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martes, 20 de septiembre de 2016

López Simón y Garrido, todo valor y entrega en Logroño

El madrileño sufre una fea cogida y corta una oreja; el extremeño logra un trofeo de cada toro

López Simón, en un momento del percance en el segundo toro 


López Simón, en un momento del percance en el segundo toro - Efe
 
ÁNGEL G. ABAD Logroño

López Simón y José Garrido salieron a batirse el cobre en el mano a mano que tuvo a Hermoso de Mendoza como convidado de piedra, tanto que no influyó para nada en el desarrollo del festejo. Y es que los dos jóvenes se emplearon a fondo con los de Jandilla en una tarde presidida por el valor y la entrega de principio a fin. El primero para demostrar que el lugar que ocupa no se lo han regalado, y el otro para subir escalones de dos en dos en el escalafón.

Salió López Simón a por todas en su primero. El comienzo de faena de rodillas, ganándole terreno al toro y sacándoselo hasta los medios, ya dio medida de a lo que venía. Le consintió mucho hasta que en un circular invertido lo alcanzó y cuando estaba en el suelo le lanzó un terrible pitonazo al cuello que le cortó la respiración. En volandas a la enfermería, de la que salió desmadejado para hincarse de rodillas de nuevo y emocionar al público. Pese al fallo a espadas le obligaron a dar una vuelta al ruedo. Al deslucido quinto lo exprimió por los dos pitones, especialmente con la mano izquierda. Esta vez paseó una oreja.

Tampoco se dejó nada dentro José Garrido, que toreó bien y variado con el capote a sus dos enemigos. El tercero derrochó casta, lo que no amilanó al torero, al contrario. Firme, corajudo y valiente le plantó cara sin volverla nunca, porque el jandilla pedía el carné a cada momento. Había que rematar y se sobrepuso al sexto, al que terminó llevándolo largo al natural en una labor que acabó convenciendo. Supo cortar un trofeo a cada toro.

Dos toreros, dos. No hubo triunfos de puerta grande, pero sí ofrecieron una excelente tarde en la que derrocharon verdad.

Capítulo aparte merece Hermoso de Mendoza, que quedó ayer un tanto fuera de juego. Él mismo se lo buscó al querer ir tan cómodo con dos toros demasiado «arreglados», por muy reglamentario que sea el despuntado para rejones. Estuvo bien con el primero, al que toreó en reducidas distancias, pero en donde se apreció el abismo fue en el cuarto, muy poca cosa, y más después de haberse lidiado justo antes un Jandilla todo casta y astifino a más no poder. Por ahí iba el caballero navarro haciéndole diabluras al de Los Espartales, pero sin levantar pasiones. En el subconsciente del público estaba, sin duda, la imagen del toro íntegro galopando con los pitones por delante. Para colmo, mató fatal.

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