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sábado, 15 de octubre de 2016

Feria del Pilar: de la terrible cogida a Padilla al triunfo de las emociones toreras

El Ciclón de Jerez desata un clamor en el sexto y el presidente le roba la puerta grande; Talavante corta dos orejas y Morante logra una 

Juan José Padilla, en el momento del percance
Juan José Padilla, en el momento del percance - Fabián Simón

ANDRÉS AMORÓS Zaragoza

 Una tarde que quedará para la historia de este coso, lleno a rebosar. Padilla, cogido a portagayola en el primero, sale de la enfermería y cuaja una faena completa en el último, premiada sólo con un trofeo por una inexplicable decisión presidencial. Morante no quiere ni ver al cuarto pero nos deleita en el quinto. Talavante logra una oreja en el segundo y otra en el cuarto. Los toros de Núñez del Cuvillo, nobles, justos de fuerzas, contribuyen al éxito; al sexto debió dársele la vuelta al ruedo.
En esta Feria sufrió su gravísimo percance Juan José Padilla. Ha toreado, desde entonces, 400 corridas. Con el público totalmente entregado, vive, esta tarde, una de las más felices de su carrera. Después de unos emocionantes gritos que claman por la libertad (hay una gran pancarta de aficionados catalanes), se va a portagayola, en el primero: el toro le arrolla de forma dramática, recibe un pitonazo en la cabeza, cerca del ojo tapado, y es pisoteado. No puede seguir, lo llevan en volandas a la enfermería.
«Yo estoy dispuesto a dar mi vida por el toro, ¿lo estáis vosotros (refiriéndose a los antitaurinos)?», dijo Padilla a los micrófonos del Plus antes del percance
Cuando sale para matar al último, la Plaza se viene abajo. Tiene la fortuna de que este toro, pronto y alegre, es el mejor de una buena corrida. Lo aprovecha plenamente, con su gran oficio: largas de rodillas, galleo por chicuelinas; el tercer par, al violín, provoca que se coree su nombre. Brinda al público y al cielo, enlaza derechazos de rodillas, circulares, el «cartucho de pescao», molinetes, abaniqueo, desplante y agarra una gran estocada: todo su repertorio, en su mejor versión. Una faena para que el presidente saque de golpe sus dos pañuelos y, enseguida, el de la vuelta al ruedo a la res. Sólo se concede un trofeo. ¿Por qué? Un disparate total. Recuerdo la frase popular, que me decía don Américo Castro: «¿Qué quedrá?» Si por eso cree el presidente que entiende más, va listo…
Acaba Morante su temporada más dual (el signo sevillano de Jano, según Antonio Burgos), con tardes gloriosas y desidias evidentes. Le toca lidiar tres toros. El primero, que hiere a Padilla, es reservón, espera, embiste medio dormido. Tirando de él, logra algunos muletazos llenos de torería, pero muy pocos: «se administra en pildoritas» (decía don Hilarión) y mata con habilidad. Devuelto por flojo el tercero, el sobrero de Garcigrande saca guasa, se orienta. El diestro tira por la calle de en medio: le quita las moscas tres veces y mata mal. La bronca es épica y justa. Pero queda el quinto, que va largo y bien pero se derrumba en el segundo puyazo: con más fuerza, el toro ideal. Aparece aquí, deslumbrante, la otra cara del diestro, con sus barrocas chicuelinas. Brinda al hijo de Pepe Luis, su amigo. Dándole distancia, logra muletazos de una belleza y suavidad fuera de lo común, como esculturas. Parece que esté jugando al toro, con el carretón. Es muy difícil torear con más lentitud. Lo mata bien y el toro se derrumba, queriendo coger los vuelos de la muleta, en un natural. Le dan sólo una oreja: ¡como si no le quieren dar ninguna! ¡Ahí queda eso! Con estos toros flojos y nobles, muy pocos pueden competir con Morante.

Y queda Talavante, en su mejor temporada y en su mejor versión. ¡Cómo hubiera disfrutado, esta tarde, su amigo Andrés Calamaro! Dos faenas primorosas, con la emoción clásica de los naturales impecables y la variedad de la improvisación. En el segundo, los muletazos son suaves como la seda y la estocada, fulminante: oreja (yo le hubiera dado dos). En el cuarto, sorprende con las arrucinas, traza y manda, liga muletazos invertidos y vuelve a matar bien: un aviso inoportuno, justo cuando el toro cae, y otra oreja.

En el día de Santa Teresa, «flamenquísima y enduendada» (García Lorca), hemos vivido una tarde taurina completísima, llena de emociones. ¿Lograrán privarnos de nuestra libertad de seguir disfrutando con tan belleza?

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