaba alto, se quedó ahí.
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